Cada vez que te miro

María Heredia

Fragmento

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Capítulo 1

Como decía la banda sonora de Física o Química: «La mitad de lo que hemos vivido hace más ruido que el ruido de un cañón».

Me quedé mirando aquella frase durante unos instantes, pensativa. Siempre les había dicho a mis amigas que, el día que escribiera la novela sobre nuestra adolescencia, la empezaría de esa forma porque, desde luego, nos había sucedido de todo durante esos años.

Seguí observando aquellas palabras en silencio, dubitativa. Habían pasado ya muchos años, habían prescrito muchas cosas. Dudaba que fuera a meterme en un lío por contar una historia un poco personal. Incluso era probable que los implicados no se acordaran o no se dieran por aludidos. Puede que ni siquiera descubrieran la existencia de aquel relato. Y sin embargo...

Seleccioné el párrafo entero y pulsé la tecla de borrar. No estaba lista para hacerlo. Estaba ya más cerca de los treinta que de los veinte, hacía mucho que había dejado de ser esa adolescente algo idiota, pero no me atrevía a poner por escrito ciertas cosas que habían pasado. Había algunas que, quizás, nunca estaría preparada para asumir. Además, ya había apalabrado una fecha de entrega con mi editora y no podía ponerme a escribir otra novela, en aquel momento, si quería cumplir con lo estipulado en el contrato. Suspiré. Algún día la escribiría, pero todavía no había llegado la hora de hacerlo.

Cerré aquel archivo en blanco y abrí el de la historia en la que estaba trabajando. Aunque llevaba ya más de la mitad escrita, iba bastante mal de tiempo. No estaba segura de qué me pasaba últimamente, pero las palabras no querían fluir. Daba igual a qué hora me sentara delante del portátil, ninguna parecía ser la indicada. No sabía si se debía a que estaba un poco quemada porque era la segunda historia que escribía ese año, porque crear contenidos en redes sociales era exasperante o porque era bastante estresante ver cómo mi cuenta bancaria empezaba a estar bajo mínimos, pero era incapaz de escribir más de dos frases seguidas y comenzaba a desesperarme.

Me gustaba terminar la fase de escritura con bastante antelación para poder tomarme mi tiempo en la corrección, así que me estaba poniendo de los nervios. O conseguía coger el ritmo de una vez, o tendría que pedir que me atrasaran la fecha de entrega. Y no me gustaba nada parecer poco profesional.

Releí las últimas líneas que había escrito arrugando la nariz. Los protagonistas habían salido a cenar y habían acabado discutiendo en mitad del restaurante, así que debía escribir el final de la pelea. Aunque no se me ocurría nada. Sabía que ella estaba muy enfadada y dolida, pero no era capaz de vislumbrar nada más ni de plasmarlo en palabras. Estaba totalmente en blanco.

Cogí mi teléfono decidida a procrastinar un rato cotilleando fotos y videos en alguna red social. Sin embargo, una notificación llamó mi atención. Abrí WhatsApp y vi que Tea me había enviado un mensaje en el que me preguntaba si quería salir aquella noche. Sonreí sin poder evitarlo. Salvada por la campana. Sin saberlo, mi amiga acababa de darme la excusa perfecta para apagar el ordenador y olvidarme de la novela durante un buen rato. A lo mejor, cenar algo en una terraza, beberme unas copas, bailar y, quizás, conocer a alguien me ayudaba a salir de aquel bloqueo.

No tardé en aceptar. Acordamos la hora a la que pasaría a buscarme y, por fin, pude cerrar el ordenador y dar de mano aquel día tan poco productivo. Solo esperaba que la noche fuera mucho mejor.

Me dirigí hacia mi dormitorio, seguida de cerca por Mr. Tilney, mi gato, que tenía por costumbre perseguirme por toda la casa por si hacía algo a sus espaldas (como comer o ir al baño) y que se había puesto en pie en cuanto me había visto abandonar el salón. Quienes decían que los gatos eran independientes no conocían, desde luego, al mío.

Abrí el armario para buscar algo que ponerme. Necesitaba sentirme guapa aquella noche, así que empecé a pasar perchas, indecisa. Nada me convencía; todo me parecía demasiado formal o demasiado informal, o demasiado visto.

Saqué un top negro de encaje y tirantes y me lo coloqué por delante antes de girarme hacia el espejo. Lo miré desde varios ángulos. Me lo ponía bastante, pero me sentaba de maravilla, por lo que era una apuesta segura. Además, tenía unos pitillos blancos que combinaban con él a la perfección y podría llevar mis tacones negros cómodos.

Asentí lentamente. Aquel conjunto podía no ser el más elaborado del mundo, pero me parecía el punto medio justo para el plan de aquella noche.

Después, entré al baño para ducharme y terminar de prepararme. Me sequé el pelo y saqué los estuches de maquillaje, e incluso la paleta grande de sombra de ojos. Llevaba un par de semanas sin salir de noche, así que me apetecía lucirme un poco.

Me pasé tanto tiempo delante del espejo del baño que, cuando Tea llegó, yo seguía retocándome el eyeliner. Le abrí la puerta en bragas y sujetador, y ella bufó exasperada.

—Siempre igual, Nina —me recriminó cruzándose de brazos—. No sé para qué me dices que venga a una hora si luego me haces esperarte un buen rato.

—Te prometo que tardo solo diez minutos —le aseguré al tiempo que levantaba el pincel del delineador—. Solo tengo que acabar con esto y ponerme la ropa que ya he elegido, y podremos irnos. Hay dulces en la cocina, por si tienes hambre, y sabes de sobra dónde está todo. Siéntete como en casa.

Maldiciendo en voz baja, entró a mi piso y se fue directa a la cocina.

—¡Pero solo diez minutos! Si a mí me ha dado tiempo a arreglarme, a ti también.

Reí sin poder evitarlo. Tea tenía el don de prepararse siempre en tiempo récord y no entendía por qué el resto del universo necesitaba más de cinco minutos para adecentarse un poco. Estaba segura de que se había hecho aquel recogido en su larga melena rubia en unos segundos y de que el maquillaje apenas le había tomado unos instantes.

—Tranquila. Además, vamos bien de tiempo y...

—¡Nina, termina de una vez! —me gritó mientras le daba un bocado a una de las galletas que había horneado aquella mañana. Porque, cuando procrastinaba, no me daba por limpiar (¡Ojalá!), sino por hacer dulces—. Se nos va a hacer tardísimo.

Puse los ojos en blanco, pero preferí no replicar. Al fin y al cabo, sabía que ella tenía razón, así que volví al baño y, una vez terminé de maquillarme, corrí hacia mi dormitorio y me vestí. Me miré un par de veces en el espejo y sonreí. Estaba lista para pasar una buena noche lejos de las teclas.

Cuando regresé al salón, vi a Tea manteniendo un duelo de miradas con Mr. Tilney. Además de ser cabezota y una lapa conmigo, mi gato no soportaba a los extraños. Ni siquiera a aquellos a los que conocía desde siempre, como era el caso de mi amiga. Daba igual lo mucho que lo intentáramos: cada vez que venía alguien a casa, le bufaba.

—¿Quién va ganando? —pregunté apoyada en el marco de la puerta, cogí el bolso que tenía colgado del pomo de esa y comprobé que lo llevaba todo.

—Pues este demonio que tienes por gato, como siempre —replicó ella. Se puso de pie y se estiró el vestido, al que se le habían hecho un par de arrugas por sentarse en el sofá—. Yo creo que me odia.

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