El juego de citas (Maravillosos desastres 2)

Hollie Deschanel

Fragmento

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Capítulo 1

Kara no encajaba con su familia. Podía intentarlo tanto como quisiera, y seguiría siendo la oveja negra, la pieza que no iba en ese puzle, y la mala hierba que crecía en el jardín. Por eso no la había sorprendido que, al acudir a la fiesta de cumpleaños de su padre, este le pusiera mala cara por las pintas que llevaba, como si su ropa la hiciera menos digna de ser su hija o a él menos digno de pavonearse con los peces gordos que acudían a darle palmaditas en la espalda por ser un año más viejo. No lo soportaba.

La última hora, se había dedicado a apurar todas las copas de vino que encontraba a su paso. Los camareros empezaban a huir de ella, pero Kara se las arreglaba para pasearse por las mesas, y ver qué encontraba que calmase un poco su sed. ¿Su padre se habría dado cuenta de lo desagradable que llegaba a ser con ella? ¿O también hacía oídos sordos a eso? Aunque siempre fingía que todo le daba igual, que estaba por encima de las malas críticas y de las miradas furiosas, Kara sí se sentía afectada por ello. El desprecio le quemaba, le ardía por dentro, igual que una vela que nunca se apaga. ¿Cómo no la iba a afectar que su padre no la quisiera? Él era la persona a la que más admiraba en el mundo, mientras que, para su padre, ella no era más que una bala perdida, la vergüenza de la familia. Y contra eso ya no le quedaban armas con las que defenderse. Ni siquiera le había comprado un regalo. Los tres últimos (un reloj nuevo, un pase para la ópera y un viaje a un spa) ni siquiera habían sido utilizados. Él se los había dado a su madre para que se fuese con alguna amiga, y así no verse obligado a darles uso. Aún le dolía ver cómo su padre apartaba todo lo que ella escogía para él, mientras que sí aceptaba los regalos de su hermano Danny con regocijo.

«Bueno, cambia la cara o, encima, te vas a llevar una bronca», pensó, con la mirada de su padre pegada al cogote. No era una novedad que él la vigilara constantemente cuando se encontraban en la misma estancia. Le gustaba asegurarse de que no se emborracharía y la liaría, como siempre, como si aún fuese esa niña de ocho años que se agobiaba al ver tanta gente y empezaba a chillar y a patalear para que se fueran. Aún no le perdonaba algunas cosas.

—¿Sabe papá que estás dejando sin abastecimiento a los camareros? —preguntó su hermano en un tono de voz afable.

Kara lo miró con el ceño fruncido. Mandaba narices que compartiesen el mismo ADN, pues no se parecían en absoluto, salvo en los ojos. Ambos eran del mismo color castaño, y lucían un montón de negras y espesas pestañas. ¿Lo demás? Él había heredado los rasgos de su madre, y ella, los de su padre. Y, teniendo en cuenta que solo eran medio hermanos, todo cobraba sentido. La genética había sido más amable con ella que con Danny.

—Pues claro. ¿Te ha enviado para decirme que pare?

—No. Esa ha sido idea mía —reconoció él—. Hoy es un día especial para él, y...

—Ah, claro. Vienes a controlarme, como siempre —apostilló ella—. Tengo treinta años. Creo que, a estas alturas, me puedo dar el lujo de beber un poco de vino sin caerme de boca. Total, ni he venido en tacones. —Le enseñó las sandalias que ocultaba bajo el vestido.

La expresión de su hermano mayor era mucho más tranquila. Pocas cosas alteraban a ese hombre, excepto su nueva novia: Brooke. Mientras ella parloteaba con un grupo de personas junto a la mesa de los canapés, su hermano ejercía de niñera. Kara ni siquiera se había ofendido por ello. ¿Para qué? Había perdido la esperanza de que, algún día, dejaran de verla como a una niña incapaz de controlar sus impulsos. Y quería a su hermano… de verdad que sí. Lo consideraba uno de sus pilares fundamentales, pero era un pesado de cojones.

—Venga, Kara —le pidió él, con una sonrisa apacible que le curvaba los labios—. Sabes que no es el caso. Por mí, puedes pasearte desnuda si quieres. Simplemente intento que te lo pases bien.

La expresión ceñuda de Kara mudó a una más tranquila. Cuando Danny le hablaba así, de forma cercana y cálida, sus muros de hielo se derretían por completo. ¿Cómo iba a pagar con él todas las cosas que le salían mal en los últimos tiempos o el desprecio de su padre? Aunque, técnicamente, él no la repudiaba, pero ella lo sentía así.

—Me lo paso genial —refunfuñó Kara.

Danny le lanzó una mirada de «Si tú lo dices», que la irritó de nuevo. Estaba tan irascible… igual que un gato que ha pasado por demasiadas experiencias traumáticas en los últimos tiempos y ya no consigue fiarse de nadie.

—Ah, de acuerdo. Tú ganas. Pasaré a beber agua un rato. —Hizo una floritura con la mano para dar a entender que por fin podía volver con su novia y dejarla en paz—. Dile a papá que respire hondo, que se va a asfixiar.

Su hermano le dio un sonoro beso en la mejilla antes de irse.

Kara y él se habían peleado en contadas ocasiones —la última vez había sido unos meses atrás—, y su padre era uno de los motivos más recurrentes. Gabriel, su padre, sí le había dado la vida a ella, mas no a su hermano. Para Danny, él era su padrastro. Solo compartían apellido. Y, aun así, ella era la apestada de la familia. Sin embargo, decidió que no valía la pena perder los estribos porque su vida era un caos fuera de aquella fiesta.

Olvidó su copa de vino en la mesa, y la cambió por una de agua antes de dirigirse hacia la mesa principal, donde su madre parloteaba con otras amistades suyas. Se quedó un rato allí, escuchándolas hablar sobre decoración y sobre algunos cotilleos recientes. Kara se preguntó si ella encajaría alguna vez en ese tipo de círculo. No solía interesarle la vida de los demás en absoluto. Vivía por y para la música y, si la sacaban de su estudio improvisado en el salón de su casa, nada le generaba interés más de cinco minutos. Por eso no había estudiado una carrera, ni tenía un trabajo decente. Se aburría enseguida de todo, y su tolerancia a las órdenes era mínima. A ojos de su familia y de sus amigos, era un desastre como un piano de grande. No, como una montaña: así sonaba peor.

La fiesta transcurrió sin muchos sobresaltos. Era mediodía; el sol primaveral pegaba fuerte, y la gente continuaba de pie, aguantando al tipo, mientras bebían y disfrutaban de los canapés que el servicio de cáterin les acercaba. Llegó un momento en que su padre le hizo una seña para que la acompañase. Kara agradeció no estar borracha. Casi siempre se le soltaba la lengua en su presencia si el alcohol recorría su sistema. Su falta de filtro era otro de los motivos por los cuales su padre la detestaba.

—¿Te lo estás pasando bien? —consultó él mientras rebuscaba algo en su despacho.

Un año antes, ese mismo lugar había ardido hasta los cimientos. Le había costado bastante recuperar la habitación donde pasaba gran parte de su tiempo. Antes, las paredes eran mucho más claras y ahora se veían de un marrón oscuro. Los muebles eran de color crema, como las cortinas; en las paredes, ya no colgaban sus títulos, sino dibujos que tanto Danny como ella le habían hecho de pequeños en el colegio. Estaba claro que romper ciclos le sentaba bien a la gente.

—Bueno, no es mi estilo —reconoció Kara—, pero sí, me estoy divirtiendo.

Gabriel cabeceó, aún entretenido en abrir y cerrar cajone

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