Tú eres mi victoria

Chris Razo

Fragmento

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Capítulo 1

Victoria

—Victoria, me pregunta la paciente si le puedes dar la receta o tiene que ir a su médico de cabecera.

—Tranquila Mery, se la hago en un momento y se la das.

—Gracias.

Me llamo Victoria y trabajo en el Hospital Montepríncipe de Madrid. Solo llevo cuatro meses trabajando aquí, pero… siempre hay un pero, ¿no? Yo también lo tengo. Mi marido es el jefe del equipo, y tengo que luchar todos los días para demostrar que obtuve mi puesto porque valgo, y no por ser la mujer de nadie. Hay gente maravillosa, pero también hay gente con gran maldad.

Se me olvidó un dato importante. Soy ginecóloga, y me apasiona mi trabajo. Hace cinco años que trabajo de esto, y no puedo estar más encantada con la carrera que elegí.

Antes trabajaba en otro hospital, y aunque estaba bien allí, lo cierto es que tenía casi una hora de camino para casa, y al final la insistencia de mi marido ha podido conmigo.

Hace cuatro años que nos casamos, y llevamos juntos casi ocho. Nos entendemos, nos queremos, y compartimos profesión, supongo que eso lo hace todavía más fácil.

Aún recuerdo el día que nos conocimos. No fue precisamente trabajando. Yo tenía veintisiete años por ese entonces, estaba en mi tercer año de carrera, y fui a una revisión ginecológica. Estaba pensando en utilizar algún método anticonceptivo, pero antes de eso, necesitaba que me hicieran una revisión. Y ahí estaba él, con su pelo castaño, sus ojos cristalinos, y una sonrisa que, en ese momento, me pareció la más bonita del mundo. Es indiscutible que ese día entre los dos saltaron las chispas, pero estaba claro que él estaba trabajando, y yo era muy joven. Estaba segura de que no era la primera chica que veía, y con la que se quedaba embobado.

Me mandó unas pruebas y me citó para verme en quince días. Y no fue hasta entonces que entablamos conversación. Le dije lo que estaba estudiando y se ofreció a dejarme unos libros, incluso a pasarme información que él tenía, de todos los años que llevaba trabajando. Al final se me olvidó el motivo por el que había ido a la consulta.

Después de eso, todo fue muy rápido. Me ayudaba a estudiar, iba a recogerme a la facultad, salíamos a cenar, me invitaba a cenar. Era un hombre, bueno sigue siéndolo, muy atractivo. Desde entonces, no nos hemos separado. En poco menos de un año, nos fuimos a vivir juntos, y tres años después nos casamos. Él es el jefe de equipo de ginecología desde hace cuatro años y, desde entonces, ha querido que trabaje con él. Yo nunca he querido, siempre he odiado que me digan que estoy en algún sitio por enchufe. A mí nadie me ha regalado nada, si estoy aquí es porque me lo merezco, pero me molesta profundamente que tenga que demostrarlo todo el día.

He de decir también que trabajar con tu marido, tiene bastantes inconvenientes, sobre todo cuando él es tu jefe. Broncas, discusiones, y algún que otra mala cara en casa. Por mi parte, porque él tiene el poder de llegar a casa, y dejar los conflictos en la puerta. Yo soy incapaz. Sé que eso es un problema, pero no puedo evitarlo. Supongo que sus años de experiencia no son los míos y que, algún día, aprenderé a lidiar con ello.

—Hola, cariño. ¿Qué tal el día? —me pregunta cuando llego a casa.

—Hola. Un día duro, pero como todos los días.

—¿Ha ocurrido algo?

—No, Róber. Nada. Todo como siempre.

—¿Sigues pensando que te equivocaste aceptando este trabajo?

—Sigo pensando que las decisiones que se toman no son para luego arrepentirse, pero quizás si volvieras a insistirme con el tema, te diría que no.

—No tienes que hacer caso a los comentarios. A ti eso nunca te ha importado.

—Lo sé. Pero también sabes que soy buena en lo que hago, y que no estoy ahí solo por acostarme con el jefe.

—¿Acostarte con el jefe? Pensaba que era tu marido.

—¡No te enfades! Eres mi marido o, por lo menos, eso dijo el cura. Aunque también nos acostamos, ¿no?

—¡Eres una pájara! —Los dos nos reímos, y él me besa.

—Sabes que te quiero, ¿verdad?

—Bueno, tengo una ligera idea, pero no creas que lo tengo muy claro.

—¡Serás cretino!

—¡Un respeto a tu jefe y a tu marido!

—¡Vaya! ¿Así andamos? ¿Y qué podemos hacer para remediarlo?

—Se me ocurre alguna cosa.

—¿Sí? Tendrás que darme una pista… —Se acerca a mí y me besa. Una noche de sexo para compensar un mal día en el trabajo.

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Capítulo 2

Nadie dijo que fuera fácil

Al día siguiente las cosas se hacen demasiado complicadas.

Hoy tengo la suerte de conocer al médico con el que tendré que trabajar mano a mano. Durante estos cuatro meses no nos habíamos visto. Aunque cuando se acerca a mí, me doy cuenta de que hemos coincidido varias veces en los pasillos, y en el ascensor.

—Hola soy Vic… —Ni siquiera me deja terminar.

—No tengo tiempo de presentaciones. No creas que me hace ilusión tenerte detrás de mi culo todo el día. No tengo tiempo de enseñar a niñitas que acaban de salir de la universidad, lo siento. No esperes que entablemos ningún tipo de conversación. Limítate a oír, ver y callar. Eso será lo más correcto.

—Perdona, pero yo no soy ninguna niña recién salida de la universidad. Llevo cinco años trabajando. Y lo siento, pero no me han traído aquí para ver, oír y callar, así que sintiéndolo mucho tendrás que oírme muy a menudo.

—Todos sabemos por qué te han traído aquí. —Dice eso y se marcha.

—¿Se puede saber qué le pasa a este cretino?

—Victoria, Javier iba a ser jefe de equipo, pero finalmente tu marido se quedó con el puesto. Se odian desde hace años. Y no creo que sea muy buena idea que tengas que trabajar a su lado. Ten por seguro que te hará la vida imposible —me dice Gabi. Ella lleva años trabajando con él de enfermera. Creo que se avecinan tempestades.

¿Por qué se le ha ocurrido a mi marido ponerme con él? ¿Qué quiere? ¿Demostrar que él es el jefe? A mí, francamente, me está haciendo un flaco favor.

Me duele en el alma que mi marido sea capaz de ponerme con este hombre, sabiendo que me hará la vida imposible.

Ahora me doy cuenta de lo bien que estaba antes y que el venirme aquí ha sido una pésima idea.

El día se me hace larguísimo, algo que ya esperaba. Javier no me dirige la palabra, como él ya me aseguró. Y me he limitado a pasar consulta con él. Me siento peor que un cero. Habla con todo el mundo, menos conmigo. Parece simpático por la manera que tiene de tratar a la gente, pero está claro que conmigo nunca lo va a ser.

No sé si seré capaz de pasar muchos más días como este. Intentaré aguantar, pero no parece que vaya a ser nada fácil.

Por la noche, ya en casa…

—Hola, cariño. ¿Qué tal tu día?

—¿De verdad me estás preguntando qué tal mi día, Róber?

—¿Qué hay de malo en que te lo pregunte?

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