Rosemary, una institutriz soñadora (Institutrices 1)

Verónica Mengual

Fragmento

rosemary_una_institutriz_sonadora-2

Prefacio

Desde el principio

—De acuerdo niñas, esto no puede continuar así. —La directora de la escuela para señoritas Dama Perfecta, Mayra Queen, no sabía qué hacer con las tres chiquillas que tenía delante. Estaban descontroladas.

—No hemos hecho nada malo. Lo prometemos —tomó la palabra la pequeña Rosemary Aldrich, dado que sus compañeras no decían nada, y decidió convertirse en la portavoz de las acusadas.

—Explícame entonces cómo fue que Robertha Thompson terminó mojada en el río —levantó la ceja interrogativa.

Rosemary se tomó dos minutos para analizar la situación. Robertha era de esas niñas que se creía mejor que todas, que siempre andaba molestándolas y haciéndolas sentir mal por el mero hecho de ser sobrina, según ella decía, de un importante noble. Cierto que el grupo de tres no tenía ni idea de quién o quiénes pagaban su estancia en esta escuela a la que habían considerado su hogar. Pero también era verdad que nadie de las allí presentes podría considerarse más que otra, porque ese lugar era su casa y entre sus paredes ellas debían ser como hermanas. De hecho este era el pensamiento de Rosemary; probablemente las dos compañeras que estaban sentadas a su lado en el despacho de la señorita Queen no compartiesen su visión, porque Marianne se aferraba a la realidad más empírica y Philomena siempre se ponía en lo peor.

Justo estaban en esta situación por Philomena. Su amiga no toleraba las injusticias y, según su visión, Robertha iba a encontrar el modo de que las castigasen a las tres por salir sin autorización a dar un paseo en cuanto fuese con el cuento a alguna maestra, de modo que por lo menos se llevaría la reprimenda por algo más severo. Así fue como la malvada Bertha, tal y como las tres se referían a ella, acabó mojaba. Rosemary barajó sus opciones y decidió que la verdad no podía ser dicha de esta manera.

—Es muy fácil, señorita Queen. Nosotras estábamos aprendiendo la lección sobre la vida natural que nos había explicado la señorita Percival, sobre el sol, los animales y el agua. Entonces nos cruzamos con Robertha y, sin querer, tropezó y cayó, con tan mala suerte que fue directa al agua.

Esto último no era mentira del todo, porque la chiquilla trató de tirar al río a Philomena y una piedra la hizo perder el equilibrio, y su amiga aprovechó para darle el golpe de gracia y que ella solita se zambullese en el río. Además, le venía muy bien el remojón porque la pobre Bertha estaba muy acalorada, riñéndolas por salir de la escuela. Rosemary sospechaba que la malvada Bertha tenía celos de que Marianne se hubiese hecho muy buena amiga del niño de la finca vecina y de ahí que siempre las estuviera persiguiendo para verlo a él. Ese chiquillo era el hijo de un conde y el motivo que llevaba a esa niña remilgada a interesarse por todas y cada una de las hazañas que realizaban las tres amigas.

—No es eso lo que Robertha sostiene, jovencitas. —No era la primera vez que las tres tenían problemas con la otra alumna. Mayra no era boba e intuía que siempre no podía ser culpa de las tres, no obstante la familia de la que había acabado empapada era muy influyente y en ocasiones la ponía sobre las cuerdas.

—Está bien, señorita, le diré la verdad. Bertha… —Rosemary decidió confesarse.

—Robertha —la corrigió la directora del centro, porque el apelativo no gustaba a la afectada.

—Discúlpeme. Sí, Robertha trató de salvar al vizconde Midleton de una caída y fue por ello que, al tropezar, terminó empapada y él a salvo. —Ponerla como la heroína haría que la malcriada no las contradijese.

—¿Ustedes, señoritas, no piensan decir nada? —Se volteó ligeramente para mirar a las que estaban inocente y sospechosamente calladitas.

—Ha sido como lo ha contado Rosemary —dijo Philomena. Marianne permaneció en silencio pero asintió.

—Volveré a entrevistarme con Robertha y tomaré una decisión al respecto. Sin embargo, no quiero que vuelvan a salir del recinto sin aprobación. Es peligroso que estén solas fuera de estos muros.

—Sí, señorita —contestaron al unísono obedientes.

—Les quedan dos años en esta escuela para ser las perfectas señoritas. Podré colocarlas como damas de compañía o institutrices en una buena familia, incluso las tomaré en atención para ocupar una plaza aquí mismo, solo si son buenas en sus aptitudes.

—Se lo agradecemos —respondió Rosemary.

—Pero, del mismo modo, les advierto que su futuro está en mis manos y no consentiré más riñas ni malos comportamientos o las enviré el día que finalicen su estancia al lugar más recóndito del reino. ¿He sido lo bastante clara?

Las tres tragaron saliva, temerosas porque nunca la habían visto en esta posición tan autoritaria.

—Sí, señorita —respondieron cuando lograron recuperarse del shock.

—Recuérdenlo si no quieren acabar trabajando para un ogro del pantano. —Tenía que hacerlas entrar en vereda porque se acercaba el momento en que debían demostrar ser unas grandes señoritas y, en su escuela, todas las chicas que salían de allí, conseguían ser las mejores en etiqueta, comportamiento y nociones aprendidas. Las tres contaban ya con quince años y era el momento de que comprendieran lo que se esperaba de ellas.

De las tres que tenía delante solo le preocupaba una en cuestión, porque tarde o temprano el padre acabaría reclamándola, y que Dios la protegiese cuando todo se supiera. Ese puente lo cruzaría llegado el momento.

Las tres muchachas salieron raudas del despacho de la directora. En la misma puerta sellaron un pacto por el cual comenzarían a comportarse como exigía la señorita Queen. Si ella era la que dispondría su destino, a ella sería a la que contentarían con su buena actitud y predisposición. Ninguna de las tres dudó en que los próximos dos años iban a materializarse en las alumnas más modélicas y ejemplares que alguna vez había habido en la escuela. Todo con el fin de conseguir un buen empleo y no acabar a las órdenes de una dama tirana, o peor, un ogro del pantano, tal y como había señalado la señorita Queen.

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