Cien razones para odiarte (Mis razones 1)

Violeta Reed

Fragmento

cien_razones_para_odiarte-2

La música es una constante en mi vida y ha sido una fuente de inspiración de esta historia, así que aquí os dejo la playlist.

Cien razones para odiarte

Elena

«No puedo vivir sin ti» — Bely Basarte

«I Can’t Help Falling In Love With You» — Bely Basarte

«Marjorie» — Taylor Swift

Marcos

«Just My Type» — The Vamps

«Sympathy For The Devil» — The Rolling Stones

«No puedo vivir sin ti» — El Canto del Loco

«Voy a comerte» — Pereza

Elena y Marcos

«Lover» — Taylor Swift ft. Shawn Mendes

«Entra en mi vida» — La Casa Azul

«Besos» — El Canto del Loco

«No Control» — One Direction

«Marvin Gaye» — Charlie Puth and Megan Trainor

«Daylight Piano» — Sing2Piano

«Let’s Fall in Love for the Night» — Finneas

«Medieval» — Finneas

Amanda

«Superpoderes» — Leiva

Lucas

«I Can’t Take My Eyes Off You» — Muse

Blanca

«Dinamita» — La Bien Querida

Bruno

«Galaxia» — Sidecars

Carlota

«Betty» — Taylor Swift

Otras canciones que aparecen en el libro:

«Shape of You» — Ed Sheeran

«Con calma» — Daddy Yankee

«Baby I’m Yours» — Arctic Monkeys

cien_razones_para_odiarte-3

1

Amanecer

Cuando desperté esa mañana me sentí como Alicia cuando se cayó por la madriguera del conejo y aterrizó en el País de las Maravillas. Igual que ella, yo tampoco entendía lo que estaba pasando.

Nada más emerger del mundo de los sueños noté un fuerte dolor de cabeza y un sabor amargo en la lengua. No tenía mucha experiencia en el tema, aunque no había que ser un lince para darse cuenta de que tenía una resaca monumental.

Intenté hacer memoria de la noche anterior, pero fue imposible. Lo único que visualizaba cuando cerraba los ojos era el típico fundido negro que precede a los créditos finales en el cine.

Me encogí sobre mí misma con la esperanza de que la posición me aplacara un poco el estómago revuelto. Estaba segura de que, si me levantaba, vomitaría hasta la primera papilla. Si era capaz de obviar que iba a estallarme la cabeza, que tenía la lengua como un trapo seco y que mi estómago parecía un volcán en erupción, quizá podría localizar mi último recuerdo y reconstruir la noche a partir de ahí.

En ello estaba cuando noté un cosquilleo en la cadera izquierda. Era la primera vez que me emborrachaba hasta el punto de tener lagunas, pero el hormigueo no era un síntoma de que te habías bebido hasta el agua de los floreros, ¿verdad?

Levanté la sábana desganada y tuve que parpadear un par de veces porque lo que estaba viendo no era posible. Una de dos: o seguía soñando o una mano varonil descansaba sobre mi piel desnuda.

Un momento...

¿Dónde estaba mi ropa?

Apreté los párpados con la esperanza de que la mano y el dueño desaparecieran por arte de magia.

No funcionó.

Lo supe antes de volver a abrir los ojos porque seguía notando el cosquilleo agradable allí donde su piel se juntaba con la mía.

Si le hubieras contado esta historia a cualquier persona que me conociera, no se lo habría creído. De hecho, si me hubieras dicho la tarde anterior que terminaría borracha en la cama con un hombre que ni siquiera sabía quién era, me habría reído. Yo no hacía esas cosas. Yo era la estudiante ejemplar, la que se marcaba un camino de objetivos y nunca se salía de él. Yo no bebía. Y, sin embargo, ahí estaba.

Y ahora os estaréis preguntando cómo una persona que no bebe llega a esta situación.

Buena pregunta.

La resaca se debía a que la noche anterior se había casado mi mejor amiga. Al enlace había asistido la persona que peor me caía sobre la faz de la tierra. Cariñosamente de ahora en adelante lo llamaremos «el Indeseable». Y es que cada vez que él había aparecido en mi ángulo de visión o se había dirigido a mí, yo había bebido de mi cóctel como si me estuviera deshidratando en mitad del desierto.

El porqué lo entenderéis un poco más adelante.

El alcohol que todavía tenía en la sangre y la somnolencia me impedían pensar con fluidez, pero conforme las preguntas se me agolpaban en la cabeza, aumentaba mi nerviosismo.

¿Quién era él? ¿Cómo había llegado allí? ¿Lo había invitado yo? Y la más importante de todas...

¿Dónde estaba?

Dirigí la mirada a la mesita de noche y suspiré aliviada al ver mis libros de veterinaria. Una incógnita menos; estaba en casa. En territorio seguro.

La luz entraba a raudales en mi habitación; por lo general cerraba la persiana, pero anoche esa debió de ser la última de mis preocupaciones. Mi cuarto era colorido, sencillo y ordenado. Solo tenía la cama, el armario, estanterías repletas de libros y un ventanal enorme por el que los rayos del sol alimentaban mis plantas. Fue increíble la rapidez con la que dejé de sentirme segura en un espacio que me encantaba. ¿Queréis saber por qué? Preparaos porque os vais a reír mucho con lo que está a punto de suceder.

Horrorizada, caí en la cuenta de que todas mis preguntas conducían a la misma respuesta: me había acostado con alguien. Debía de haber tenido el típico lío de una noche, una cosa habría llevado a la otra y ahí estábamos los dos, calentitos en mi cama.

Lo mejor de todo es que ni siquiera sabía si lo había disfrutado porque mis recuerdos lúcidos llegaban hasta el banquete. De ahí en adelante no recordaba nada con claridad.

Era la primera vez que me despertaba en esa inquietante tesitura y no sabía qué hacer.

«¿Despierto a mi acompañante? ¿Lo dejo dormir? ¿Me voy? ¿Grito? ¿Llamo a la policía y que se encarguen ellos?». Reconozco que se me pasó por la cabeza la idea de esconderme en el baño y esperar a que se fuera por su propio pie, pero no lo hice.

Intenté concentrarme en mi respiración y traté de no ponerme histérica con la pregunta más obvia: ¿Quién estaba tumbado a mi lado? ¿Alguien a quien había conocido en la boda? ¿Un primo del novio, quizá? O peor, ¿alguien a quien ya conocía?

El corazón me latía con tanta violencia que parecía que me iba a explotar dentro del pecho. Tenía que hacer algo ya si no quería terminar llamando a urgencias para comunicarles yo misma mi propio paro cardiaco.

Me armé de valor y, con toda la delicadeza que una puede tener en este tipo de situaciones, aparté la mano del «sujeto no identificado» de mi cuerpo. Contuve el aliento y me quedé quieta hasta que estuve segura de que no lo había despertado.

Intenté hacer el menor ruido posible en mi huida de la vergüenza. Si iba a enfrentarme a un desconocido, al menos lo haría vestida. Eso me daría un poco más de seguridad en mí misma, y lo cierto era que necesitaba recuperar toda la dignidad que me fuera posible antes de pedirle educadamente que abandonara mi casa. Mi

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos