Una fortuna por tu amor (Apostando al amor 4)

A.S. Lefebre

Fragmento

una_fortuna_por_tu_amor-2

Prólogo

Londres, junio 1838

Pasaba de la medianoche cuando Mathias había decidido que ya era momento para retirarse, ya que no había nada interesante en aquel baile y la presencia de su familia lo tenía aislado, debido a que ninguno de ellos se había enterado de su presencia ahí, y tampoco quería que se enteraran.

Se había presentado en aquel baile con un único objetivo: localizar a Melissa Brogman, ya que su mejor amigo le había hecho un encargo referente a ella, lo que no tomó en cuenta es que apenas la conocía y detrás de una máscara iba a ser imposible encontrarla. Se dirigió a la mesa de bebidas y pidió un trago de whisky, aún no había bebido y, ya que se iba a retirar, era el momento de empezar; como cada noche, se iría ebrio a la cama y en compañía de una mujer si es que le apetecía, aunque de momento no había dejado de pensar en aquellos ojos color plata que había visto hacía un par de horas y que por más que los buscara no había tenido suerte en encontrarlos nuevamente.

¿Se habrá ido ya?

No entendía qué era lo que le había sucedió al ver ese destello rubio pasar frente a él, pero su corazón —que hasta el momento había pensado que no tenía— latió con fuerza y se sintió tan atraído por ella que no pudo evitar acercase y decirle lo más estúpido que en su vida había dicho a una mujer, la realidad era que en ese momento así lo había sentido y hubiera dado lo que fuera solo para volver a ver aquellos ojos, que, en este momento, al ver la luna desde la terraza se los recordaban.

Buscó otro trago de whisky y nuevamente se dirigió a la terraza; debía admitir que la propiedad de los Rosethon era hermosa y que, a pesar de que sus familias habían sido amigas desde hacía muchos años y había varios vínculos, era la primera vez que la visitaba. Sus jardines eran hermosos, pero no era de extrañarse, ya que la condesa adoraba tanto las flores, al igual que su madre, por lo que dedicaba su mayor tiempo a ellas. Dio un vistazo al salón y pensó que tal vez alguna de todas esas damas pudiera estar disponible para él esa noche; tal vez debía de dar un último recorrido, aunque eso de buscar damas complacientes y disponibles ya le estaba aburriendo, desde que había terminado la relación que mantenía con Amanda Hamilton hacía más de seis meses, ya que la muy zorra le había armado una escena de celos, y ella había sido la que se había ido con uno de sus amantes y además de eso había insinuado que tenía sentimientos hacia él, cuando habían acordado que la relación que iban a mantener no era de exclusividad, sino para placer cuando a alguno de los dos le apeteciera. Por ese motivo únicamente se presentaba en los bailes o distintas actividades sociales casi siempre con su mejor amigo y esperaba una sonrisa o mirada coqueta de alguna dama, para lanzarse a la caza.

Bebió el contenido de su copa y se dirigió a buscar otra, esta vez se dejó atraer por un bocadillo cuando la vio venir; venia del mismo salón en donde la había encontrado horas antes. Pasó frente a él y no pudo evitar quedar prendado de ella, la observó dar un vistazo al salón y dirigirse hacia uno de los costados en donde estuvo unos minutos, luego se perdió en una de las entradas que daban al jardín; no lo pensó y la siguió, debía saber quién era y si no aprovechaba esa oportunidad no habría otro momento, así que la siguió con cuidado de que no se diera cuenta por el jardín a una distancia prudente y la vio sentarse en una de las bancas a admirar la luna, aquella luna tan parecida a sus ojos. Se acercó despacio a ella y sin pensarlo dijo lo primero que se le vino a la mente:

—¡Te encontré! —Pudo notar la sorpresa con la que lo miró; sus ojos lo estudiaban con curiosidad, como si ella en ese momento hubiese estado pensado en él, y debía admitir que le gustaba pensar que realmente fuera así.

—Había pensado que no te volvería a ver, aunque presiento que estamos destinados a estar juntos, iba a ser cuestión de tiempo para que nos reencontráramos.

¿No podía haber dicho otra cosa?

¿Qué diablos le estaba pasando con esa mujer? no solo lo hacía decir lo primero que se le viniera a la mente, sino que lo ponía nervioso.

—Milord, está usted muy seguro de que estábamos destinados —dijo en un tono muy serio.

—Te lo dije antes y te lo repito, eres el amor de mi vida.

¿Qué? Otra vez le decía eso, aunque ya se lo estaba creyendo; su corazón galopaba como mil caballos en una competencia y esa sensación de plenitud que sentía junto a ella no la había sentido nunca.

—¿A cuántas damas le ha dicho lo mismo?

¿Acaso sabía quién era él? No, era imposible y, por lo que había observado, ella no lo sabía.

—Me creería si le dijera que es a la primera a quien se lo digo.

Y así era, ya que nunca se había sentido tan tonto frente a una mujer.

—Si debo ser sincera, diría que no. No le creería.

¿Ni tras una máscara podía ocultar quién era? Dibujó una sonrisa llena de coquetería en donde se marcaba un hoyuelo en la mejilla izquierda.

Hoyuelo que no pasó desapercibido para ella.

—Créalo, ya que así es —aseguró.

—Ni siquiera sabe quién soy o si ya me ha visto antes.

—No lo necesito, fue mi alma quien la reconoció y puedo apostar que la suya también lo hizo.

Realmente estaba perdido, ya que se dio cuenta de que en ese instante decía la verdad.

—¿Qué está dispuesto a apostar? —indagó dibujando una pequeña sonrisa.

—Toda mi fortuna —dijo muy seguro.

—En ese caso, creo que a mi alma se le ha olvidado avisarme. ¿Soy millonaria? —Dibujó una sonrisa.

Mathias no pudo evitar soltar una carcajada, estaba totalmente embelesado por esa mujer.

—Dígame que no lo siente, esa atracción, eso que hace que estar junto a usted sea diferente.

Como deseaba que dijera que sí, que lo sentía, por un instante se dio cuenta de que necesitaba que su repuesta fuera afirmativa; la observó expectante y la vio pensativa, una llama de esperanza se encendió en su pecho.

—Si he de ser sincera, no sé de qué me habla —dijo casi en un susurro.

—Oh, mi bella niña, sé que lo sabe y lo siente.

—Cuénteme a cuántas damas ha dicho eso, no mejor no, ya que no me gustaría saberlo.

Se sentó junto a ella y al tenerla aún más cerca sintió su corazón galopar más rápido. Y una corriente eléctrica atravesar su cuerpo.

—Voy a ser sincero y sé que no me lo va a creer, pero a ninguna.

—Soy la excepción, será porque aún no caigo rendida a sus brazos.

La verdad es que no se le había pasado esa idea por la mente.

—Qué más quisiera, pero no, es usted, cómo explicarlo, es la primera vez que lo siento.

—No sé qué decirle —titubeó.

Tomó valor y le tomó el rostro con una mano y la hizo fijar su mirada en la de él; estaba llena de sorpresa y un brillo encantador.

—Sus ojos son idénticos a la luna, grises grandes y brillantes, son muy hermosos.

La vio sonrojarse, se veía hermosa, al menos sus mejillas rosas.

—G-gracias, los suyos también son hermosos.

Dejó de observar sus ojos y bajó la vista a sus labios: eran carnosos; la vio morder el inferior. Qué te

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