Una nueva flor en Santa Mónica (Serie Seasons 3)

Mar Poldark

Fragmento

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Capítulo 1

Página en blanco

Era el día más bonito de mi vida.

Ya sabía cómo tenía que posar, mover la cabeza e incluso alzar mi dedo anular para que Nathaniel pudiese encajar el anillo en mi mano. Recordaba los veintisiete pasos que me alejaban del altar, incluso esperaba los susurros de mi padre haciéndome cosquillas en el oído mientras hablaban del orgullo que sentía por verme cumplir mi cometido con nuestra empresa.

Los nervios debían ser solo para los privilegiados que no cargaban con algo tan grande como yo. Porque las mujeres que nacíamos de los trocitos de las nubes, no teníamos permitido dudar de nuestras elecciones. Además, yo estaba preparada para entrelazar mi brazo con el suyo. Le sonreí orgullosa excluyendo el aleteo de mi corazón, porque no era primordial escucharle. Solo me quedaba dar ese «Sí» que atrapaba entre los dientes y toda la función que se alzaba sobre mí me proporcionaría la vida de ensueño que siempre me habían prometido.

Todas mis expectativas se redujeron a cenizas cuando escuché aquella voz que acababa con mi cuento. Aún me veía deslizando la mirada desde mi prometido a la mujer de cabellos azabaches que exigía una oportunidad que me hizo sentir diminuta. Los ojos azules de Nathaniel no mostraron culpabilidad, tampoco parecían dispuestos a excusarse cuando yo era el abundante pago que ampliaba su empresa. Un profundo escalofrío recorrió mi espina dorsal. Allí estaba haciéndose presente para regalarme la escasa emoción que solía vivir: cogí ambas puntas de mi vestido de novia y corrí con desesperación porque no quería escuchar que había fallado en algo tan sencillo como dar un breve consentimiento.

Moví mis piernas todo lo rápido que pude sin mirar atrás. Me sentí una princesa que escapaba de su captor en mitad del bosque. Corrí, corrí y corrí. Hasta que toda la estabilidad que me alejaba de mi pesadilla me hizo tambalear hasta que un profundo estruendo me devolvió de bruces a la realidad.

—Empiezo a pensar que debería ponerte la barrera que usaba para Mía cuando empezó a dormir conmigo en la cama.

La voz rasgada de Beth me hizo abrir los ojos de manera abrupta. Parpadeé un tanto adolorida por la postura de yoga en la que había caído. Repté deshaciéndome de la incómoda posición que parecía atarme sobre el parqué y torcí los labios decepcionada conmigo misma al notar el incesante dolor que sentía en la mejilla.

Se suponía que las pesadillas deberían haber llegado a su fin. Habían pasado varios meses desde el día en que Winter Adams irrumpió en mi boda, actué sin pensar y dejé todo atrás por mera supervivencia. A veces me resultaba frustrante no poder controlar mi subconsciente, se suponía que empezar a escribir las primeras páginas en blanco de una historia proporcionaba curiosidad y felicidad a una persona. En mi caso me tenían inquieta porque no sabía que podía suceder en cualquier momento.

—No es mi culpa tener un colchón tan pequeño.

—No te lo tomes a mal, Spring. —Mi hermana, o más bien la hija de mi madre, me extendió la mano para ayudarme a ponerme de pie—. Pero empiezo a preocuparme por la opinión de mis vecinos. La semana pasada saliste con un chichón en la frente porque te diste contra la mesita de noche, la anterior a esa te golpeaste el pie contra el canapé y hoy bueno, solo parece que me he enzarzado con tu mejilla.

—Lo siento, la torpeza no debería ser un inconveniente para un Cooper.

—Anda, he hecho tortitas de avena y plátano. —Curvó sus labios hacia arriba para restarle importancia, pero sabía que estaba siendo un problema para ella: no solo había aparecido en su vida, sino que ahora lidiábamos con una convivencia que ambas habíamos desechado—. Mía ha decidido que la ración de su tía favorita debe llevar trozos de fresa y arándanos.

—Me ha leído el pensamiento.

—Te espero abajo. —Antes de salir giró sobre sus talones con su dedo índice alzado—. Si vas a ducharte pon una toalla en el suelo y ten cuidado con el agua caliente, recuerda que no está muy bien regulada.

—No te preocupes tanto, Beth, puedo asearme yo sola.

—A veces lo dudo, cariño.

Sus palabras no debían importarme. Mi padre me había enseñado que las personas utilizaban el diálogo más afilado para hacerte sentir diminuto, por eso decidí eclipsar mis emociones con la intención de darme una ducha caliente que pudiera acabar con el incesante dolor de espalda.

Abrí el grifo recordando que no debía dejarme llevar por el color que correspondía al agua fría de la que achicharraba. En este apartamento parecía estar todo al revés: si saltaban los plomos debíamos encenderlos de izquierda a derecha, el grill del microondas no funcionaba ni tampoco la cafetera de marca que tenía sobre la encimera.

Solté un suspiro cuando el agua empapó mis mechones chocolates, acaricié las puntas sintiendo como cada músculo se relajaba al paso de cada gota que se deslizaba por mi cuerpo. Aún resultaba demasiado extraño no despertarme con el sonido de la voz de Cindy, la chica que se encargaba de cada una de mis necesidades, ni seguir las pautas que me recordaba en voz alta durante el desayuno. Era como si me sintiera dentro de una caja oscura de la que no sabía salir: sin los pasos previamente preparados me costaba respirar.

Bajé las escaleras ataviada en unos vaqueros Guess con los bolsillos traseros de colores y una camisola blanca con los botones más cercanos al cuello desabrochados. Me senté a la mesa dedicándole una dulce sonrisa a Mía. Le emocionaba que me acomodase a su lado, o que simplemente fuese parte de su día a día. Beth aún la sentaba en una trona de bebé para comer junto a nosotras. Era una niña inquieta, algo avispada y su relación con la comida no era la mejor del mundo. Por eso consideró que si la hacíamos parte de nuestra rutina quizá se animaría a comerse más de dos trocitos de sus tortitas con sirope de arce.

—¿Qué tal esa mejilla?

—No era nada grave —contesté notando como se deslizaba el cuchillo sobre la esponjosa tortita—. ¿Sabes? He pensado en alquilar un apartamento en Venice Beach y buscar la forma de montar una floristería.

—Es un sueño un tanto costoso —dijo con cierta cautela—. Cuando llegaste aquí dijiste que querías empezar de cero, ¿cómo vas a hacerlo?

—Papá conoce a alguien que…

—A esto quería llegar —me cortó antes de que pudiera explicarle como Carl Matthews, uno de los colegas de mi padre, podría proporcionarme un presupuesto adecuado a lo que yo necesitaba—. Quieres una vida diferente sin soltar la tarjeta gold de Brandon Cooper. No cambia nada que hayas decidido dar un paso fuera del Inframundo para que quieras seguir disponiendo de él en busca de seguridad. Entiendo que es difícil verse con una mano delante y otra detrás. Da mucho miedo vivir sin saber si mañana comerás o te cortarán la luz. Pero si tienes el pensamiento de seguir refugiándote e

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