El secreto de la duquesa

Alexia Mars

Fragmento

el_secreto_de_la_duquesa-3

Capítulo 1

El carruaje se adentró por Whitechapel, y Eleanor Grant, sentada junto a su nueva doncella, contempló las abarrotadas calles del barrio londinense. Las gentes distaban mucho de aquellas que paseaban por Grosvenor Square, aquí reinaba la suciedad, el hedor y la indigencia. La peor zona para alguien como ella: soltera, adinerada y mujer. Sin embargo, era justo lo que necesitaba.

—Señorita… —La voz de Alice tembló al asomarse y vislumbrar la zona en la que se hospedarían durante los próximos días. Tragó saliva y se santiguó—. ¿No deberíamos buscar un lugar más adecuado? Esto es tan… tan… grotesco.

Eleanor miró su rictus contraído y cómo esa naricita respingona se arrugaba con repulsa. Sonrió para sus adentros.

—Es perfecto, Alice.

La doncella abrió los ojos como platos y Eleanor habría podido jurar que la creyó completamente demente en ese instante y puede que así fuese, que se hubiese vuelto totalmente loca, ¿por qué, si no, estaría allí clamando una venganza que de seguro le auguraba un aciago final?

Alice carraspeó y ocultó su desasosiego; miró a la muchedumbre que desfilaba ante sus ojos mientras pensaba en su nueva señora, a la que conocía desde tan solo unas horas atrás. Podría afirmar que no andaba escasa de fondos, su generoso sueldo así se lo confirmaba. Entonces, ¿por qué insistía en residir tan apartada de la civilización? ¿Por qué deseaba hospedarse en esa pensión pudiendo acomodarlas en el Jaunay’s Hotel?

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la portezuela se abrió y Paul, el conductor del vehículo, contratado también para ese viaje, les ofreció la mano y las ayudó a descender. La sirvienta bajó tras su señora y tuvo que agarrarse al coche para no desvanecerse cuando un mareó la asaltó; sus fosas nasales se impregnaron de la horrible pestilencia que se desprendía por doquier y le produjo una arcada.

Eleanor le puso una mano sobre el hombro, preocupada.

—¿Estás bien? —Intentó asentir.

—Sí, señorita. Yo… —Se tapó la boca e inspiró fuertemente controlando el vómito.

—Paul, ayúdela. Vamos, Alice. —Señaló al frente—. Ahí mismo está nuestro hospedaje. En cuanto lleguemos quiero que te recuestes. Te hará bien.

—Pero, señorita, yo…

—¡Sin discusiones! Necesitas un descanso. El viaje por la campiña ha sido largo, todos merecemos un reposo.

Eleanor echó a andar cuando vio cómo un pilluelo se acercaba a una pareja de ancianos bien vestidos y sustraía el bolsito de la mujer. La fémina chilló y rogó ayuda mientras daba unos pasitos hacia donde el pequeño había escapado.

—¡¡Al ladrón!!, ¡¡al ladrón!!

Sin pararse a pensar en lo que hacía, la joven se recogió las faldas y echó a correr tras el bribón, mientras le gritaba que se detuviera. Acostumbrada a largas caminatas no tuvo problemas en darle alcance, lo sujetó por el brazo y el niño miró hacia atrás con desesperación. Ella, adivinando su intención de escapar, le advirtió:

—¡Ni se te ocurra intentarlo! —Observó su ropa harapienta, su carita manchada y ese pelo oscuro que le trajo a la memoria el rostro de otro joven moreno al que ella tanto adoró. Se apiadó de él—. Bien. Haremos lo siguiente. Devolveré cuanto has sustraído y me disculparé en tu nombre, te obligaría a hacerlo tú mismo, pero no quiero correr el riesgo de que acabes en prisión.

El pequeño sacó pecho y rio.

—Eso nunca sucedería, señora.

