Merci por tus besos (Amour en Lyon 2)

Ana E. Guevara

Fragmento

merci_por_tus_besos-1

Capítulo 1

—Es un desastre. Es un absoluto desastre, los colores, la idea, la realización. Todo mal —dije con vehemencia.

—Pues a mí me gusta. Es algo nuevo, con otra perspectiva, todos los artistas cambian y crecen a lo largo de su obra.

—Ya, pero a mí no me gusta el cambio.

Miré a Chloe con el ceño fruncido. La nueva directora de la galería era alta y rubia, con unos bonitos ojos azules, y a todas luces parecía saber de lo que hablaba. Salvo en este momento donde, por lo visto, era incapaz de darse cuenta de que lo que tenía delante era un desastre monumental. Me pasé la mano por el flequillo, llevaba el pelo demasiado largo, pero no había tenido tiempo para ir a cortármelo. Bueno, sí que había tenido tiempo, lo que no había encontrado eran las ganas; con este calor abrasador que parecía que iba a fundir el asfalto estaba mejor en mi piso con mis ventiladores. Y ahí precisamente era donde estaba Chloe en ese momento, ocupando mi espacio vital y examinando mis nuevas creaciones.

—Pues si no te gusta, haz otra cosa —respondió encogiéndose de hombros.

—Entonces, ¿estás de acuerdo en que no es bueno?

Soltó todo el aire de los pulmones y me miró entre cansada y divertida.

—Mira, Pierre, de verdad que yo no sé qué quieres que te diga. Si te digo que me gusta, no estás de acuerdo; y si te digo que intentes otra cosa, no estás de acuerdo tampoco. Así que —me puso una mano en el hombro y yo me encogí un poco, involuntariamente— haz lo que te dé la gana, que yo me encargaré de venderlo por una pasta.

Y supe que era verdad. François era mi anterior galerista, un tipo bajito, algo calvo, que había dimitido porque se iba a dar la vuelta al mundo con «el amor de su vida». Una estupidez como la copa de un pino, si se me permite decirlo. Chloe lo había sustituido, y, a pesar de mis reticencias iniciales, no se podía negar que la chica tenía talento. Mi última colección se había vendido en un tiempo récord, la nota de prensa era mucho más cercana y menos presuntuosa que las anteriores, y mi nombre era ahora más cotizado que antes, por lo que no tenía ninguna pega que objetarle, salvo que suponía un cambio, y los cambios me molestaban.

Así que aquí estábamos los dos, en mi piso de la Croix Rousse, con tres ventiladores al máximo porque el calor de agosto en Lyon se colaba por las ventanas, aunque tuviera echadas las cortinas. Mirábamos con ojo crítico mis nuevos trabajos. La última exposición había sido un éxito, como ya he comentado, y eso, además de una buena noticia para mi cuenta corriente, era una presión añadida enorme, porque ahora la gente esperaba lo mismo, que yo hiciera magia con mis pinceles y replicara una genialidad. Y eso no puede ser, porque ya no soy esa persona.

Otro cambio. Estoy hasta las narices, ¿es que la vida no puede ser solo una sucesión de días unos iguales a otros? Así sabría lo que hay que hacer en cada momento y no habría lugar para los sobresaltos. Como Bill Murray en la película con la marmota, siempre he envidiado muchísimo su suerte. Pero yo soy un tipo con mucha mala suerte y aquí estoy, viviendo una vida en la que cada día es una aventura diferente. ¿De verdad eso le puede gustar a alguien?

—Pierre, si no tienes nada más que enseñarme me voy a ir, que tengo una galería de la que ocuparme. Ya sabes, empleados, otros artistas... Ese tipo de cosas.

La miré estupefacto. Eso era algo típico de Chloe; podía pasar, en una sola frase, de ser una persona encantadora a decirme que había gente que le importaba más que yo. ¡Y ni siquiera se ruborizaba por insultarme de esa manera!

—Claro, vete, por lo visto hay otros artistas que te pagan tu carísimo coche.

—No tengo coche, solo una bici —respondió arqueando una ceja, divertida, y eso me cabreó aún más.

—¿Y gracias a qué pintor de éxito que te aporta grandes beneficios te la has comprado?

—La tengo desde que iba a la escuela de arte, es de segunda mano y me la pagué trabajando en el McDonald’s.

—¿McDonald’s? Ahora entiendo ese olor a fritanga —repuse olisqueándola.

Ella dio un paso atrás, entre asqueada y divertida.

—Aquello fue hace diez años, no creo que el olor dure tanto. Y antes de que me sueltes otro improperio, me voy a marchar, porque de verdad que tengo muchísimo trabajo y no puedo abandonar a los otros artistas de los que me ocupo.

La vi contonear sus caderas embutidas en unos shorts blancos que combinaba con unas deportivas del mismo color y una camiseta de tipo tie-dye en tonos rosados. Nadie que la viera pensaría que hacía transacciones artísticas por varios miles de euros y que sabía de arte, y sobre todo de pintura, casi tanto como yo. Desde la puerta se giró y, justo antes de marcharse, me dijo:

—La bici es de segunda mano, pero este reloj carísimo me lo he comprado gracias a ti, así que sí, eres mi artista favorito.

Me guiñó un ojo y cerró la puerta tras de sí. A veces esa mujer era completamente insoportable, aunque al menos le había conseguido arrancar la verdad en el último momento: sabía que yo era el mejor artista de su galería. Sonreí satisfecho.

Mojé un pincel en disolvente como un acto reflejo y me dediqué a limpiarlo a conciencia a pesar de que ya lo estaba. Desde mi última colección habían pasado muchas cosas.

Para empezar, Ana había llegado para darle la vuelta a todo. Ella es mi mejor amiga, bueno, para ser fieles a la verdad, es mi única amiga. Es una española ruidosa que no sabe pronunciar la erre francesa de forma correcta a pesar de que ya lleva seis meses en Francia. Eso me pone de los nervios, es como si no pusiera el suficiente interés como para hablar correctamente la lengua de su país de adopción.

Sale con un panadero que no es un mal tipo, aunque los dos sabemos que puede aspirar a algo mejor. Claro que los croissants que hace Sébastien son gotitas de cielo, y seguramente por eso sigue soportando a ese tipo. Por lo visto ellos son felices, es lo que tiene la gente simple, que se conforma con poco y su felicidad es rápida.

Bueno, pues el caso es que Ana llegó de España y, sin yo saber muy bien cómo, acabó haciéndose un hueco en mi vida. No es que nos veamos cada día para tomar el café juntos y contarnos chismorreos, pero de vez en cuando se deja caer por aquí, siempre sola, sabe que el pánfilo de su novio no me cae bien. La única vez que hablé con él salió borracho de un callejón mal iluminado para reprocharme cosas, una primera impresión como esa ya no se puede remontar. El muchacho está condenado a mi ostracismo de por vida, y eso es peor que ser excomulgado por la Iglesia.

Así que desde que Ana apareció en mi vida me ha dado por pintar con colores más brillantes. Y eso no me gusta, yo estaba cómodo con mis azules, mis grises y mis negros. Algún que otro burdeos, un verde oscuro, colores q

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos