La peculiar señorita Grey (Damas inadecuadas 1)

Kathia Iblis

Fragmento

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Prólogo

Londres, 1867

—¿La vieron?

—No es una gran belleza… de no ser heredera, no estaría aquí.

—¿Y esos guantes?

—Escuché que le pasó algo horrible en las manos. Los usa para ocultarlas…

La señorita Calpurnia Gwendolyn Grey se frotó con disimulo las manos entre sí agradeciendo tenerlas cubiertas con los guantes de encaje. Hubiese preferido utilizar sus amados guantes marrones que le brindaban calor y le permitían ocultar las cicatrices y las quemaduras, pero su institutriz había puesto el grito en el cielo ante aquella sugerencia. Cicatrices o no, ella era una heredera y como tal debía lograr obtener una propuesta de casamiento cuanto antes fuera posible. En especial porque, en dos temporadas, su hermana menor, Effie, ya estaría lista para ser presentada en sociedad y sería muy mal visto que ella continuase soltera. Aunque quizás eso fuese preferible a continuar teniendo que escuchar los rumores sobre su persona.

Con ello en mente, se pasó con disimulo una mano sobre la falda del vestido de gasa color borgoña, que la modista le había asegurado que era el último grito de la moda. Ella decidió que simplemente había mujeres que habían desarrollado la capacidad para no respirar porque, de no haber sido por la disimulada intervención de su hermana, ella hubiera sido una de las tantas damas que habría sufrido un desmayo que hubiese atribuido al calor en el interior del salón y no al verdadero responsable: el tieso pedazo de tela que comprimía sus costillas.

Gigi, apodo dado por su hermana menor cuando esta recién había aprendido a hablar, suspiró con pesar. Pensó que podría hallar alguna amiga entre el grupo de debutantes, pero sentía que no sería así. Solo su prima, Emmeline, parecía no tener problemas con ella, y esa noche se hallaba ausente debido a un fuerte resfrío.

Al no desear seguir escuchando los rumores y conjeturas que el grupo de jóvenes ya debía estar tejiendo en torno a su persona, se dirigió hacia las puertas dobles que daban a las terrazas. Mientras no abandonase la seguridad del salón, donde su tía podía observarla con atención, no había problema alguno.

Inhaló hondo el aire fresco de la noche y deseó poder sacarse los guantes para aliviar la comezón que había empezado a sentir en alguna de las cicatrices. Pero sabía que eso era imposible.

Se detuvo junto a una columna y observó la noche cubierta de nubes. La tormenta se desataría en cualquier momento, y eso sería una buena excusa para marcharse. Su tía les temía y no querría quedar atrapada dentro del carruaje bajo la misma.

Estaba por ir a mencionar la llegada de la lluvia cuando escuchó voces del otro lado de la columna. Voces masculinas. Sabía que, si la descubrían espiando, podía meterse en problemas, pero la mención de su nombre la mantuvo oculta en donde se hallaba.

—¿En serio tu padre desea que cortejes a la señorita Grey?

—No seas absurdo. Su linaje no es el correcto.

—Quizás. Pero es una heredera y todos sabemos las deudas que tienes. Si no consigues pronto una esposa adecuada, te va a desheredar y todo quedará para tu medio hermano.

—Por favor, padre solo grita mucho, pero jamás le va a dar algo. Mi madre era una De Chambord. Su madre, en cambio… era una cualquiera.

—Era una heredera. Como varias de las jóvenes que hay aquí.

—Incluida la señorita Grey…

—Si tan solo no fuese tan… rara.

—Escuché que toda su familia era así. Sin mencionar las misteriosas circunstancias de la muerte de sus padres.

—Cada vez se parecen más a las viejas cotorras que se pasan estas reuniones debatiendo cuál de nosotros es el mejor candidato para su protegida.

—¿Tú qué opinas, Alasdair?

—Que deberían cerrar la boca e informarse mejor. Lo que sea que le ocurrió a la joven fue por salvar a su hermana, y eso es algo encomiable. Muchos de ustedes no moverían un pelo por su propia sangre —masculló con frialdad el aludido. El tono de su voz indicaba una clara molestia para con toda la conversación.

Gigi, sorprendida, se mordió el labio para no dejar escapar la gratitud que amenazaba con escapar de su interior ante la inesperada defensa. A excepción de su hermana menor, nunca nadie la había defendido y descubrió que eso le producía una sensación agradable.

En un impulso, decidió que si ese caballero le solicitaba un baile aquella noche, se mostraría lo más atenta posible. Quizás, aunque no albergaba muchas esperanzas en ese sentido, podría lograr atraerlo lo suficiente como para que pasase por alto sus defectos y deseara cortejarla.

Sin querer escuchar ni una sola palabra más de la conversación, en parte por temer descubrir que el caballero había sido convencido a cambiar de idea al ser presionado por sus pares nobles, retrocedió con lentitud de su escondite, detrás de la columna, y se aventuró de regreso a donde sabía que su tía se había acomodado para poder vigilarla con atención.

—¿Dónde estabas? —la increpó la dama tan pronto Gigi se halló lo suficientemente cerca—. Calpurnia, si me llego a enterar…

—Soy Gigi, tía —le recordó nuevamente el apodo que su hermana le había puesto. A sus padres les había parecido adorable y pronto ellos también se encontraron llamándola de aquella manera—. Solo estaba tomando un poco de aire fresco, tía. Sé lo mucho que te disgusta que atraiga la atención a mis manos de manera innecesaria. El aire frío alivió un poco la molestia.

—Ridículo. No eres uno de esos desagradables perritos falderos que tan de moda se han puesto.

—Su Majestad los adora, tía. No va a ninguna parte sin sus Corgies. Incluso estuvieron el día de mi presentación en sociedad —le recordó a la dama, quien, de inmediato, cerró la boca.

Gigi sabía que eso lograría callarla. A diferencia de sus propios padres, su tía se había visto forzada a casarse con su tío si no deseaba quedarse a vestir santos y, ante la inminente boda de su hermana menor, la envidiosa y rencorosa mujer no dudó en aceptar la propuesta del primer candidato aceptable que se le presentó.

Como si eso no hubiese sido suficientemente malo, ellos jamás tuvieron hijos y, cuando Effie y ella nacieron, ese odio pareció trasladarse a ellas. Sin importar nada de lo que hicieran, la mujer parecía siempre hallar una razón para criticarlas, lo que de niña siempre la había herido. De más grande, comprendió que su tía era simplemente una persona que parecía disfrutar de ser miserable y que anhelaba esparcir su malestar a todas las personas que las rodeaban.

Cuando su madre anunció que sería presentada en sociedad frente a Su Majestad, pareció ser la gota que rebalsó el vaso porque, al fallecer sus padres casi al final de su primera temporada, la mujer se hizo cargo del cuidado de ellas y todo pareció volverse una pesadilla.

Y aquello la había llevado a la situación de entonces. Su única esperanza era que, de alguna manera, su tutor, lord De Warenne, lograse ver tras la fachada que su tía exhibía en su presencia, porque definitivamente ni ella ni Effie lograrían sobrevivir a otro incidente como el de hacía un mes y medio atrás.

El recordatorio de lo ocurrido le produjo un escalofrío. Aún temía que su tía fuese a tener algún nuevo ataque

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