La seducción de su marido

Ana García

Fragmento

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Prólogo

Ruggiero Rinaldi siempre vio a su esposa Teagan como una mujer dulce, ingenua e inocente que lo hizo caer perdidamente enamorado de ella. Sin embargo, descubrir a su mujercita entre las sábanas revueltas de su propia cama y en brazos de su cuñado le hizo abrir los ojos y darse cuenta de la arpía con la que se había casado. Todo eso lo advirtió en instantes, de pie en la puerta de su alcoba, aferrando con fuerza el redondo pomo y contemplando con ojos velados la imagen que le ofrecía la larga melena roja extendida como halo sobre la almohada y la pálida piel del cuerpo desnudo de su mujer entre oscuras sábanas de satín.

Por un eterno momento todo lo vio rojo y deseó abalanzarse encima de su cuñado y apretarle el cuello o, como mínimo, molerlo a golpes ya que no se consideraba un tipo sanguinario ni tampoco merecía la pena cometer un acto violento que lo enviara a prisión; y además, Maxim era parte de su familia y tampoco deseaba que su hermana quedase viuda tan pronto. Pero, a su pérfida esposa, le provocaban deseos de agarrarla por los cabellos y arrancarla del lecho, el mismo que compartía con él, donde cada noche le hacía el amor y la llevaba al límite de la locura entre sus brazos y que ya tenía la mancha de su traición. Se contuvo. Ignoró sus emociones, bloqueó sus sentimientos y respiró muy hondo, tan hondo que le dolió llevar aire a los pulmones debido al esfuerzo que aquello le producía.

Con movimientos meramente mecánicos, se aflojó el nudo de la corbata e irrumpió en el interior de la habitación, avanzó al armario y se metió en este, pasó la mirada por todo lo que había ahí y empezó a sacar todas las cosas de Teagan arrojándolas al suelo sin ver con exactitud lo que cogía. No armaría ningún escándalo, estaba agotado física y mentalmente tras haber hecho un vuelo transatlántico en el cual no logró relajarse como hubiera querido.

Llegó a Viena, aquella romántica ciudad que eligieron como su hogar más por petición de Teagan al quedar prendada de sus dorados atardeceres bañando antiguos edificios, altos y llenos de magia e historia, y sus cristalinos canales. Aquel era su nuevo hogar lejos de Italia y de su familia, su hogar en el cual él esperaba ser recibido por su dulce esposa tal y como Teagan solía esperarlo siempre que regresaba de viaje, pero aquella noche nada de eso ocurrió. En lugar de ello, la encontró dormida junto a Maxim, su cuñado, entre las sábanas que apenas cubrían su pálida desnudez, con un brazo de aquel jodido vividor envolviendo de manera posesiva su cintura.

Desconocía qué demonios hacía Maxim en Viena, no era algo que le importara, pero lo que si le interesaba era saber qué estaba haciendo en su casa, metido en su cama y con su mujer al lado, durmiendo tan ajena al mundo que la rodeaba. Furioso, arrancó la ropa de los ganchos e hizo más escándalo del que pretendía al caer con estrepito varios al suelo y, por ende, despertó a los amantes del profundo sueño en que se encontraban envueltos.

Tea sentía la cabeza pesada y si se enderezaba todo daba vueltas a su alrededor, lo que provocó que volviera a dejar caer la cabeza con pesadez en la almohada y maldijera entre dientes. No debería estar en cama, sino preparada para darle la bienvenida a Ruggiero, su amado esposo, cuando este por fin llegara a casa tras su larga ausencia en Italia, pero su cerebro no cooperaba con ella. Sabía que aquello era una excusa trillada el quedarse metida en cama por un dolor de cabeza, Ruggiero llegaría hecho trizas de su viaje y ella se dejaba vencer por un olor de cabeza, así que, se obligó a espabilar y levantarse de la cama, descubriendo que estaba completamente desnuda.

