Sedúceme, si puedes (Corazones valientes 1)

Christine Cross

Fragmento

seduceme_si_puedes-1

Prólogo

Boston. Abril de 1864

El trayecto hasta la mansión de los Lowells era tan corto que podrían haberlo hecho a pie, sobre todo porque hacía una noche espléndida y el clima, aunque cálido, no resultaba sofocante. A pesar de todo, Brayden había insistido en coger el carruaje, y Helena no pudo evitar preguntarse si le dolía la pierna.

—¿Te encuentras bien? —Se interesó; colocó una mano sobre su mejilla para hacer que la mirase. Él podría intentar mentirle para no preocuparla, pero sus ojos verdes no le ocultarían la verdad.

Brayden sonrió al tiempo que cubría con la suya la mano de su esposa. Volvió la cabeza con suavidad y depositó un beso en su palma abierta, inhalando el aroma a rosas que desprendía su piel. Un destello pícaro asomó a sus ojos. Tomó a Helena de la cintura y, con un solo movimiento, la sentó sobre su regazo.

—Ahora me encuentro mucho mejor —le aseguró con una sonrisa.

Ella sintió un revoloteo de mariposas que agitó su estómago.

—¡Brayden! Tu pierna...

—Está perfectamente, como podrás comprobar cuando bailemos juntos el primer vals —comentó, depositando un beso sobre la nuca descubierta de su esposa. La sintió estremecerse y su sonrisa se amplió.

—Hum.

La respuesta de ella no pudo complacerlo más.

Helena había cerrado los ojos. El suave murmullo se transformó enseguida en un suspiro de placer cuando la mano masculina se deslizó por debajo de su falda mientras los labios cálidos y tiernos seguían depositando besos ligeros sobre la piel desnuda de sus hombros.

—Estás preciosa, señora Scott —le susurró.

Ella lo sabía. Había escogido con esmero el vestido que iba a lucir esa noche en casa de los Lowells, porque era la fiesta de presentación en sociedad de Millicent y también de Wendy, la hermana de Brayden. La pequeña de los Lowells había insistido para que pudiera celebrar la ocasión junto a su amiga y, al final, los padres de ambas habían cedido. En realidad, no había nada que pudieran negarle a la joven, demasiado consentida. Gracias al cielo poseía un buen corazón y quería a Wendy como a una hermana.

Recordar hacia dónde se dirigía la hizo regresar de golpe a la realidad.

—¡La fiesta! Brayden, no podemos... —Se revolvió sobre el regazo de su esposo, que dejó escapar un gemido ronco—. ¿Te he hecho daño? ¿Es la pierna?

Aunque había mejorado bastante gracias a los consejos del doctor y a los ejercicios que este le había recomendado, la herida sufrida durante la guerra todavía le causaba problemas de vez en cuando.

—En este momento, hay otra parte de mi anatomía que requiere más atención —resopló. Le encantó ver cómo fruncía el ceño y luego sus ojos grisáceos se abrían ante la comprensión, al tiempo que en sus mejillas florecía el rubor.

—¡Bray...!

La acalló con un beso íntimo y profundo que desestabilizó las respiraciones de ambos.

—Lo sé —contestó él un rato después, besándola en la frente—. Tenemos que asistir a esta maldita fiesta.

Helena ocultó una sonrisa y deslizó los dedos entre su cabello rubio, peinándolo con ternura.

—Es la presentación en sociedad de tu hermana, no puedes faltar. —Frunció el ceño, preocupada—. Espero que tampoco ella falte. No comprendo cómo pudo rompérsele el vestido.

Brayden deslizó los dedos por la mejilla tersa de su esposa.

—Creo que fue premeditado. Para dejarnos a solas —le aclaró al ver su mirada interrogante—. Desde que llegó tu hermano Ashton, le has prestado más atención a él que a mí —refunfuñó.

—Eso no es cierto. —Controló la sonrisa que afloró a sus labios al ver el mohín de contrariedad en su rostro. A pesar de todo, sabía que Brayden había llegado a apreciar a Ashton en los casi tres meses que llevaba en Boston con ellos, algo que estaba comenzando a irritar a su esposo—. Además, estoy segura de que si se ha quedado tanto tiempo con nosotros no ha sido por mí.

—¿Crees que está enamorado de Wendy?

Su voz sonó tan horrorizada que Helena no pudo evitar dejar escapar una carcajada.

—Por supuesto que no, tonto.

—¿Entonces?

Ella puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.

—A veces los hombres sois demasiado torpes.

—Y vosotras demasiado sabias, por eso no nos lo tomáis en cuenta —repuso él con galantería, besándola en la punta de la nariz—. ¿Estás segura de que no podemos llegar más tarde a la fiesta?

El tono pícaro y la mano que se ancló a su cadera y comenzó a masajearla enviaron un estremecimiento a su columna. El pulso se le aceleró y se esforzó por controlar su respiración.

—¿No quieres saber quién es la mujer en la que ha puesto sus ojos Ashton?

Brayden la miró y Helena pudo ver el fuego de la pasión que ardía en el fondo de sus ojos verdes.

—Créeme, querida, tengo mejores cosas en las que pensar —le respondió. Golpeó con un puño el techo del carruaje—. Jack, da una vuelta más.

Deslizó la mano por la suave piel de la nuca de su esposa y la atrajo despacio hacia él, hasta que sus labios se fundieron en un beso dulce. Después, el mundo dejó de existir.

Wendy no dejaba de retorcerse las manos mientras el coche traqueteaba por la subida de Beacon Hill hasta la mansión de los Lowells. Un trayecto demasiado corto para intentar apaciguar su nerviosismo. Fue la voz tranquila y profunda del hermano de Helena la que logró serenarla.

—Te va a ir muy bien, Wendy —le dijo Ashton—. Estás preciosa, y todos los caballeros van a querer bailar contigo. Así que resérvame un baile desde este momento, no quiero tener que pelearme para poder danzar con la joven más bonita de la fiesta.

Wendy esbozó una sonrisa cálida, llena de agradecimiento. Ashton era un caballero galante y refinado, además de apuesto y rico; no comprendía por qué a Millicent le caía mal —o al menos eso era lo que ella decía— ni por qué trataba de evitarlo, a veces, incluso, comportándose de manera grosera con él. Sacudió la cabeza y sus pensamientos se dispersaron en otra dirección. Era la noche de su presentación en sociedad y la emoción la embargaba; lo único que empañaba aquel importante momento de su vida era la ausencia de Taylor. No tenían noticias de él desde que había partido para la guerra; sus cartas habían dejado de llegar, y eso no era buena señal.

La luz proveniente de los farolillos del jardín de los Lowells atrapó su atención y se asomó por la ventanilla para contemplar la fachada de la mansión. Un revoloteo de mariposas aleteó en su estómago.

—Bien, ya estamos aquí —comentó Kate, poniéndose l

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