Si me quisieras

Arlene Sabaris

Fragmento

si_me_quisieras-4

Capítulo 1

La voz en mi cabeza vuelve a estallar en un escandaloso cántico repetido, ordenándome que apague el televisor. La serie de suspenso que estoy mirando ya casi está llegando a su último capítulo, y a pesar de que son las dos de la madrugada, me niego a pulsar el botón del control remoto para detenerla. Mañana debo trabajar muy temprano y sin embargo aquí estoy, observando a los insípidos personajes descubrir un asesino que hace dos capítulos ya he descubierto (estoy segura de saber quién lo ha hecho).

Espero a que se marque «recibido» el mensaje que le he escrito a Marco unos minutos atrás. A veces hace eso... me coloca un mensaje, le contesto y luego pasa un buen rato para que responda nuevamente. Pareciera que se le ocurre decirme algo, lo escribe sin pensarlo mucho y luego se pone a hacer quién sabe qué, porque pueden pasar días sin que sepa de él. No sé por qué me escribe, pero peor aún no tengo idea de por qué respondo. Tengo rabia conmigo misma otra vez, decido alejar el teléfono y, enfrentémoslo, es médico y tiene razones para estar despierto a estas horas, pero yo, por el contrario, debo lucir descansada y feliz como una mariposa en menos de cinco horas para mostrar mi mejor cara a un equipo de ventas de diez personas. Me gusta mi trabajo. He avanzado velozmente en estos últimos tiempos y lejos ha quedado la pasante presurosa que recorría las oficinas de la multinacional farmacéutica, tratando de suplir las necesidades de todo el que me llamara. Hace ya seis años de aquella reunión en la que me avisaron que podía quedarme como empleada fija dando asistencia administrativa. Me habían asignado específicamente al área de Registros, que era el lugar más aburrido del mundo pues yo tenía un grado recién adquirido en Mercadeo, pero era trabajo, en un lugar importante donde había muchos chicos guapos. Además, quedaba muy cerca del apartamento que compartía con mi mejor amiga y pagaban muy bien, incluso cuando solo era pasante. Sin embargo, mis metas eran claras, yo me quería ir al Departamento de Ventas... allí estaba la actividad más interesante de toda la empresa y tocaba ir a mostrarle los medicamentos a los médicos más encantadores. ¡Un trabajo genial!

No fue tan fácil cambiar el rumbo. El puesto de visitador era muy codiciado y tocó esperar tres años a que se abriera una vacante. Estuve tentada a buscar otro trabajo, pero la economía iba de mal en peor y debía dar gracias al universo que no fui víctima de una de las múltiples reducciones de personal que se dieron en aquella época. Sobreviví con estoicismo a las crisis y aproveché la oportunidad cuando se presentó. Ahora tengo mayores responsabilidades y mañana es un gran día para mi equipo pues lanzaremos un nuevo producto.

Decido, sin titubeos, llevar mi móvil al salón de estar para recargarlo y regreso a la habitación decidida a dormir. El pijama de rayas azules casi borradas se confunde con las sábanas de cuadros y parezco una pintura vanguardista mientras me preparo para finalmente ir a la cama. Nunca he podido conciliar el sueño si me siento prisionera, y la coleta que recoge mi cabello corto pronto desaparece dejando los rizos dorados esparcidos en la almohada. El edredón me cubre por completo y arropo mi cara con él, percibiendo el suave perfume de jazmines del detergente nuevo que he comprado, ha sido una buena adquisición. Me entretengo con cualquier pensamiento irrelevante cuando escucho el sonido del mensaje que han respondido. Vuelvo a cubrirme con el edredón tapándome el rostro, no pienso levantarme a responder... «¡date valor, mujer!», me digo y respiro profundo para creerlo. No... ya he esperado una hora, y si bien quiero saber lo que dice, no voy a darle la satisfacción. Lo veré mañana... da igual, estoy dormida, o al menos debería estarlo. Quizá debería levantarme a colocar el móvil en silencio, así ya no lo escucho... ¡No! ¡Es una trampa! Que chille cuanto quiera, no iré... lo leeré por la mañana. Y así, luchando con mis más temidos demonios, venzo al fin y consigo olvidar que ha escrito.

Duermo profundamente casi enseguida, pero las horas pasan volando y de repente son las siete de la mañana y la lejana melodía del móvil anunciando que debo tomar agua me despierta. Ya en pie, descubro las cortinas del amplio ventanal de mi cuarto, es una de las razones por la que escogí este piso, bueno... eso y que la estación del tren está a unos pasos y en días como hoy, que la lluvia amenaza con empapar la mañana, pues es de lo más conveniente. El paseo de la Bonanova se muestra ligeramente activo ante mí, las calles húmedas reciben sus primeros visitantes y el sol, aunque tímido, despide sus primeros rayos reflejándose sobre la calle recién despierta. Respiro con profundidad y doy vuelta para continuar mi rutina de la mañana. Remuevo de su perchero el vestido violeta de falda a media pierna que me han regalado en la oficina por mi cumpleaños, espero que me quede, porque esta tela se ajusta al cuerpo como guante a la mano. El escote discreto en forma de corazón, las mangas cortas al estilo tulipán y la cintura ajustada me dicen que ha sido Paula quien lo ha escogido. Estas caderas no caben en todas partes y por más que me guste eso cuando uso pantalones, necesito que el cliente, esta mañana, mantenga los ojos en la presentación. Incluyo una chaqueta oscura de mangas tres cuartos a mi vestuario, pero dudo de mis zapatos negros de tacón con esta lluvia. «Son solo unos pasos...», pienso y decido ponérmelos de todos modos. Debí suponer cuando me corté el pelo este verano que estos rizos no iban a llevarse bien con la lluvia. Lucen más encogidos de la cuenta, así que coloco una pisa pelo de piedras brillantes para apaciguarlo al estilo Marilyn Monroe y así verme menos divertida. Me maquillo sin exagerar con un labial lila y delineo mis ojos; los días grises se reflejan en ellos y un poco de rímel les dará más luz. ¡Vamos, que luzco preciosa! Si no nos compran la investigación, al menos me harán la foto para la revista médica del mes. Me dirijo con mi paraguas hacia el tren, resistiendo las ganas de leer el mensaje de Marco, asumiendo que en realidad sea suyo. Esperaré a estar en el vagón porque así no podré responder de inmediato. Voy armando la presentación en mi cabeza y rezando que mi equipo tenga todo listo. Cuando termine esta reunión debo dar una charla de bienvenida al personal de nuevo ingreso, almorzaré con mi amiga Laia y espero ir a casa temprano. Es viernes. El vagón llega y entro con impaciencia esperando encontrar un asiento vacío. Por suerte, un chico se pone en pie para la próxima parada y solo voy unos minutos sosteniéndome del extremo de un asiento. Finalmente abro el bolso y tomo el teléfono con la misma curiosidad que vencí minutos antes cuando lo he agarrado de la mesa de mi habitación sin mirarlo. Efectivamente, tengo no uno, sino varios mensajes de él.

Viernes 2:22 a.m.

Marco: ¿Estás despierta?

Marco: ¿Raquel?

Marco: ¿Ahora vas a ignorarme? Supongo que todas las dominicanas que conozco me ignoran...

Marco: Te escribía, además de saber cómo estabas y si te había gustado la película, porque he decidido ir al congreso...

Marco: Tú estarás allí, ¿no? No pensaba ir, pero he cambiado de opinión y me voy mañana para aprovechar el fin de semana... bueno, hoy... es de madrugada.

Marco: Estás ahí leyendo en silencio o ya estás dormida?

Marco: B

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