La novia perfecta por Navidad (Serie Chadwick 5)

Mariam Orazal

Fragmento

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Capítulo 1

Londres. Inglaterra. Diciembre de 1817

El olor de la Frost Fair se le había adherido al cabello. Cordelia Dereford tomó un fino mechón rubio que le quedaba a la altura de la mejilla y lo empujó hacia su nariz para corroborarlo. Carne asada y lumbre. No le gustaba ese olor sobre su pelo y su ropa, por muy sutil que fuese. Sacó una crema perfumada de su ridículo y se la frotó en manos y cuello. Su cuñada, que iba sentada en frente, abrió los ojillos con expresión suplicante.

—Estaba pensando en lo mucho que me gustaría quitarme este olor de encima —dijo a modo de rogativa.

—Es sorprendente cómo se adhiere, ¿verdad? —dijo pasándole el bote redondo de latón.

Cualquiera que observase a Hannah Dereford, no dudaría en aseverar que era una dama de refinada educación y noble cuna. Su cutis sin mácula y la suavidad de sus facciones la convertían en una mujer muy hermosa, con solo una chispa de rebeldía en sus ojos azules. Nadie se atrevería a dudar de su alcurnia, pero lo cierto era que Hannah había nacido en la pobreza e incluso había tenido un empleo de doncella por muchos años.

—Considero que oléis maravillosamente bien las dos —apostilló su hermano, que siempre era bastante inmune a las preocupaciones femeninas.

—No puedes hablar en serio —protestó Cordelia.

—Querida, los hombres, en especial tu hermano, son tan susceptibles a los perfumes femeninos que son incapaces de detectar todo lo demás alrededor —explicó la joven con una sonrisa displicente hacia su marido.

—De hecho, cuando tú estás cerca no puedo apreciar otra cosa —respondió él con la mirada encendida.

Cordelia se giró a mirar por la ventanilla de la berlina, azorada. Su hermano y su cuñada solían ser muy demostrativos en sus afectos, y eso era algo que últimamente le despertaba una sensación de malestar en la boca del estómago. Al principio pensó que eran celos contra su cuñada, pues Shein Dereford, conde de Redcliff, siempre había sido para ella como una luz brillante en el firmamento: su héroe, su protector, su más admirado ejemplo; pero le complacía la felicidad de ambos, estaba segura. Por tanto, debía ser otro el motivo de su indisposición frente a los arrumacos. ¿Quizás anhelo?

El caso es que, después de tres días lluviosos compartiendo la casa con ellos, había sentido la imperiosa necesidad de distraerse y por eso había insistido en acudir a aquella feria helada sobre el Támesis que causaba sensación en Londres.

La pura verdad era que no le había gustado, a pesar del ambiente navideño que se respiraba, pues faltaban solo dos días para las fiestas. Sin embargo, después de tan insistente súplica se había visto obligada a fingir que se divertía. Por suerte, cuando anunciaron que la atracción principal iba a ser un elefante que caminaba por el hielo, Shein recitó maldiciones en arameo y las obligó a salir de allí.

Había creído que la Frost Fair sería una grata distracción en medio de los preparativos para su inminente presentación en sociedad. Pero no.

Cordelia nunca había ansiado una temporada —aborrecía la idea, de hecho—, pero la nueva posición de su hermano mayor la había empujado sin remedio a aquel mercado matrimonial de Londres que la desalentaba. Si los jóvenes de Lincolnshire la adulaban con insistencia y sin lógica, no quería imaginar el grado de pleitesía que recibiría en la gran ciudad. Le horrorizaba pensar en todos aquellos incómodos bailes siendo idolatrada y galanteada por encopetados lores que la considerarían una bonita cabeza hueca. Ellos querrían serrín en esa bonita cabeza, y Cordelia no podía complacerlos.

Quería enamorarse, como cualquier joven soñadora —y ella lo era—, pero ¿cómo sabría diferenciar la falsa coba del verdadero afecto? ¿Cómo distinguiría al hombre correcto para pasar con él el resto de su vida?

Anhelaba compartir con alguien el afecto y la complicidad que veía en Hannah y Shein, pero no quería atravesar los obstáculos tan duros que ellos tuvieron que sufrir para estar juntos. Su hermano había sido totalmente honesto y explícito sobre los errores que había cometido con el amor de su vida cuando trabajaba para el Servicio Secreto británico y, aunque a Cordelia le parecía sumamente romántico todo lo ocurrido, no quería vivir semejante drama. Lo que sí esperaba era un hombre que estuviera tan locamente enamorado de ella como lo estaba Shein de su esposa.

Le preocupaba terminar en un matrimonio infeliz, pero aún le inquietaba más no ser capaz de encontrar jamás un lugar donde se sintiera cómoda y plena.

No lo estaba en Cootondrove, la propiedad de sus padres, y tampoco Londres le estaba pareciendo un lugar acogedor; al menos, aquella atestada y maloliente feria del hielo no lo había sido. No le gustaba la vida de campo y, por el momento, no le atraía mucho la gran ciudad. A menudo pensaba que era un recelo absurdo e irreal, pero el vacío que dejaba en su interior era innegable.

Apartó aquellas conocidas preocupaciones y se alegró de su próximo destino. Iba a visitar a unos amigos de su hermano que le resultaban agradablemente bulliciosos y entretenidos. Lady Riversey le había parecido una mujer encantadora cuando la conoció en la boda de Shein, y su marido —el apuesto lord Riversey— era, probablemente, el hombre más fascinante y pícaro del planeta.

Cuando el mayordomo les abrió la puerta de Riversey House, la residencia londinense de los marqueses, era tal el alboroto que Cordelia dirigió una mirada interrogante a su cuñada, a la que esta respondió con una mueca de sorpresa y un encogimiento de hombros.

Lo que fuera que ocurriese no parecía tener nada que ver con el fastuoso abeto que presidía el vestíbulo de la mansión y en el que se habían encendido decenas de pequeñas bolas de cristal en cuyo interior había velas en miniatura. Había también adornos con forma de estrella y una profusión de lazos rojos que colgaban con gracia de los extremos de las ramas. Era el árbol más bonito que Cordelia había visto nunca.

—Hannah, gracias a Dios que has llegado —exclamó lady Collington desde la puerta del vestíbulo que daba paso al jardín.

La vizcondesa de Collington había sido la patrona de su cuñada Hannah durante muchos años, cuando ella trabajaba como doncella. A Cordelia le recordaba a un duendecillo, con aquellos enormes ojos verdes y el cabello bermellón. Era bonita, pero sencilla.

—Eric ha vuelto a desaparecer —prosiguió—. Ya hemos buscado en el jardín por miedo a que hubiera salido de excursión por su cuenta. Hace muchísimo frío y me preocupaba que estuviera a la intemperie, pero lo hemos peinado de arriba a abajo y no está ahí. ¡Ayúdame, por favor! Esto se te da muchísimo mejor que a mí.

En aquel momento también aparecieron el marqués de Riversey, tan guapo que quitaba el aliento; el padre del chiquillo, el vizconde de Collington, que también era muy apuest

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