Emily, la esposa de conveniencia (Trilogía Hermanas Davenport 3)

Verónica Mengual

Fragmento

emily_la_esposa_de_conveniencia-2

Prefacio

Desde el principio

―No trate de moverse.

―Amberly, ¿eres tú? Acércate.

―Soy Emily, padre.

―Ven, rápido, siento que no me queda mucho tiempo.

―Dígame.

La pequeña de las hermanas Davenport sujetó la mano del hombre más importante de su vida.

―En el cajón de mi escritorio está mi testamento.

―No piense en esto, padre.

―Os he fallado, Amberly, lo sé.

―Soy Emily, pero no diga eso. Lo amamos.

―Quiero que firmes también el contrato matrimonial que hay debajo de mi testamento y que se lo lleves al señor Punset, el abogado del pueblo. Él sabrá qué hacer.

―¿Qué contrato matrimonial?

―Eres la mayor, Amberly, es tu responsabilidad velar por tu madre y tus hermanas cuando yo no esté. ―El hombre tosió y Emily se apresuró para darle un poco de agua. Él bebió unas pocas gotas.

―Lo sé, padre ―expuso con convicción.

―Tiffany acabará casándose tarde o temprano con George, es un buen chico. La dulzura de Emily la llevará hasta otro pretendiente que la aprecie, pero tú, mi niña mayor, serás la que debas sacrificarte por todas hasta que eso suceda. Por tu madre también. Cuídala, ha sido la mujer de mi vida.

―Lo haré, pero dígame, ¿cómo voy a sacrificarme? ¿Quién es él?

―Mi heredero, el señor Long, ha solicitado tu mano y se la he concedido. Quedaréis casados en cuanto lo firmes. Lo he atado bien.

―Pero…

―Sé lo que vas a decir, no me reprendas. Sé que incluso la tierra enfermó conmigo y que del huerto no nace nada comestible, las penurias morirán conmigo. Hay dinero, Amberly. Hay un fondo, una reserva, que no hemos podido tocar porque va ligada al título, y Dios sabe que no salgo de esta maldita cama desde hace demasiado tiempo y no he podido cuidaros como os merecéis. Se acabaron las carencias, él es abogado, lo investigué, cariño, jamás te entregaría a un hombre que no fuese bueno, porque tú siempre has sido la fortaleza de esta familia. Eres la indicada. Te queremos todos, mi niña.

―¿Qué ha hecho, padre…? No debió ―dijo sin levantar la voz y comprendiendo la gravedad de la situación.

―Era la única solución para que no acabaseis en la calle, o peor. Es un buen hombre, con fortuna propia. Lo juro, me lo han asegurado. Pero está amargado, Amberly. Nunca fuiste paciente, pero deberás serlo con tu futuro esposo. Él te necesita, tu serenidad. Le vendría bien también dulzura. Sé que es Emily la más tierna de las tres, pero ella es demasiado joven y él ha pedido expresamente a la mayor. Sé fuerte por todos, como tú eres. Este será el último sacrificio al que te obligue este viejo tonto. Te pido mucho, lo sé, pero no hay otra opción. El señor Long necesita una esposa y vosotras sois tres. No guardéis luto por mí, parto a un lugar mejor. Promételo. Promete todo.

―Lo prometo.

―Debía hacerlo, mi niña, organizar vuestro matrimonio era lo único que os salvaría. No me juzgues y, si has de hacerlo, perdóname, te lo suplico.

―No hay nada que perdonar, padre.

―¿Consentirás en mi última voluntad?

―Siempre, padre, siempre, porque lo venero y lo amo.

―Oh, mi niña, es justo lo que hubiese dicho tu hermana pequeña. Sois mis tres tesoros, mi mayor orgullo y logro, pero es la pequeña Emily la que siempre ha sabido ganarnos a todos con su bondad y gran corazón… ―El moribundo volvió a toser.

―Todas le amamos y sabemos que nos ama. No se angustie. Debe descansar, está demasiado fatigado.

―Cuida a Tiffany, ambas sois tercas como una mula, y trata de abrirle los ojos sobre George. Están hechos el uno para el otro. Él la ama.

―Lo haré.

―No permitas tampoco que nada malo le suceda a mi pequeña. No hay alma más cándida y pura que la de nuestra Emy. Ella siempre aprecia lo mejor de todos. Es única advirtiendo el alma de las personas.

―Gracias, padre.

―Mi Margaret. Dile que mis últimos pensamientos fueron para ella. No permitáis que nada le falte. Cuidadla y queredla como ella lo ha hecho.

―Lo haremos, padre. Lo prometo y juro por mi honor que haré cuanto haga falta para sacar adelante a esta familia.

―Mi Amberly, tan fuerte como la que más y siempre privándose en provecho de nosotros. Sabía que lo comprenderías.

El conde de Dorset, Marius Davenport, cerró los ojos para expirar en paz y con una sonrisa en el rostro, al saber que dejaba bien situadas a sus hijas y al fin los dolores de su larga enfermedad remitirían. El contrato que él había acordado con el heredero del condado estaba blindado, y aunque no hacía falta la firma de su hija Amberly, quiso que ella lo rubricase, porque la conocía bien y seguro que le haría perder los estribos a su futuro esposo. Esa obligación moral que le había impuesto, con la firma, la ayudaría a aguatar en su matrimonio por el futuro del resto de las mujeres de la familia Davenport.

El señor Phillip Long tenía un buen corazón y era justo. Eso le había dicho el abogado del pueblo, porque había contratado a un investigador, el mejor que pudo pagar. El ya difunto Dorset había gastado sus últimas libras en cerciorarse de que su Amberly estuviese en buenas manos, pero también le dijeron que su futuro heredero era un hombre difícil, lleno de amargura.

Lo hubiese casado con Emily si esta fuese la mayor, porque su hija pequeña veía luz en cualquier oscuridad y carecía de maldad, pero era la menor. Con dieciocho años recién cumplidos no estaba preparada para hacer frente a un hombre de treinta años que sería duro como una piedra, probablemente. En cambio, Amberly era fuerte, más que Tiffany, y ella podría doblegarlo.

La hermana pequeña de las Davenport, quien aún sostenía la mano de su difunto padre, se soltó. Se acercó a él y le dio su último beso. Quería llorar pero no había tiempo. Tenía una misión.

Salió de la alcoba sin decir nada a nadie, ni sobre la conversación que había mantenido, ni sobre que su padre no se encontraba en el mundo de los vivos.

Fue directamente al despacho del difunto conde de Dorset. Abrió el cajón y encontró los papeles. Los leyó, no entendió mucho pero sí lo suficiente para saber lo que tenía que hacer. Tachó el nombre de su hermana Amberly y colocó el suyo. Luego firmó al lado del de su padre. Se los llevó consigo y partió al pueblo sin demora para entregarle la documentación al señor Punset.

El nuevo conde de Dorset llegaría en breve, y si no se casaba con él estarían en la calle, porque Emily se negaba a permitir que Amberly se volviese a sacrificar por ellas una vez más. El futuro inmediato de las dos hermanas y su madre estaba en el aire y no había más solución que aceptar la propuesta matrimonial que llevaba en las manos. Su padre lo supo al igual que la joven lo comprendía en estos momentos.

Cuando Emily salió de la casa, antes de partir, se paró para observar la gran mansión que una vez fue espléndida. Era lo mejor que podía hacer, lo único de hecho. Su suerte estaba echada.

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