Te amaré por siempre (La chica de mis sueños 2)

Indhira Jacobo
Indhira Jacobo

Fragmento

te_amare_por_siempre-3

En medio del dolor

No existe amor en paz. Siempre viene acompañado de agonías,

éxtasis, alegrías intensas y tristezas profundas.

Paulo Coelho

Arrastrando los pies, llego a mi casa. Me duele la cabeza y siento el cuerpo pesado. Una vez más agradezco a la virgencita que no hay nadie, mi hermano no ha llegado del trabajo, confirmo la hora y me doy cuenta de que tengo tiempo para ducharme y acostarme a dormir. No quiero tener que enfrentarme a un interrogatorio, por lo menos no hoy.

Necesito una aspirina con urgencia, ¡mierda! Ni siquiera sé si puedo tomar una maldita aspirina.

Al llegar al baño, me miro en el espejo, estoy pálida, tengo los ojos rojos e hinchados. No me reconozco y no me gusta mi reflejo.

Siempre he sido amante de los baños después de un día agotador, para relajarme, hoy tengo ganas de tomar una ducha rápida que acabe con todo.

«Como si una ducha hará desaparecer este dolor que siento».

Porque no solo me duele el cuerpo, sino que también me duele el alma.

Me desvisto y me meto debajo del chorro de agua caliente, y nuevamente las lágrimas me asaltan. Quiero parar de llorar, pero las lágrimas siguen cayendo, parece como si tuvieran vida propia.

«Se casó».

«Fue algo de último momento», dijo.

—Último momento, ¡una mierda! —grito—. Te casaste porque quisiste. Preferiste escogerla a ella y destrozarme la vida a mí.

Varios sollozos se escapan de mi boca y las fuerzas me abandonan. Poco a poco me deslizo contra las baldosas y me dejo caer en el piso de la bañera.

Encojo mis piernas, las rodeo con mis brazos y escondo mi cabeza entre las rodillas.

Me quedo bajo el chorro de agua caliente pensando en todo lo que ha pasado en estos últimos meses. En cómo ha cambiado mi vida. Yo, que siempre fui una persona precavida, inteligente, que intentaba evitar cualquier tipo de problemas.

No entiendo cómo me metí en algo que no iba a poder manejar. Sabía que estaba mal, pero no supe detenerme a tiempo. Mi cabeza siempre supo que él no la dejaría, pero mi corazón escogió creer. Puede que sea la romántica que llevo dentro que pensó que se quedaría conmigo como en las telenovelas o en los cuentos de hadas.

¿Quién en su sano juicio iba a dejar a una rica heredera que le permita entrar en la crema y nata de la sociedad italiana? Nadie, y mucho menos para estar con una simple empleada que apenas está comenzando en el mundo.

Salgo de la ducha cuando ya se ha acabado el agua caliente y tengo las manos arrugadas, me pongo el pijama, me meto en la cama y vuelvo a llorar. Lo último que recuerdo antes de caer rendida es que mi vida es una mierda y que soy la persona más infeliz en la faz de la tierra.

—¡Hey! —Escucho que alguien me llama mientras me dan palmaditas en el hombro. Abro los ojos y me encuentro con la mirada de preocupación de Alex, la misma que me ha lanzado en los últimos días cada vez que nos vemos—. Despierta, dormilona.

—¡Hola! —lo saludo con la voz ronca. Tengo la garganta reseca—. ¿Hace cuánto que estás en casa?

—Hace una hora más o menos. Solo he venido a bañarme y por un poco de ropa, este fin de semana me quedo con Michelle y no quería marcharme sin hablar contigo —me dice mientras me incorporo. Miro por la ventana de mi cuarto y ya ha oscurecido.

—¿Qué hora es?

—Son pasadas las ocho.

—¿Qué ocurre?

—Nada, solo que casi no te veo y quería saber cómo van tus cosas —se interesa al mismo tiempo que me examina como si fuera un bicho raro bajo un microscopio.

—No hay mucho que contar, todo está como siempre.

Mi hermano resopla.

—Como siempre significa que sigues sin alimentarte como es debido, estoy muy preocupado, Adri, cada día estás más delgada, parece que te estás consumiendo desde adentro. No puedes seguir así. Tienes que ver a un médico.

—Fui a ver a un doctor —respondo a la defensiva, un poco más alto de lo que debería, e inmediatamente me pincha la sien. Cierro los ojos, me llevo los dedos al lugar de mi molestia y masajeo en pequeños círculos—. Me ha dicho que tengo problemas de tiroides y que por eso estoy perdiendo peso.

«Y que estoy embarazada... ¡Ah! También me ha recomendado abortar».

—Me alegra escuchar eso. ¿Por qué no me comentaste que irías a verlo? Hubiera sacado un tiempo para acompañarte.

Se acomoda a mi lado y apoya la cabeza en la cabecera acolchada de mi cama.

Abro los ojos y me asalta la culpa. Alex siempre se ha preocupado y ha cuidado de mí, me duele no poder contarle la verdad.

—¿Qué más te dijo? —me pregunta, y me entra pánico, de repente tengo miedo de que haya percibido mi angustia.

—¿Qué te hace pensar que me dijo algo más?

—Por favor, Adriana, no hay que ser médico para saber que no te encuentras bien. ¿Es que no has visto lo pálida que estás? Algo más has de tener aparte de ese problema de tiroides —dice, y el tono es demasiado alto para mi cabeza.

Me acaba de llamar por mi nombre, muestra de que está hablando en serio y que no está para juegos.

—También ha dicho que tengo anemia —miento descaradamente—, debo tomar unas vitaminas, y, por favor, baja la voz que me duele la cabeza.

—Lo siento, no quiero ponerme pesado, pero entiéndeme, estoy muy preocupado por tu salud. —Ladea la cabeza y me mira detenidamente—. Le dije a mami que cuidaría de ti y últimamente siento que no te he dedicado el tiempo necesario.

—No seas exagerado, Alexander, que no soy una niña —me quejo con cierta irritación—, es solo una anemia y pronto estaré bien.

Me mira sin estar del todo convencido, así que me apresuro a decir suavizando la voz:

—Te lo prometo.

Me estudia con sus ojos grandes durante unos segundos hasta que finalmente asiente con la cabeza.

—También te desperté porque tengo que comentarte algo.

Ahora es mi turno de observarlo cautelosamente. Conozco esa mirada y por lo general viene acompañada de algo que no me va a gustar.

—Michelle no deja de quejarse de que casi no nos vemos, como últimamente estoy saliendo tarde del trabajo, a veces hago doble turno; solo la veo los fines de semana.

—Ajá.

Tomo un hondo respiro y retengo todo el aire de mis pulmones.

—Pues que me ha propuesto irnos a vivir juntos —dice y su tono de voz deja entrever que hay algo más importante aún.

Vuelvo a respirar más tranquila. No es lo que esperaba que dijera, pero teniendo en cuenta que llevan saliendo juntos tres años no es algo que me sorprenda.

—Felicidades.

Lo miro a los ojos y le digo con toda la sinceridad de la que soy capaz a pesar de mi falta de entusiasmo.

Michelle es una excelente muchacha, muy bien criada, estudiante de Medicina y, lo que es mejor aún, está loca por los huesitos de mi hermano.

—Me alegro mucho por los dos.

—Bueno, aún no le he dicho que sí, le dije que tenía que comentarlo contigo primero.

—¿Conmigo? —inquiero sorprendida—. Si me estás pidiendo permiso, de una vez te digo que no me molesta que se venga a vivir con nosotros; la casa es grande, es más, hasta sobra espacio.

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