Brisa otoñal en Nottinghamshire (Serie Campiña 2)

Silvia Madi

Fragmento

brisa_otonal-2

1

El orgullo de Beatrice

Beatrice Loughty

Los marrones y verdes de un Southwell nublado, ataviado con toda clase de monumentos que me hacen sentir insignificante, me dan la bienvenida según suspiro mirando por la ventana. Tan pronto me adentro en el lugar, siento más melancolía de la que he sentido jamás.

Desde que mi padre se arruinó a causa de la quiebra del negocio familiar, hemos pasado por tantas penurias como noches he llorado yo desde que he sabido cuál sería mi destino. Uno hacia el que me dirijo en este mismo instante.

Desde hoy me convertiré en una de las nuevas sirvientas del conde de Nottingham, John Capell, y no puedo sentirme más desdichada. No solo entraré a formar parte de una casa de la nobleza, estrato al que tantísimo aborrezco, sino que deberé estar pendiente de todo aquello que el conde precise cuando decida cuál será el lugar que ocuparé de entre todas las personas que pasaremos hoy a servirle.

Sé que se ha acabado la poca paz con la que he contado en el viaje cuando el coche de caballos atraviesa el camino que lleva a la enorme hacienda de lord Capell. Esta se yergue ante mí, imponente, con grandes rocas marrones, ventanales repletos de flores silvestres y dos enormes torres a los lados de una enorme habitación con balcón que da a los jardines que yo ahora atravieso. Más allá de la hacienda, como si todo este despliegue no fuese acaso suficiente, puedo apreciar un establo.

Pese a reconocer que es un sitio hermoso, todo mi pecho se encoge cuando el coche comienza a frenar. No quiero estar aquí. Preferiría estar en cualquier otro lugar del mundo. ¿No puedo dar media vuelta y echar a correr? ¿No puedo huir y vivir en medio de la naturaleza?

No, claro que no.

Abro la puerta antes de que el conductor, un hombre orondo, de baja estatura, cabello gris y mirada seria y tajante lo haga por mí, y observo la hacienda una vez más al bajar. Sin embargo, mientras estoy haciéndolo, paso por alto que anoche llovió a mares y hay partes del suelo encharcadas y embarradas.

Por supuesto, donde pongo el pie es una de esas partes.

—¡Por amor de Dios! —exclamo. El conductor viene hacia mí y dibuja una mueca de hastío y repugnancia, pero no dice más, ni bueno ni malo. Se limita a acercarse a la hacienda y a avisar de que hemos llegado.

Aún no es la hora a la que debo conocer al conde. No le mostraré este aspecto desaliñado y lleno de barro. Afortunadamente, tendré tiempo de cambiarme.

¿O no?

¿Cómo iba a tener tanta suerte?

brisa_otonal-3

2

La suerte de Beatrice

Beatrice Loughty

Doy un paso en dirección a la hacienda y un hombre alto, fuerte, de marcadas facciones, cabello azabache, piel clara y ojos verdes como la espesura más profunda se yergue ante mí y me observa con desaprobación.

—¿Esta es la nueva sirvienta? —pregunta con repugnancia sin mirarme. Yo enarco una ceja ante su tono de voz.

De repente me gustaría estar embadurnada en barro y que me odiara y me echara de aquí, pero... no puedo, de modo que doy un paso más, me atuso el vestido y trato de calmarme recordando que hago esto por mi familia y no por mí; ellos necesitan la ayuda que enviará el conde a mi hogar en Bibury cada mes, y no debo olvidar lo importante que es para que mis padres puedan continuar llevándose una cucharada de comida caliente a la boca. Pronto llegará el invierno, y el hambre no perdona.

Sin embargo, cuando estoy tratando de relajarme, lord Capell, no contento con su tono de voz altanero y arrogante, se acerca a mí y, sin siquiera saludarme, me mira como si fuera ganado y chista con la lengua. Y eso, sintiéndolo mucho, hace que olvide por completo por qué estoy aquí.

—¿Tenéis algo que decir? —espeto antes de darme cuenta de que he abierto la boca.

Abre mucho los ojos y enarca una ceja, sorprendido. Evidentemente, no está acostumbrado a que le respondan, y menos en una situación como esta. Él, un hombre de alta alcurnia, sin ser temido por una mujer teñida de barro.

—¿Conque además de desaliñada sois insolente? —responde alzando el mentón. Y siento que me mira desde tres metros por encima, pero no me achanto.

—Es posible que sea muchas cosas más. —Achino la mirada y me cruzo de brazos. Algunos lores con los que intuyo que estaba pasando el rato aparecen por la puerta principal, curiosos.

Estoy segura de que todos me repugnan tanto como yo a ellos.

—Ah, ¿sí? —Se acerca a mí y quedamos a escasos centímetros, retándonos con la mirada tan cerca que puedo oler su aroma a menta y madera añeja. Estoy planteándome por qué una persona tan desagradable puede oler tan bien cuando me sorprende respondiendo—: En ese caso, contadme más de vuestras virtudes, milady.

Ahora soy yo quien enarca una ceja.

—No soy de la nobleza, ahorraos los tratamientos protocolarios conmigo.

El conductor carraspea y tira un poco de mi codo, pero lord Capell alza una palma en su dirección y él da un paso atrás con la cabeza agachada.

—Seréis lo que yo quiera que seáis —dice después.

Abro mucho los ojos y estoy tentada de darle un guantazo, pero aprieto una mano con la otra, conteniéndome, y él las mira a ambas. Parece satisfecho. ¿En qué momento se ha creído este engreído que puede hablarme de ese modo, por más conde de Nottingham que sea?

Noto cómo algunas personas más, doncellas y sirvientas, acuden a la puerta, y yo tomo aire hondo y, sabiendo que si no defiendo quien soy ahora no lo podré hacer jamás, respondo con toda la firmeza que hay en mi voz:

—Soy Beatrice Loughty, milord. No soy lady de nada ni de nadie, ni lo seré por más que vos os empeñéis en ello. Nací en Bibury y estoy orgullosa de mis raíces, de mi pobreza, de mi desaliño y de la convicción de que la gente me sonríe por quién soy y no por el título que ostento.

Dibuja una sonrisa altanera y, para que no le oigan, se acerca a la cuenca de mi oído y susurra:

—Tenéis suerte de haberme dedicado vuestro descaro a mí y no a otro lord, querida.

—Me abruma vuestra benevolencia —respondo con su mismo tono burlón. Sé que es algo completamente inapropiado, pero he llegado al punto de desear que me eche de aquí.

Juro que encontraré otro modo de ayudar en mi hogar.

Ríe en voz baja, pero no se molesta ni alza la voz. Por algún motivo, durante la conversación ha ido pareciendo más y más divertido, como si...

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos