Por ti pagaría las consecuencias

Laura Kaestner

Fragmento

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Capítulo 1

Dixie contemplaba emocionada la fachada de la casa de campo de sus tíos Berk y Ariadna Tarik, situada en Francia, en Saint-Cyprien, pueblo medieval del Périgord Negro, a orillas de la Dordoña.

Era impactante, irreal, casi mágica…, tal y como la llevaba en su retina a pesar de tantos años transcurridos.

Estaba emocionada, pero a la vez ansiosa…, temerosa del reencuentro, de la posibilidad de sentirse una extraña entre tanta opulencia; temerosa de lo que podía suceder cuando se vieran otra vez.

Hacía ya veinte años que había abandonado esa casa después de innumerables veranos para volver a su país natal, Estados Unidos, el cual no recordaba en lo más mínimo. Su padre, diplomático inglés ya retirado, había pasado la mayor parte de su vida en Londres, donde regresó después del nacimiento de su hija. Su esposa había pedido expresamente que naciera en su país de origen al lado de su familia, y él no se había negado.

Pero pronto volvieron a Inglaterra, donde ella se crio entre Londres y Saint-Cyprien, la campiña francesa donde vivían sus primos lejanos, hijos de un primo de su madre.

Cuando Dixie hubo cumplido los quince años y después de abandonar su trabajo para el gobierno, su padre decidió instalarse en Estados Unidos, donde tenía ofrecimientos laborales para dar clases en varias universidades, y hacia allí se dirigieron. Ese cambio provocó un alejamiento de la familia Tarik, con quienes prácticamente se había criado, y en especial de Ahmed, su primo favorito, su héroe, su amor imposible.

Desde ese día, Dixie no había vuelto a ver a Ahmed. Deniz, su prima, la había visitado esporádicamente durante las vacaciones, pero a su primo no lo veía desde aquellas épocas en que eran conocidos en la casa de campo como «el trío terremoto». Con dolor había sufrido su ausencia y su evidente desprecio.

Después de tanto tiempo y de haberse consolidado como una de las veterinarias más reconocidas en Boston, catedrática de la Universidad de Tufts, donde también trabajaba en el Hospital Veterinario, en la sección de equinos (especialidad que había elegido por el amor que sentía hacia los caballos desde la niñez y en recuerdo de las maravillosas vacaciones francesas), volvía a recorrer los prados y valles que tanto había amado.

Su interés estaba puesto en profundizar sus conocimientos acerca de los caballos de carrera y terminar la tesis de su master sobre inseminación de esta clase de equinos, aprovechando que en el laboratorio de vanguardia que pertenecía a la familia Tarik habían pedido postulantes para ocupar un nuevo cargo de veterinario y asistente de investigación y procreación. Y ella, debido a sus credenciales, recomendaciones y experiencia, había resultado la elegida.

Quería creer que el hecho de ser la prima del dueño no había influenciado para nada en la selección. Deniz le había dicho que no, que había sido el jefe de veterinarios de la empresa familiar quien se había hecho cargo de la exhaustiva elección, sin saber quién era ella en realidad. Y con toda seguridad era así porque dudaba de que Ahmed la hubiera elegido, no después de haber dejado en claro que no quería saber nada de ella… nunca más…

Pero estaba otra vez en los dominios de la familia Tarik, una de las más ricas y poderosas de Francia, dueños de cientos de hectáreas cubiertas por césped esmeralda, surcadas por ríos maravillosos y flores multicolores. El lugar era mágico, especialmente creado para extasiar. Una casa de campo tranquila y alejada del ruido. Había llanos con lagos y un pequeño arroyo corría por el sur entre las rocas, formando una cascada al desembocar en las tierras del señor Jenton, vecino de sus tíos.

Poseían también un castillo pequeño donde funcionaban los viñedos de la familia y un pequeño chateau devenido en hotel del cual se hacía cargo su tía Ariadna, ayudada por Deniz.

Ahmed poseía un extenso haras de gran prestigio, el Arc En Ciel, de donde habían salido premiados muchos caballos de carrera y donde había también un club de campo. Allí realizaría su especialización Dixie, ya que funcionaba uno de los mejores laboratorios de inseminación del mundo, galardonado en infinidad de oportunidades.

Dixie y Deniz tenían la misma edad, treinta y cinco años. Ahmed, treinta y ocho. Y ya no eran los adolescentes del trío que había revolucionado la casa campestre día y noche.

Dixie recordaba a su prima como una muchacha alegre, vital y dueña de unos inconfundibles ojos color verde esmeralda, igual que el césped de sus prados. Su cabello oscuro (heredado de la familia turca de su padre) caía en ondas sobre sus hombros. Después de completar sus estudios de Administración de Empresas, comenzó a trabajar al lado de su padre en los viñedos que circundaban las tierras de la casa principal, actividad que se había vuelto muy redituable. En esos momentos, tenía varios de sus vinos premiados en importantes concursos internacionales y había ampliado el mercado hacia América Latina y Estados Unidos.

Cuando su madre se hizo cargo del petit hotel, el chateau, le pidió colaboración allí también. Por lo tanto, estaba bastante ocupada.

Dixie y Deniz siempre se habían llevado muy bien y eran buenas amigas. Por sus cartas primero y mails después, sabía que Deniz se había divorciado de un joven emparentado con la realeza holandesa, un amigo de su hermano, un playboy que le había roto el corazón con sus traiciones, pero que le había dado una hija maravillosa, Damla, la luz de sus ojos.

Le había comentado también que estaba de novia con Jeff, hijo de su vecino Dan Jenton, pero que no lo amaba, aunque él estaba loco por ella.

Cuando el automóvil en el que viajaba se detuvo frente a la entrada principal, la invadió una leve melancolía. ¡No iba a esperar que, después de veinte años, él estuviera sentado allí esperando por ella como solía hacer todos los veranos! Imposible.

Sin embargo, sí la esperaban los brazos de Deniz, entusiasmados y afectuosos.

Los cautivantes ojos color topacio de Dixie se llenaron de lágrimas que pugnaban por salir, lágrimas que supo retener. ¡Tantos años separadas! Su cabello castaño claro con vetas doradas se agitó sobre sus brazos cuando se alejó de su prima para verla mejor.

—¡Cielos, estás más vieja! —exclamó Dixie fingiendo sorpresa y sin dejar de reír ni abrazarla.

—¿Y tú? ¿Acaso crees que te ves mejor que yo? ¡Hasta arrugas tienes al lado de los ojos! —bromeó Deniz en el mismo tono burlón—. Pasa, no podía esperar un segundo más para verte. ¡Estaba casi histérica! —dijo mientras caminaban juntas hacia la mansión principal.

Quien las viera entrar pensaría en lo mucho que se parecían y estaría en lo cierto, pero al mismo tiempo eran polos opuestos. El carácter de Deniz era indefinido y su estado de ánimo cambiaba infinidad de veces durante el día. Aunque tenía un gran corazón, podía convertirse en la persona más cínica e hiriente del mundo, pero con un gran sentido de la justicia. Por su lado, Dixie era tempestuosa cuando el momento lo ameritaba, y toda calma cuando la tormenta asolaba. Era encantadora y divertida, profesional y de decisiones rápidas. Y siempre había apoyado con uñas y dientes a su queridísima prima en cualquiera de

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