La llave

Lynsay Sands

Fragmento

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Prólogo

 

 

Fortaleza Dunbar,

Escocia, junio de 1395

 

 

Casarme con eso?

—¡Querrás decir con ésa! Y, como ya te dije, el rey consideraría un enorme favor que te casaras con lady Iliana Wildwood. —Lord Rolfe Kenwick observó al escocés que tenía de pie frente a él, mientras maldecía por lo bajo al rey Ricardo II por encargarle aquella misión. Era la segunda boda que tenía que arreglar en varios meses; la primera había sido la de su propia prima Emmalene con Amaury de Aneford. Y tenía que dar gracias porque el acuerdo para esa boda había sido fácil. Ésta, por el contrario, estaba rayando en lo imposible.

—Una inglesa. —Duncan Dunbar hizo una mueca de desagrado ante la simple idea del matrimonio—. Y con seguridad el rey considera un gran favor que le quite de las manos a una de sus vacas de cara pálida. ¿Quién es en realidad?, ¿una de sus hijas ilegítimas?

—Tú... —La paciencia de Rolfe había llegado a su límite: sintiendo que le hervía la sangre, asió la empuñadura de su espada.

—No.

Con la espada a medio salir de la vaina, Rolfe se contuvo y miró al hombre que había hablado: el obispo Wykeham. El rey Ricardo había presionado al prelado, que ya estaba retirado, para que volviera al servicio y casara a Emmalene y Amaury. Sin embargo, después de haber cumplido tal misión, el rey no le había permitido que regresara tranquilamente a su retiro. No. A su regreso a la corte para informar sobre el éxito de su misión, había recibido a ambos hombres con la noticia de que otra boda debía llevarse a cabo cuanto antes, para proteger a lady Wildwood. Pero, por extraño que pareciera, la mejor manera de proteger a la joven era casándola cuanto antes, y con alguien que viviera lo más lejos posible de la fortaleza Wildwood.

Escocia les había parecido la mejor opción. El problema era que necesitaban a un noble que no estuviera comprometido y que se dejara sobornar para casarse. Y había pocos hombres que cumplieran ambos requisitos. La mayoría de los nobles se apresuraban a comprometer a sus hijos e hijas en matrimonio en cuanto daban los primeros pasos. Con tal panorama, el único hombre que al parecer satisfacía sus necesidades era Angus Dunbar, un viudo entrado en años que también era el jefe del clan Dunbar.

Por desgracia, Angus había sido muy claro al decir que no tenía ningún interés en volverse a casar, por mucho que le ofrecieran a cambio. Y, justo cuando Rolfe pensó que iba a tener que presentarse ante el rey con ese fracaso a cuestas, el viejo sugirió que le hicieran el ofrecimiento a su hijo Duncan. A pesar de que ya se acercaba a los treinta, todavía estaba soltero, pues su prometida había muerto joven y su familia había decidido dejar que él se ocupara del asunto a su manera, renunciando a arreglarle otro matrimonio.

—No —repitió el obispo Wykeham, contestando al escocés—. Lady Wildwood es la hija de un acaudalado barón que murió mientras estaba al servicio del rey de Irlanda.

Rolfe lanzó un largo suspiro y volvió a envainar la espada. Lugo añadió:

—Tiene una dote de lo más generosa.

—Ya. —Duncan curvó los labios en un gesto de decepción evidente—. ¿Qué significa «de lo más generosa»?

Rolfe repitió la cantidad que el rey Ricardo le había dicho, y frunció ligeramente el ceño cuando vio que el escocés no manifestaba sorpresa ni sentimiento alguno. Entonces se dio la vuelta y añadió con reticencia:

—Si no es suficiente, el rey está de acuerdo en aumentar la cantidad.

Duncan siguió mirándolo fijamente, muy poco impresionado, al menos en apariencia.

—¿Hasta dónde está dispuesto el rey a subir la cantidad? —Angus hablaba por primera vez desde que había reunido a los dos hombres con su hijo.

—Hasta el doble. —Rolfe hablaba con cierta reticencia, preocupado por la posibilidad de que la poca receptividad de los Dunbar significara que ni siquiera esa suma sería suficiente. Y para su sorpresa, el Dunbar joven maldijo al escucharla, desenfundó la espada y dándose la vuelta echó a correr, al tiempo que rugía a través del patio, con la falda golpeándole las piernas.

Todos los que estaban en el patio de armas hicieron una pausa para verlo acercarse, en su loca carrera, a un pequeño grupo de hombres que se estaban ejercitando con las armas. Al alcanzar al más cercano, lanzó un segundo grito y alzó su espada. De inmediato, el guerrero levantó su propia espada y el choque de metal contra metal resonó por todo el patio. Y como si fuera algún tipo de señal, todos los que se habían detenido en sus actividades volvieron a ellas de nuevo, sin prestar ya la más mínima atención al extraño comportamiento del hombre.

Rolfe se volvió a mirar a Angus Dunbar y levantó las cejas, a modo de interrogación.

—Duncan se va a pensar el asunto —explicó el viejo escocés con una amplia sonrisa—. Entremos y bebamos una cerveza mientras decide. —Dándose la vuelta, emprendió su camino de regreso hacia el interior del castillo.

Rolfe sacudió la cabeza y le lanzó una mirada al obispo.

—¿Qué opinas?

—Opino que deberíamos entrar y beber esa cerveza mientras esperamos su decisión. —El obispo parecía divertido. Pero al notar la expresión desconcertada del joven, le dio una palmada en la espalda, empujándolo hacia las escaleras—. No has tenido mucha experiencia con los escoceses, ¿no es cierto, muchacho?

—No —admitió Rolfe con una ligera mueca.

—Pues yo he tenido algunas oportunidades de lidiar con ellos y he de decirte que no se parecen en nada a los ingleses.

—Sí, tienes razón —Rolfe sonrió—, creo que ya he llegado a esa conclusión yo mismo.

 

* * *

 

—¡Caramba! ¿Y qué es lo que tiene a mi hermano tan inquieto?

Al reconocer la voz de su hermana, Duncan descargó el puño que tenía libre en la mandíbula del hombre cuya espada estaba entrelazada con la suya. Sin esperar a ver caer al adversario, se dio la vuelta y clavó la punta de la espada en el suelo, tomó a Seonaid en sus brazos con la fuerza de un oso y le dio vueltas y más vueltas.

—Felicítame, cariño, porque soy un hombre feliz.

—Es evidente, hermano. —Se rió hasta quedar sin aliento mientras Duncan la depositaba con suavidad en el suelo. Dio un paso atrás y le sonrió, y Duncan se dio cuenta de que sus pr

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