La amante del ángel caído (El corazón de un libertino 7)

Kathia Iblis

Fragmento

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Prólogo

Arabia, golfo Pérsico

Bahrain

1860

Su alteza el príncipe Farid Haidar Al-Zaidani se paseó por los jardines del palacio, ajeno a la belleza de la luna llena y cómo parecía bañarlo todo transformándolo en un escenario digno de Las mil y una noches.

Tampoco les prestó atención a las mujeres del harem que a diario peleaban por atraer su atención. No. Su mente estaba en otra parte. Se hallaba en dos pequeñas, mitad bárbaras, que vio aquella misma tarde en el mercado acompañadas de una niñera inglesa y otra mujer cuyo rostro jamás podría olvidar. El de su propia madre… Fátima.

Cualquiera pensaría que ya habría superado su abandono, pero no era así. En especial porque no podía dejar de sentir que había mucho que su padre le ocultó al respecto de esa cuestión.

Con ayuda de Raafe, su fiel sirviente y mejor amigo, no le fue difícil llegar a esa conclusión luego de lo que este logró descubrir. Maldijo por lo bajo mientras se pasaba una mano por sus largos cabellos, ahora sueltos. Sentía la imperiosa necesidad de saber la verdad a cualquier precio.

—¿No desea algo de compañía, mi príncipe?

—Retírate, Aaliya. El príncipe no te ha convocado a su presencia. —La oportuna intervención de Raafe le evitó tener que lidiar con los berrinches de la odalisca.

Desde hacía un tiempo, y por una única noche que pasaron juntos, se creía con más derecho del que le correspondía, y eso a menudo causaba problemas con las restantes mujeres del harem. Sin mencionar que se estaba convirtiendo en un verdadero dolor de cabeza.

Ya bastante tenía con los intentos por parte de su padre, el jeque, por comprometerlo con la caprichosa Zafirah, hija de Nasir, uno de sus más leales consejeros. Pese a su indescriptible belleza, su personalidad simplemente se le hacía incompatible con la suya en grado sumo.

De hecho, y eso era algo que aún no había compartido con nadie, ni siquiera con Raafe, no estaba del todo seguro respecto a desear continuar formando parte de la vida de palacio.

Era consciente de que su padre no estaría para nada complacido, pero, dado que él no era el primogénito, estaba seguro de que su partida, a la larga, ayudaría a calmar un poco las cosas en palacio. Las intrigas palaciegas jamás fueron algo que a él le importase y menos aún la cuestión de la sucesión al trono.

—¿Qué ocurre, Farid? —La voz de Raafe lo abstrajo de sus pensamientos.

—Tan solo estoy anhelando la libertad que existe fuera de estas paredes, mi amigo —susurró el príncipe finalmente fijando su mirada en la luna. Inhaló hondo varias veces y sintió como el aire nocturno traía consigo los aromas de las especias tan típicas de sus tierras.

También escuchó el sonido de los camellos y cómo Faruk, su más preciada montura, relinchaba en sus caballerizas, probablemente intentando dejarle en claro a sus cuidadores que debían andar con cuidado en su trato hacia él.

—¿Desea el príncipe visitar a su tío y pasar un tiempo entre los beduinos?

Ante esa pregunta no pudo más que sonreír. Porque, efectivamente, así era. Aunque se suponía que Raafe había sido un obsequio para él cuando apenas eran unos niños, Farid jamás lo vio como su propiedad; y por el contrario, siempre lo trato con igualdad. Algo que fastidiaba en extremo a su familia, pero luego de un desagradable incidente con uno de sus hermanos, optaron por no volver a cuestionarlo.

Volvió a sonreír al recordar el rostro de Ahmed cuando él lo atacó por haber osado mandar azotar a Raafe cuando este se rehusó a obedecer una orden que implicaba dañar a las dos pequeñas que, en aquel entonces, él aún no sabía, eran sus medio hermanas.

Luego de eso, Ahmed y él jamás volvieron a tratarse de la misma manera. De hecho, apenas sí se toleraban. Las pocas veces que se los podía ver a uno en compañía del otro era cuando su padre requería de su presencia en algún evento.

Lo que le recordó al príncipe que pronto sería el cumpleaños del jeque y este estaría esperando un obsequio digno de su estatus, algo en lo que Farid siempre lo complacía.

—Visitemos al tío hasta que debamos regresar con el obsequio del jeque.

—Creí que Saif lo traería él mismo.

—Dudo mucho que al tío le importe mi visita… Necesito salir antes de que termine haciendo algo de lo que me arrepienta —mascullo mientras se apresuraba a sus aposentos a cambiarse de ropa.

Raafe comprendió sus palabras al instante. Desde hacía un tiempo atrás, su príncipe no era feliz y no lograba descubrir qué era lo que necesitaba para volver a hallar esa felicidad perdida.

Se apresuró a seguirlo y media hora más tardes ambos galopaban por la medina. Con sus ropajes negros nadie lograría discernir sus identidades, a excepción del porte de Farid y sus impresionantes ojos pálidos en su rostro moreno. Detalle que lo volvió el favorito de su padre desde el mismo instante de su nacimiento.

—Vamos, amigo, por unos días… seamos libres —declaro con pasión el príncipe. Aflojó el agarre en las riendas de Faruk y permitió que el animal galopase a toda velocidad, algo que a menudo solía hacer. Un fiel reflejo de su amo y amigo.

***

La pequeña Evelyn Moore rio mientras el beduino le mostraba los trucos que su camello podía hacer. Tal como si fuese un caballo entrenado, el enorme animal sacudía la cabeza para saludar, contaba hasta tres e incluso hacía una reverencia inclinando una de sus largas patas.

—Evie, cariño, no molestes al señor —le indico su padre, que se hallaba a una corta distancia hablando con su buen amigo Saif, quien la niña sabía era el líder de la tribu beduina que en aquellos momentos se encontraba tan solo de paso en camino a uno de sus tantos puestos de comercio.

A diferencia de otros años, esta vez su padre decidió que, de ser posible, pasaría unos meses con la tribu mientras él buscaba algún nuevo tesoro arqueológico. Luego de una seria discusión con su tía, milady Courtenay, con quien hasta el momento ella vivió desde el fallecimiento de su madre y mientras su padre se hallaba lejos. Ese año se alejarían del invierno londinense y disfrutarían de los misterios de las noches árabes.

—Ven, pequeña, mira… —Esta vez el hombre le mostró una pequeña jaula en cuyo interior se podía observar una clase de mono pero nada que ella hubiese visto antes. Le recordaba a un oso de peluche en su tonalidad amarronada clarita y sus ojos amarillos, pero su mirada era inteligente… y la pequeña notó que la pobre criatura pese a apenas ser joven sufría encerrada en aquel confinado espacio.

Dio un paso, y metió una mano por entre medio de las rejas y el animal se la sujetó con delicadeza. Se observaron mutuamente, pero antes de que ella pudiera hacer o decir algo, el hombre la tenía sujeta por la cintura y se alejaba con ella a toda velocidad.

Pero entre sus gritos, los del mono y la conmoción general que se armó, el hombre no llegó lejos antes de hallarse bajo el filo de una cimitarra. Enfurecido, sus ojos, la única parte de su rostro que se podía ver, dejaban en claro lo que consideraban de semejante traición.

—¡Mi niña! —Alarmado, su padre la abrazó con fuerza, pero la pequeña aún aferraba con fuerza la jaula y la mano del anim

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