Corazón de hierro (Los Preston 3)

Julianne May

Fragmento

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Prólogo

Londres. Mayo de 1817

Estimado señor Watson:

Lamento importunarlo con esta carta y más aún en este momento tan terrible para usted y su familia, pero las circunstancias me han llevado a rogarle adelantar los planes que, tal como me ha comunicado el abogado, tenían previsto llevar a cabo en unos meses.

Sé que tal vez espere motivos más claros y detallados, pero, por respeto a la señorita Regina Watson, ruego que perdone la falta de los mismos en esta carta. De todos modos, ella ha prometido confesárselos más adelante y en persona. Aun así, y tras usted conocer casi mejor que nadie a su querida sobrina, creo que comprenderá la urgencia de que marche cuanto antes a Inglaterra. Lamentablemente, el dolor le ha carcomido el alma y ahora hasta la razón.

Por fortuna no ocurrió nada que pudiera dañar su futuro, pero dudo que mi familia y yo logremos mantenerla contenida hasta que lo peor ocurra.

Es por eso que, muy a mi pesar y tras conversarlo con el abogado de su familia, enviaremos a Regina con ustedes la semana entrante. Ella todavía no lo sabe. De hecho, por su propia seguridad, no lo sabrá hasta la mañana misma en que zarpe el barco.

Mientras tanto, trataremos de darle el cariño que esté a nuestro alcance para hacer de este momento uno menos doloroso. Si nosotros aún no podemos asimilar esta terrible tragedia, no puedo imaginar lo que ella debe de estar sintiendo. Perder a los padres siempre es profundamente doloroso, pero que sea a la edad de Regina…, pues ni quiero pensarlo.

De antemano, gracias. Y, una vez más, disculpe estos imprevistos cambios de planes.

Sin otro particular y atentamente,

Peter Holland

George Watson cerró la carta que ya había leído unos días atrás, y suspiró. Lo cierto era que todavía no lograba aceptar la repentina pérdida de Charles y Alice, su hermano y su cuñada. Hacía unos pocos meses, él había viajado hasta el norte de América para visitarlos, y los había notado tan felices que juró que vivirían así hasta que fueran una de las parejas más ancianas del continente. Sin embargo, el destino, cruel y caprichoso, había decidido un final injusto y demasiado temprano para los padres de Regina, la única sobrina que George tenía. El accidente había sido terrible y, aunque la lógica habría hecho de la tragedia la peor de todas, lo cierto era que el universo había decidido dejar a la joven Regina con vida. Una fortuna, por un lado, aunque una desgracia por el otro.

Regina Watson siempre había sido una joven de carácter fuerte, aventurero y libre, pero jamás había desafiado las buenas formas, y siempre velaba por complacer y hacer felices a sus padres. Claro era que se trataba de una familia amorosa, cálida y en la que se impulsaba la libertad de pensamiento, por lo que no fue difícil para Regina comportarse de acuerdo a los deseos de sus padres. Pero eso solo había sido hasta el accidente.

El día no era el indicado para viajar, se avecinaba una tormenta y el terreno no era seguro en esos tipos de días. Pero la urgencia por ir a ayudar a un viejo amigo de la familia fue más fuerte que la razón y llevó a que la pareja decidiera marchar incluso a sabiendas de los riesgos. Aun así el destino de ellos no fue el peor, sino el de Regina, pues ella era quien desde entonces cargaría con el dolor de la soledad y la amargura de no comprender por qué ella sí había sobrevivido y no sus padres.

Así, la rabia se fue convirtiendo en un incipiente odio, y el dolor, en la amenaza más peligrosa para la vida de Regina.

Los Holland, la familia que había precisado de la ayuda de ellos, no dudaron en recibir a Regina y darle lo que estuviera a su alcance, pero la rabia y el rencor dominaron a la joven Watson, y las recriminaciones por parte de ella no se hicieron esperar.

Y para George era una certeza: su querida sobrina ya no era la misma persona. Y si había alguna esperanza de que su corazón sanara era al lado de ellos, la única familia que le quedaba en el mundo.

Sabía que no sería fácil, en especial por la tensión que existía entre Regina y el resto de la familia, pero era su deber. Y por Regina, la persona más amada por su fallecido hermano, debía ser capaz de lo que fuera.

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Capítulo 1

El amor no era para él. No, al menos, el relacionado hacia las personas. Y era que, de solo ver el sufrimiento que implicaba, Archivald no entendía por qué la gente se empecinaba en arrojarse a los brazos de tan peligroso sentimiento. ¿Para qué? ¿Qué tipo de persona era capaz de dejarse llevar a una destrucción vaticinada desde el primer momento? Una de pocas luces. O un suicida tal vez.

Lo cierto era que no le importaba. Y cada vez que alguien intentaba profundizar en esas cuestiones, Archivald simplemente se marchaba. Claro que la excusa era siempre la misma: los libros. Si de algo estaba seguro Archi era de que la pasión por el conocimiento era el único amor que lo mantendría a salvo en el mundo. Después de todo, las bibliotecas eran el lugar más alejado de la idea del amor y de la pasión relacionada a los cuerpos… O, al menos, eso era lo que había pensado hasta que se vio enredado con la desquiciada lady Worwood y sus apetitos sexuales. ¡Cielos santos! De no haber sido por el sinvergüenza de su hermano mayor, Luke Preston, tal vez aquella mujer no habría parado hasta atraparlo en sus redes de deseos pecaminosos.

Como fuera, estaba agradecido de que Luke se hubiera inmiscuido en sus asuntos personales y que, por fortuna, los problemas que se habían desencadenado con la marquesa de Worwood se hubieran resuelto sin que nadie saliera herido. Además, su querido Luke, el más descarado y libertino de los cinco, había terminado casándose contra todo pronóstico y lógica. Y cualquiera habría apostado por un futuro poco prometedor para aquel espíritu libre, sin embargo, que se hubiera casado con la inteligente señorita Bates había sido decisivo, pues, aunque Archivald no alcanzara a comprenderlo, lo cierto era que el amor que Luke e Isabel se profesaban era tan claro como la pasión que él sentía por los libros y la ciencia.

Como fuera, y más allá de la historia de amor que se había entretejido a favor de su molesto hermano, lo que sí había aprendido Archivald era que las bibliotecas ya no eran la fortaleza que hasta entonces él había creído. Muy por el contrario, resultaron ser un espacio ideal para liberar los deseos desenfrenados de los cuerpos e, incluso, para dar espacio al irracional sentimiento del amor.

Le gustara o no, debería ir pensando en encontrar otros lugares en los que refugiarse del mundo. Pero para eso habría tiempo. Hasta do

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