—No deberías bromear con algo tan serio. ¿Acaso no sabes lo que podría pasarte? Pueden condenarte a diez latigazos con una rama de abedul o incluso a realizar trabajos forzados durante meses. No creo que lo soportases tan alegremente. ¿Cómo te llamas?

—George.

—Bien, George. Me quedaré contigo. A partir de hoy comerás y vestirás decentemente. Y tomarás clases, por el momento Alice podrá guiarte. Cuando volvamos a casa, ya veremos.

El niño abrió los ojos con terror y miró detrás de ella.

—¡Derek! Derek, lo siento. No ha sido mi culpa, ella… Te he fallado —finalizó derrotado.

La joven giró y se dio de bruces con un individuo enorme, atemorizador. Un mechón dorado le caía por la frente, endureciendo sus atractivos rasgos. Su mandíbula marcada estaba rígida y sus ojos color miel desprendían irritación. Dio un paso hacia ella, y cuando Eleanor lo imitó, contrajo el entrecejo.

Derek Wayner aguantó la sonrisa e intentó ponerse serio. La hermosa mujer le hacía frente como un fiero soldado en batalla y eso que tan solo le llegaba a la altura del hombro. Vio cómo escondía al niño tras ella y alzaba su mentón, desafiante. Era arrebatadora, con esos bucles negros que le caían por el bello rostro, rebeldes, huidizos del moño que inútilmente intentaba sujetarlos. Tenía los labios gruesos y carnosos y unos ojos que rivalizarían con la esmeralda más brillante. ¿Quién sería la encantadora belleza que tenía ante sí?

La mujer abrió el bolsito y extrajo una pistola, la sostuvo inmóvil, apuntándole al corazón. Derek se puso en guardia y gruñó; la hizo sobresaltarse para su inmensa satisfacción.

—¿¡¡Se ha vuelto loca!!?

—No se lo llevará.

—¿¡Qué!?

—Apártese, señor. Se lo advierto, no dudaré en usar mi arma contra usted. Estoy dispuesta a hacerle frente.

Derek alzó una ceja y la contempló divertido.

—Ya veo.

—Váyase. George ahora está bajo mi protección.

—Escuche, señora…

—Señorita.

Él rio.

—Señorita, pues. Usted no entiende que…

—Oh, sí lo hago. Sé muy bien de qué va esto. Conozco muy bien a los de su calaña y no le permitiré seguir abusando de este pequeño. George no volverá a robar para usted.

—Pues es una lástima porque le encanta hacerlo, ¿verdad, Georgy?

El niño asintió, riendo. Eleanor gimió indignada. Perdió la paciencia y movió la pistola, amenazante.

—Se marcha o llamo a la policía.

—Ah, ¿sí?

—Haré que lo encierren, señor. Estoy segura de que Scotland Yard se alegrará de echarle el guante a un maleante como usted.

George dio un paso y agarró el brazo del hombre.

—Pero, Derek, eso no es posible. ¡Tú eres policía!

Eleanor abrió la boca con sorpresa.

—Dios mío… Usted… Usted es…

Derek asintió, divertido.

—¡¡Un corrupto!!

—¿¡Cómo!?

—Un agente que se aprovecha de su autoridad… Por Dios, esto es peor. Casi preferiría que fuese un ladrón, porque ahora tendré que desacreditarle frente a los suyos, lo que supondrá un problema para mi misión aquí. Esto desvía mis planes —parloteó, antes de encararlo—. Pero lo haré —asintió—. No se saldrá con la suya. Se acabó el juego sucio.

—¿¡De qué demonios habla!? ¿Está mal de la cabeza?

Eleanor rio.

—Sí, búrlese. Al final seré yo quien ría cuando esté tras las rejas. Debería darle vergüenza, ¡menudo ejemplo de autoridad! Se aprovecha de un inocente, humilde, para hacerse con su botín o peor aún —agrandó los ojos— darse méritos con su jefe y quedar como el mejor del cuerpo.

—Sí. Padre afirma que Derek

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