Arrugó la nariz, no recordaba haberse quitado la ropa para tomar una siesta, en realidad, ella no dormía desnuda si Ruggiero no estaba en casa. Se incorporó a duras penas, sintiendo que la cabeza se le iba hacia adelante y mascullando palabrotas ante la desagradable sensación que aquello le producía; sin embargo, al abrir los ojos, todo fue peor. Vio a Ruggiero parado a su lado de la cama: los negros rizos ligeramente largo en total desorden, la blanca camisa desarreglada y la oscura corbata, colgando flácida del cuello. Elevó sus ojos hacia el bello rostro de su marido, avergonzada por estar holgazaneando el día de su llegada, mas el rictus que mostraba el masculino rostro bronceado reflejaba la rabia y el dolor que dominaba enteramente a Ruggiero.

—Ruggiero, mi amor...

—Vístete —ordenó él con voz dura, apretando las mandíbulas y los puños con fuerza a ambos lados de su cuerpo.

Tea abrió los ojos como platos, ignorando el desagradable escalofrío que recorrió su espina dorsal. Jamás le había hablado así, Ruggiero nunca le había levantado la voz y en ese momento, que estuviera tan furioso con ella cuando recién llegaba de su viaje, la tomaba desprevenida.

—Ruggiero...

—He dicho que te vistas. —Ruggiero alzó el tono de voz intentando contener su rabia—. Obedece, Teagan, y sal de la cama. Ya.

La joven pestañeó, confundida por la colérica actitud con la que él se presentaba después de varios días de no verse. Quizás estaba demasiado cansado y por eso su mal humor, aunque aquello no era ninguna justificación y ella no era de quienes excusaran un comportamiento tan fuera de lugar como el que tuvo con ella. Suspiró con pesadez, extendiendo la mano para alcanzar su bata, ya que cuando ella dormía sola en aquella enorme cama solía dejarla junto a sí en el lado de su marido, más a la mano, pero con lo que se encontró la hizo espabilarse por completo y pegar un brinco del susto.

—Qué demonios —murmuró girando el rostro hacia el lado izquierdo y descubriendo el pálido cuerpo desnudo que yacía plácidamente dormido.

De inmediato retiró la mano como si el hombre de rubios cabellos que estaba de espaldas a ella fuera ácido y fuese a corroerle la piel, al reconocer de quién se trataba. Volvió a mirar el rostro de su marido quien ya no ocultaba su rabia al verla. Tea sintió incontrolables ganas de vomitar e, ignorando todo, salió de la cama empujando a su marido en el acto y abriéndose paso a la carrera directo al cuarto de baño. La joven cayó de rodillas en el duro y frío suelo de granito en tonalidades beige, inclinando la cabeza dentro del inodoro, pero escupiendo solo saliva pese a las arcadas que sacudían su cuerpo.

¿Qué era todo aquello?, pensó desesperada mientras sentía las gruesas lágrimas rodar por sus mejillas. ¿Qué hacía desnudo Maxim en su cama? ¿Qué demonios hacía primeramente Maxim en su casa, en Viena y sin Carina? Sus manos se aferraron al borde de la taza, sacudiéndose su cuerpo con violencia mientras el incontrolable llanto acudía a ella. No recordaba nada de lo sucedido, y estando ahí arrodillada llorando como niña regañada, le resultaba imposible forzar a su cerebro a darle las respuestas que ella ansiaba con desesperación. De una cosa si estaba segura: ella nunca le sería infiel a su marido, aunque estar desnuda con Maxim junto a ella indicara todo lo contrario, ella nunca engañaría a Ruggiero.

Recordar aquel episodio le provocaba otra nueva crisis de llanto y era muy consciente de que las lágrimas no la ayudarían en absolutamente nada para convencer a Ruggiero. Tomó una gran bocanada de aire, se incorporó y fue al armario para sacar una toalla y envolver su desnudez c

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