Noches de croquetas y tequila (De amor y otros vicios 4)

Ángeles Valero

Fragmento

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Capítulo 1

Sin billete de vuelta

A Marc le estalló la cabeza en mil pedazos cuando Klaus abrió las cortinas y el sol del mediodía inundó la habitación.

—¡Qué haces! —gruñó.

El grito no ayudó a que el dolor de cabeza disminuyera. Miró a su amigo, que lo observaba de pie al lado del escritorio.

—Estás hecho un asco.

—Gracias —respondió con voz ronca y escondiendo la cabeza debajo de la almohada—. Cierra las cortinas, anda.

No le hizo caso. Se acercó y se tumbó junto a él. Apestaba a alcohol, pero no le importaba.

—Tengo que irme —murmuró mirando el techo de la habitación.

—Sí. Cierra la puta cortina y déjame dormir.

—De aquí. —Siguió ignorando el mal humor de Marc—. No quiero pasar el verano en Berlín. Estoy harto.

Marc sacó la cabeza de su escondite y miró a Klaus, que tumbado boca arriba, observaba el techo como si en él hubiera algo interesante.

—¿Estás hablando en serio?

—Completamente.

Se sentó apoyando la espalda en la pared de la habitación mientras apartaba unos mechones de pelo negro de la cara.

—¿Qué pasó anoche? —preguntó Marc preocupado.

—Fuiste tú el que saliste y volviste borracho.

—Y eres tú el que me ha despertado a las... —consultó el reloj de su muñeca—. ¿Dos de la tarde?

—Sí, a las dos de la tarde.

Marc se rascó la cabeza, confundido. Hacía mucho que no dormía toda una mañana completa. Observó a su amigo: vestía solo un pantalón de chándal gris e iba sin camiseta. El enorme cuerpo del alemán lucía fantástico tirado en la cama; no entendía cómo podía tener tantos problemas para ligar. Era guapo y el nuevo corte de pelo, rapado por los costados y largo por el centro, le daba un aspecto vikingo que le sentaba de muerte. Los ojos bicolor lo miraban tristes. A pesar de eso le agradaba verlo sin lentillas, siempre le había gustado la heterocromía que tenía Klaus y no entendía por qué se empeñaba en camuflarla.

—¿Qué pasó ayer? —repitió, pasando por encima de él para coger la botella de agua que esa madrugada había dejado en la mesita de noche.

—Me encontré con Derek.

Derek era el eterno ex de Klaus. Desde que aceptara con catorce años que a él le gustaban los chicos, había estado enamorado de él. Con dieciocho habían empezado a salir, una relación tóxica y llena de discusiones que solo duró unos meses. Esa primera ruptura, Marc la celebró como una gran victoria. Hasta que medio año después, Derek regresó y su amigo volvió a caer. Aquello se convirtió en una tradición.

Bebió mientras trataba de no saltar, pero sus ojos grises no fueron tan discretos y la mirada le indicó a su amigo que se estaba mordiendo la lengua. Klaus se ladeó y buscó apoyarse en su pierna, Marc dejó el agua en su sitio y se recostó para poder abrazarlo.

—Olvídate de ese gilipollas. Vales millones más que él.

—Está guapísimo.

—Yo también, ¿has visto qué tipazo se me está quedando desde que hago calistenia?

Tiró de su camiseta para mostrarle los abdominales y Klaus sonrió.

—Tú eres hetero.

—Y tu primo. No te olvides de eso.

—No somos primos de verdad. Además, creo que no es ilegal, solo que no podemos tener hijos.

—Siempre he querido tener hijos.

Klaus rio y se abrazó más a Marc. Sus padres eran mejores amigos y ellos, aunque se habían criado separados, uno en Berlín y otro en Valencia, habían sido uña y carne desde niños. Marc era lo mejor que tenía en su vida y sabía que él también lo pensaba.

—Para tener hijos tienes que tener novia primero. ¿Qué tal te va con Iris?

—No va. Cuéntame lo de Derek.

—Nada, ha vuelto. Se ha acabado el curso y ha vuelto. Así de sencillo.

—Pues nos vamos nosotros. Así de sencillo.

Klaus se incorporó de golpe.

—¿De verdad?

—De la buena.

No tenía ganas de pasar el verano fuera, quería seguir trabajando con su tío, y padre de Klaus, en el estudio de tatuajes, pero si para evitar que el capullo de Derek volviera tenía que hacer un cambio de planes, lo haría.

—¿Cuál es la idea? —preguntó volviendo a beber un trago de agua.

—Valencia.

—¿Valencia?

Si Klaus hubiera dicho que quería ir al infierno habría puesto mejor cara.

—No me mires así.

—No se nos ha perdido nada en Valencia.

—No tenemos un duro y allí está el piso de mi madre, nos lo deja seguro. —Antes de que su amigo dijera nada, añadió—: Podemos ofrecerle un alquiler bajo e incluso poner un anuncio para alquilar la otra habitación. Si estamos nosotros a ella no le importará. Hablamos con tu padre y nos sacamos un dinero extra en su estudio. Valencia tiene playa, sol, fiesta... Es lo mejor que podemos conseguir.

—Ibas bien hasta que has dicho que podemos trabajar con mi padre.

—Tienes veinticinco años, Marc. Madura.

Marc se levantó y volvió a coger la botella de agua mientras miraba a su alrededor. Esa habitación, pequeña y hecha polvo, era lo único que tenían. Compartían piso con tres amigos más en un cuarto sin ascensor y todo el edificio apestaba a col hervida. Pasar de eso al piso que Alicia tenía en el barrio de Russafa, amplio y señorial, lleno de luz y decorado de forma minimalista, sería todo un avance. No quería reconocer que Klaus lo había pensado todo muy bien. Si no fuera porque lo conocía desde que nació, diría que hasta se había inventado el encuentro con Derek para conseguir que aceptase volver unos meses a España.

—Podemos hablar con la tía Emma. Hace mil que no la vemos y seguro que le encanta tener a sus sobrinos una temporada. Ámsterdam es mejor.

—Para unos días, sí. Pero yo quiero pasar todo el verano, y no sé... quizá parte del otoño. —La mirada de Klaus pedía auxilio—. Necesito salir de aquí.

—¿Sin billete de vuelta?

—Sin billete de vuelta.

Marc afirmó con la cabeza y se sentó en la silla llena de ropa que había en medio de la habitación. Esa era una decisión importante.

Klaus trató de hablar a su amigo con toda la paciencia que tenía, necesitaba que aceptara su propuesta.

—Ya no tienes dieciséis años. Tu padre ha visto que eres responsable y que se puede confiar en ti. Eres bueno, le gusta tu trabajo, en Navidad estabais bien.

—Sí, sí, todo eso está genial, pero trabajar juntos...

—¿No tienes ganas?

Los ojos grises de su amigo lo miraban llenos de preguntas. Se frotó la cara con las manos y apoyó los codos en las rodillas.

—Necesito una ducha.

—Sí, apestas.

—Pienso en todo mientras.

—Bien.

La ducha le sentó de maravilla y ayudó a que la nube etílica de su cabeza se evaporara. Entró en la cocina con una toalla atada a la cintura y otra secándose el pelo. Klaus había preparado su receta especial de macarrones. Eso garantizaba cantidades ingentes de bacón y queso. Tiró la toalla de la cabeza al cesto de la ropa sucia y cogió una cerveza.

—No trates de comprarme con comida.

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