Cuando tú me quieras (Los imperiales 2)

Karla Doll

Fragmento

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Prólogo

Estoy aburrida. Llevo mucho rato encerrada en mi habitación, tal como me han pedido mis padres. Ya he terminado de jugar con mis muñecas y he hecho unas cuantas historias en la casa gigante que me regalaron en mi último cumpleaños hace varios meses, cuando cumplí ocho años. Pero no estoy tranquila. Vi que mi papi está enojado y que mi mamá está muy nerviosa. Ellos se quedaron en el despacho de mi padre en la planta baja, y yo subí a esperar a que me comuniquen cuándo puedo bajar nuevamente. Ya se han tardado, así que camino hacia las escaleras y me asomo para ver si quizá se olvidaron de que tenían que avisarme. En cuanto desciendo tres escalones, logro escuchar sus voces alteradas, aun con la puerta cerrada.

—¡Ya estoy harto de discutir! Mi decisión es irrevocable; nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. Ya está decidido.

—Pero... Miguel, no puedes hacernos esto —oigo la voz llorosa de mi madre.

—Sí puedo, y lo haré. ¡Ya no te soporto! ¡Ya no soporto esta vida! Estuve atrapado demasiado tiempo, pero ya no más. Entiéndelo: ya no me sirves, ya no me importas ni tú ni tu dichosa familia, y ya no quiero estar aquí. Me voy a liberar, voy a recuperar mi vida, y no volveré nunca.

—¿Y Tania? —Solloza ella.

—Ya te dije lo que pienso sobre eso. No me hagas repetirlo.

—Por lo menos, ¿te vas a despedir de ella?

—No, es mejor que no me vea o, si no, no me dejará ir.

—¡No puedo creerlo!

—Pues créelo, porque va a suceder ahora mismo.

Escucho cómo se abre la puerta, y subo los tres escalones sin hacer ruido para que no noten mi presencia, para poder ver lo que está sucediendo. No entiendo nada. De repente, observo cómo mi papi se dirige hacia la puerta de entrada de la casa arrastrando una maleta grande y también cómo mi mamá lo sigue secándose unas lágrimas.

—¡Miguel! Te vas a arrepentir.

—Eso no va a pasar. No te molestes en buscarme, por favor. Voy a desaparecer. Adiós, Tatiana.

El sonido de la puerta al cerrarse se confunde con el clic que hace mi corazón al agrietarse. Mi papi se ha ido y dijo que nunca volvería. Estoy enmudecida en lo alto de las escaleras, mientras veo cómo mi mamá cae arrodillada en el suelo, agachando la cabeza y llorando desconsoladamente. Segundos después, se tapa la cara sin dejar de sollozar por varios minutos. No sé qué hacer. Quiero correr y alcanzar a mi papi para pedirle que no me deje, pero estoy paralizada. Cuando logro tener dominio de mí misma, comienzo a bajar las escaleras rápidamente, lo que provoca que mi madre se destape la cara y levante la cabeza para verme. Su expresión se altera al presentir lo que pretendo hacer: perseguir a mi papi. Se levanta raudamente y me da alcance antes de que pueda llegar a la puerta. Me toma de ambos brazos y me mira de frente.

—No, mi amor. No vayas: no tiene caso —pronuncia con la voz rota.

—¡Claro que tiene caso! Es mi papi. Él no quiere dejarme.

—Cielo... —Suspira.

—¡Suéltame! ¡Tengo que alcanzarlo! —Me agito, sobre todo cuando ella no deja de sostenerme—. ¡Déjame!

—Tania, cielo... Cálmate, por favor. Ya no hay nada que podamos hacer.

—Claro que sí, ¡suéltame!

—Tania...

—¡Todo esto es por tu culpa! —Mi madre da un respingo y afloja su agarre por la sorpresa—. ¡Es a ti a quien no soporta! Él lo dijo. ¡A mí me quiere! Yo soy su niña preciosa; él nunca me dejaría. Me prometió que el fin de semana construiríamos la casa del árbol para que estuviera lista para mi próximo cumpleaños... —Voy perdiendo el fuelle al ver el gesto ensombrecido y de absoluto dolor de mi madre, que intenta recomponerse para poder hablar. Observo cómo traga saliva, cierra y abre los ojos, suspirando, y se seca unas lágrimas.

—Hija... Sé que adoras a tu padre, pero... —Carraspea—... él tomó una decisión. Quiere empezar una nueva vida, y... nosotras no estamos incluidas en sus nuevos planes.

Niego con la cabeza porque eso que ella dice no es posible. No puedo aceptar que mi papi, el hombre más importante de mi vida, haya decidido abandonarme. Ese que, a pesar del estresante trabajo que tiene en la empresa del abuelo, dedica todas las noches a jugar o hablar conmigo. Empiezo a llorar sin control y mi madre me abraza, pero yo me deshago de su agarre porque quiero irme de aquí.

—¡Él se fue por tu culpa! ¡Nunca te lo voy a perdonar! ¡Nunca! —Corro hacia las escaleras que conducen a mi habitación, no sin antes comprobar que es a mi madre a la que ahora se le acaba de agrietar el corazón por mis duras palabras.

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Capítulo 1. La boda de mi mejor amiga

Tania

Puedo notar sus ojos puestos en mí. Sé que me está observando. Muy a su pesar, claro, porque tengo la certeza de que es lo último que él quisiera hacer en este momento. Lo siento en mi cuerpo, que vibra con añoranza por lo que un día fue y que hoy ya no es más. Ese cuerpo que no entiende de remilgos a la hora de negarse a responderle; ese, que es un receptor rebelde de todas aquellas sensaciones que se rehúsan a abandonar mis recuerdos y mi piel. Ese que no recibió la alerta en la que le notificaban que ya debía encerrar las emociones y no volver a exteriorizarlas. Ese que ahora me sostiene con fuerza la cara para que no voltee ni a mirarlo, pero que parece querer aflojar el agarre porque lentamente lo voy venciendo hasta que, finalmente, mi vista conecta con la de él. Dicen que los ojos son el espejo del alma, y tengo miedo de lo que puedan estarle transmitiendo los míos porque siempre fui una chica dura con él, y ahora me siento como gelatina temblorosa.

Segundos después, aparta la vista y vuelve a dirigirla a la ceremonia que está teniendo lugar frente a nosotros. Bueno, frente a nosotros y a los demás invitados. Estoy en la boda de mi querida amiga Sofía Castañeda con su amado Luciano Belmonte en Grosseto, Italia. Soy una de las damas de honor, y los ojos que antes me miraban insistentes pertenecen a uno de los padrinos del novio. Tal vez no sea el mejor lugar ni el momento adecuado para estar teniendo este intercambio visual, pero supongo que fue algo involuntario, innecesario, inevitable y... arriesgado. Antes de llegar a este país para la boda, teníamos unas ocho semanas sin habernos visto y sin haber interactuado más que para el saludo de rigor (la última vez que nos vimos fue en el cumpleaños de Luciano en diciembre, que coincidió con el pedido de mano de Sofi y con el posterior compromiso de nuestros amigos). Así lo decidió él que, en realidad, desde varios meses antes de eso, lleva dirigiéndome la palabra solo para decir: «Hola», «Adiós», y nada más, algo increíble considerando lo cercanos que alguna vez fuimos.

Cuando la emotiva ceremonia termina, y luego de las felicitaciones y las fotografías, todos nos trasladamos hasta la zona del jardín, donde están ubicadas las mesas y demás decoraciones de la

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