Es un hasta luego (Siempre has sido tú 2)

Emme Costa

Fragmento

es_un_hasta_luego-2

21 de septiembre de 2009

Nathalie

El aire fresco se adueña de mi habitación en cuanto abro la ventana. Hoy el otoño ha entrado con fuerza y las temperaturas han bajado considerablemente, anunciando definitivamente que la época estival ha terminado.

Junto con esa brisa, se cuelan también los sonidos de los cláxones y el trasiego de la gente, que forman parte de mi banda sonora matutina desde que me mudé a Barcelona hace unas semanas. Desde entonces, mi cuarto ha ido mutando hasta tener mi toque personal: cuadros, velas decorativas y una preciosa lámpara, además del collage de fotos que cuelga sobre mi escritorio entre las que destaca la que me hice con Hugo, que se lleva un beso cada día.

A veces, más de uno, como hoy que ya lleva tres.

Le doy un cuarto beso a la instantánea y salgo aún en pijama hacia la cocina, desde donde el olor a café recién hecho viaja hasta mis fosas nasales, intensificándose conforme me acerco. Luciana, que es la primera en salir de casa, suele dejarlo listo para los demás.

Cada mañana me levanto para compartir mi desayuno con Montse, con la que he congeniado muy bien, y con Thiago, el novio de mi compañera portuguesa, que a pesar de que oficialmente no vive aquí, pasa mucho tiempo en nuestro piso. Yo estaba nerviosa por compartir casa con desconocidos, sin embargo, creo que puedo considerarme afortunada.

Hoy no es una excepción y él y Montse ya están sentados a la mesa. Ella, como siempre, sonríe ya de buena mañana. Tiene una sonrisa perpetua dibujada en el rostro que acentúa el brillo de sus ojos azules.

Antes de unirme a ellos, saco del tercer estante los bizcochitos de avena y coco, que se han convertido en mi perdición, y maldigo el día en que Luciana me dijo que debería probarlos.

Masticando una de esas delicias me acerco a servirme café en la taza que compré hace unos días. Tiene una galleta dibujada y un cartón de leche y dice Best friends forever. Me hizo gracia, no sé.

Ya en el comedor, el portugués está haciendo planes para preparar pizza casera mañana y quiere saber si nosotras cenaremos aquí; es muy buen cocinero y suele deleitarnos con comida deliciosa. A él también lo maldigo por eso. Sin embargo, confirmo mi asistencia porque tengo poca fuerza de voluntad. A la mierda los kilos de más, aún falta mucho para la operación bikini.

La que rechaza la oferta es Montse. Su familia y su novio viven en un pueblo de Tarragona y suele ir a verlos cada fin de semana.

—¡Podrías quedarte por una vez! —le ruego entre pucheros—. Que venga Quim a verte...

—¡No sabes lo que dices! Odia Barcelona. —Se ríe mientras se ajusta sus gafas rojas—. Desde que me mudé aquí para estudiar veterinaria, solamente me ha visitado dos veces.

Por lo poco que sé de él, no parece que tenga nada que ver con ella, no le gusta mucho salir; en cambio, Montse es muy activa y extrovertida, además de ser voluntaria en un refugio de gatos, cosa que él odia. Supongo que los opuestos se atraen…

No puedo convencerla, pero me conformo con que esta noche se apunte a venir al cine conmigo y con Laia, una compañera de clase a quien conocí el primer día. Ambas estábamos en el departamento de Arquitectura Contemporánea para solicitar una de las vacantes para becarios y, después de eso, nos pusimos a hablar. Resultó que vive con su familia cerca de nuestro piso, así que hemos estado compartiendo el trayecto hasta la facultad desde ese momento.

Ella es de momento mi única amiga, aparte de mis compañeras de piso, y se está encargando de enseñarme los atractivos menos turísticos de la ciudad, así como de ayudarme a hacer una lista de lugares a los que llevaré a Hugo cuando venga dentro de dos semanas.

Espero con ansia esos días, lo echo mucho de menos. Aunque hablamos a diario desde que nos separamos, necesito tenerlo cerca. Muy cerca…

Hugo

Javier está en el comedor aporreando su portátil y levanta la vista en cuanto atravieso la puerta de casa. A pesar de que su habitación es la más grande y tiene espacio suficiente, siempre suele estudiar en el salón, ocupando la mitad de la mesa, pero como la casa es suya, pues toca joderse…

—Mañana vendrá una chica a ver el piso —anuncia.

—¿Y el tío que vino ayer?

—No quiero descartar a nadie… —Ríe. Lo que significa que va a ver si la chica está buena y entonces la elegirá a ella.

Antes de volver de Valencia le escribí un mensaje para avisarle de que me mudaría a final de mes —sin mencionar a Julia, por supuesto— para así darle tiempo a sustituirme. Solamente le conté que Nathalie y yo estábamos saliendo y que pensaba buscar un cuarto más amplio para cuando ella viniera a verme. Pero entonces mi compañera de piso anunció que ella también se iba y me descolocó. Antes de que yo volviera, Julia ya se había marchado, y yo, alegando que no encontraba nada dentro de mi presupuesto, decidí quedarme.

Cuando llegué a Madrid, Miguel me confesó que sabía lo que había pasado entre nosotros; Julia se lo había contado. Nuestro compañero de piso es el tipo de persona con quien te puedes desahogar, tiene cara de buena gente. Julia, asumiendo que me iba por ella, decidió ser la que se marchara, ya que había sido la última en entrar a vivir aquí. La verdad es que eso me evitó muchos quebraderos de cabeza, pero nos dejó con una habitación libre y por eso ahora tenemos que encontrar a alguien que la sustituya.

Dejando a Javier frente al teclado, me meto en mi habitación.

Sobre la mesilla de noche tengo el libro que saqué hace dos días de la biblioteca, un thriller post apocalíptico que me tiene enganchadísimo. Anoche estuve a punto de leérmelo de una sentada, pero el sueño acabó ganando la batalla.

Tras colocar mis cosas en el escritorio, me acuesto en la cama, sin quitarme siquiera las zapatillas, con el portátil sobre las piernas. Doy un largo bostezo mientras el sistema operativo arranca.

Llevo toda la semana con clases, prácticas, trabajos… Meter todas mis asignaturas de lunes a jueves está siendo bastante cansado. No me da la vida para más.

Nathalie ya está en línea y me sonríe a través de la pantalla cuando le doy al botón verde.

—Hola, cariño.

La escucho con atención mientras me cuenta emocionada que le han recomendado un lugar al que le gustaría llevarme, pero estallo en una carcajada cuando rehúsa desvelarme más información. Está haciendo una lista exhaustiva de sitios que cree que pueden gustarme y quiere que todo sea una sorpresa.

Sin embargo, su tono relajado cambia cuando le pregunto por su beca. Es una de las cosas por las que se mudó a Barcelona y está nerviosa por el resultado, incluso me confiesa que ha soñado con eso varias veces.

—Yo creía que soñabas conmigo…

Mi estúpido comentario hace que se ría y se pone roja al admitir que yo también he sido el protagonista en alguna ocasión, pero se niega a aclarar qué tipo de sueños son y cambia de tema rápidamente para preguntarme por mis planes para el fin de semana, que incluyen hacer una caminata por la sierra el domingo.

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