El enredo de coquetear con lady Blanche (Los irresistibles Beau 8)

Ruth M. Lerga

Fragmento

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Capítulo 1

Londres, iglesia de Saint George, en Hanover Square, 1811

Blanche sabía que estaba obrando mal pero no podía evitarlo. Y lo que era peor, si su madre la descubría prestando atención al segundo banco de la iglesia y no al altar, donde su hermano se estaba casando con lady Esther Thynne, le caería una buena regañina al llegar a casa.

Lo mismo ocurrió durante el convite. Dada su corta edad, aún tenía quince años, y a pesar de que, obviamente, todavía no había sido presentada y estaba la ton en plena temporada, le permitieron acudir a la comida familiar que realizaron en el veintitrés de Regent Street, en la residencia del duque de Rule, quien no estuvo presente en el enlace, según tenía ella entendido, por estar enfermo y postrado. Era, después de todo, un día importante, y los Candem, una familia muy unida. Le agradó saber que también tenían un vínculo especial los Beaufort. Estaba convencida de que, en lugar de perder a Arthur, quien hacía ya algunos años que vivía en Westminster, ganaría una hermana. La nueva vizcondesa parecía muy agradable.

Aunque era a su primo George a quien deseaba conocer y con quien le hubiera gustado poder coincidir a menudo, lo que dudaba, ya que en menos de dos meses se marcharía a Boston, según le había chismorreado una de sus primas menores durante la fiesta nupcial, lady Daisy Warrior, un año y medio más joven que ella pero que parecía saberlo todo sobre su clan.

Suspiró, frustrada. ¡Qué injusto que, precisamente cuando ella había encontrado un hombre al que amar, este se marchase al otro lado del océano!

***

Residencia de los vizcondes de Sterling en Mayfair, 1813

Si se enteró de lo ocurrido fue por casualidad. Iba dirección a su dormitorio ya en la primera planta, tras buscar un libro en la biblioteca, pero fue tal el estruendo con el que el primo mayor de su cuñada entró en la casa que no pudo —ni quiso— evitar escuchar la conversación.

Al parecer, el conde de Bedford, quien según los rumores y para su desesperación buscaba esposa ese año, se había fugado a Escocia con una señorita.

¿Cómo se atrevía George a hacerle algo así? Blanche contaba los días para debutar: doscientos sesenta y siete exactamente, el momento en que sería presentada en sociedad y considerada ya una dama en edad casadera a los ojos de todos y, por ende, también de él. Había acudido a Londres con la más estricta discreción, presa de la curiosidad, para descubrir que su amor estaba atendiendo a varias damas, y había rezado cada noche para que esperase hasta el año siguiente a tomar una decisión: para que la esperase a ella.

No es que le hubiera dado ninguna pista sobre sus sentimientos, pero había coincidido en una ocasión aquel año y había sido especialmente agradable, por lo que había insistido mucho Blanche en pasar unos días de la temporada en la ciudad aunque no se le permitiese alternar en sociedad, y lo había hecho precisamente con la esperanza de poder verle. Había pasado el conde de Bedford dieciocho meses en Boston y, tras algunas cartas formales intercambiadas en las fechas importantes —San Jorge y su onomástica, su cumpleaños, las Navidades y un par de pretextos más— que él había respondido con educación y entusiasmo, esperaba que pudiera reconocer que ya no era una niña, sino una mujer.

Así pues, cuando supo que él había elegido a otra y se dirigía a Gretna Green con ella, sintió que el corazón se le rompía y se encerró en su dormitorio durante dos días. Cuando salió de este, era una joven renovada: un hombre que no sabía que existía no era digno de ella y, por tanto, lo ignoraría.

***

Año nuevo, 1814, finca del marqués de Denver

Los Candem al completo, así como el resto de familia política de los Beaufort, habían sido invitados a pasar las fiestas en la casa solariega del cabeza de familia, lord William. Eran más de cincuenta personas, aunque, de algún modo, el ambiente era íntimo.

Lord George Beaufort, conde de Bedford y todavía soltero a pesar del escándalo de la temporada anterior —que había lograda acallar y superar sin consecuencias—, era el caballero más guapo que hubiera conocido. Y había pasado toda la velada a su lado. Era encantador, no podía Blanche negarlo, y se había esforzado en hacer de su cena una ocasión muy agradable: le había contado anécdotas de la capital, de los Estados Unidos de América, de la gran afición de Blanche, la historia antigua… pero no le había dicho que estaba hermosa.

No, la trataba del mismo modo que tres años atrás, como si fueran familia y ella todavía una niña.

No es que le importase, claro, ya había decidido que no la merecía, así que, por más que hubiera disfrutado de su compañía, no soñaría con él aquella noche mientras se quedaba dormida.

Lo que sí hizo fue planear la venganza para un hombre que había huido con una mujer a Gretna Green y seguía soltero: lograría que la considerase para ser su condesa y lo rechazaría de forma pública y notoria. Iba, por tanto, a esforzarse en parecer la más hermosa, elegante, divertida y comedida, decorosa e inteligente de todas las jóvenes que acudieran aquel año a Londres con el objetivo de casarse.

Y no, no lo haría por rencor, sino por ensalzar la dignidad de todas las mujeres que hubieran sido seducidas y posteriormente rechazadas por caballeros como él.

Se juró que lord George Beaufort se arrepentiría de no haber sabido de su existencia a tiempo ni haber esperado a que debutase para buscar esposa. Ella no era el segundo plato de nadie.

***

Londres, noche de presentación en sociedad de lady Blanche Candem, primeros de abril de 1814

George llegó con sus primos Derek y Nate, vizconde de Sheffield y barón de Oslow respectivamente, minutos antes de la hora acordada, esa en la que la cuñada de su prima Esther haría su aparición pública. En lugar del clásico besamanos con la debutante y sus padres en la entrada de la mansión recibiendo a la nobleza, había pedido la joven que los invitados llegasen a las ocho en punto. No serían presentados, solo el nombre de la joven sería el anunciado por el maestro de ceremonias, una vez abarrotada la estancia.

Sonrió con cariño. La había conocido tres años antes, cuando Tery se casara con el hermano de Blanche, Arthur, y aunque apenas la había visto cuatro veces, aquella muchachita que todavía estaba en el aula le había escrito varias cartas a Boston con excelente caligrafía, líneas educadas que dejaban entrever una gran curiosidad por el nuevo mundo.

Una niña bonita de quince años con sonrisa traviesa y ojos curiosos e inteligentes cuyo cuerpo, aún por formar, parecía lleno de vigor y energía.

Fue, pues, una sorpresa mayúscula ver aparecer de la mano del conde de Hangstrad a una señorita que nada tenía que ver con quien él recordara. Si esperaba a una pelirroja de ojos verdes y cara aniñada, quien bajaba las escaleras era una elegante dama de cabello del color del fuego, con distintos tonos e intensidades, unos rasgos elegantes y aristocráticos y un cuerpo hecho para… Si su padre o su primo Arthur supieran en qué estaba pensando, por Dios que lo echarían de allí a patadas.

—Era obvio que se convertiría en una belleza —comentó Nate con orgullo.

¿Obvio? ¿Obvio para qui

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