Tú no eres para mí

Lenna Loop

Fragmento

tu_no_eres_para_mi-2

Capítulo 1

En un barrio de Langreo, Asturias

Brrrr..., brrrr...

—¿Qué... qué estás haciendo? —le pregunté a Sonia mientras sacaba la cabeza de debajo del edredón.

Le dije eso o algo parecido, porque todavía no había despertado del todo. Ella estaba pasando la aspiradora junto a mi colchón, lo hacía con saña contra la alfombra. Puede que estuviese aburrida y ese fuese un modo de levantarme de la cama o que... quién sabe.

Parpadeé porque entraba claridad por la persiana a medio bajar. Estaba el sol, aunque no tenía ni idea de qué hora podía ser, tal vez mediodía; siempre que me tocaba trabajar de noche, al día siguiente, me sentía bastante desorientada.

—Mmm... —Abracé la almohada con fuerza. De lejos, llegaba el sonido del tráfico. En algún momento, sonó una sirena. Después, percibí el olor a café que se colaba desde la cocina. —¿Me has hecho el desayuno?

Puede que de mis labios, en vez de esa pregunta, solo saliese un sonido incomprensible. No había despertado del todo aún.

—Tía, yo ya he desayunado, comido y hasta he hecho la digestión un par de veces. Son casi las seis.

«¿De verdad?, ¿tan pronto?», pensé. No tenía la sensación de que hubiese pasado mucho tiempo desde que me había acostado, a las diez de la mañana, pero aquel era mi primer día de descanso después de un turno largo, y a veces eso me sumía en un estado de aturdimiento que podía compararse con una resaca.

Sonia me miró con sus manos en su cadera.

—¿Vas a seguir ahí metida?

Volví a esconderme debajo del edredón. Todavía no estaba preparada para enfrentarme al mundo real, en parte porque aquella semana había sido bastante complicada en el trabajo, aunque en el área de maternidad casi todas lo eran. A veces, por falta de personal; otras, por complicaciones en los paritorios o por discusiones con los compañeros cuando nuestras formas de trabajar no encajaban; se suponía que todos debíamos seguir unas líneas comunes, pero eso no siempre se cumplía.

Llevaba en el puesto cuatro años largos, cubriendo una baja que se había extendido más de lo previsto, porque en principio el contrato era de mes y medio. Me lo habían ofrecido al entrar en la bolsa de empleo después de graduarme, y ahí seguía, casi como si la plaza fuese mía; a veces, se me olvidaba que un día, tarde o temprano, me llamarían para enviarme a otro sitio.

—Te doy cinco.

Tiró de la aspiradora y, por el sonido, noté que la cambiaba de lugar. Farfulló algo mientras seguía pasando el aparato, falto de toda delicadeza.

—Oye —le dije levantando la cara un poco, lo justo para poder mirarla solo con un ojo abierto—, ¿te pasa algo hoy?

—Sé que necesitas dormir, pero, joder, yo tengo que hacer algo; la Rachel me está agobiando tanto que flipa.

Así era como llamábamos a su hermana Raquel desde que vivía en Inglaterra. Tomé aire y llené mis pulmones todo lo que pude. Después, me estiré y, como si aquel movimiento cargase mi cuerpo de energía, me arrastré hacia el cabecero, contra el que me apoyé sintiéndome bastante torpe. Entre medias bostecé.

—¿Qué le ha pasado ahora?

A Raquel le habían dado una beca para terminar su máster en aquel país cuando nosotras íbamos al instituto. Se suponía que vendría al verano siguiente, pero al terminar había ido enlazando un trabajo con otro. En aquel momento, tenía un puesto en Londres que era bastante importante, aunque aún no nos había quedado del todo claro en qué consistía exactamente, solo que tenía que ver con números y con multinacionales.

—Pues lo que te dije que se veía venir.

No tenía muy claro a qué se refería. Me estiré hacia la mesilla de noche para coger las gafas, pero solo conseguí empujarlas hacia el otro extremo del mueble, por donde cayeron al suelo con mi móvil.

—Espera, no te muevas. —Sonia soltó el mango de la aspiradora y se movió deprisa hacia ellas, al tiempo que se quejaba de que me parecía a un elefante en una cacharrería. Le respondí que no era para tanto, lo que ocurría era que siempre había tenido poca visión espacial. O ninguna. Me las pasó, pero el teléfono se lo guardó en el bolsillo. —Tengo que mirar unas cosas, después te lo devuelvo.

A veces, utilizaba mis redes sociales para cotillear a personas que no quería tener agregadas.

—¿Y el tuyo?

—Por ahí, tía. Pero, a ver, escúchame, que necesito contarte la movida de mi sister. Atenta. —Se sentó a mi lado, lo que hizo que el colchón cediese un poco con el peso de ambas. No es que se nos pudiese considerar a ninguna de las dos como peso pluma, pero lo importante es sentirte bien contigo misma, no lo grande que tienes el culo; aunque eso es más fácil hacerlo que decirlo. De las dos, solo Sonia tenía la autoestima a prueba de balas, pero es que a ella siempre le quedaba todo bien. Yo era más bien de la parte de abajo del montón, un caso perdido. —Vas a flipar, porque ya te dije que me parecía raro que me estuviese llamando tantas veces. Ella siempre está liada con mil cosas y ahora, con lo de la boda, pues más todavía. Adivina qué le ha pasado. —La miré esperando que continuase—. Ha cortado con Tom.

Él era su novio de toda la vida, lo había conocido en el máster.

—Entonces, ¿ya no hay boda?

—No lo sé, tía, pero la cosa es que ahora está muy agobiada y yo no sé cómo ayudarla. —Movió la cabeza—. Le da rollo contárselo a los invitados y, aparte, tiene que buscar un piso. Con lo que me ha dicho, me ha quedado la cabeza como un bombo porque no quiero que lo pase mal. Necesito salir para despejar la cabeza, he quedado hoy con las compis de la pelu. ¿Te vienes?

Sonia trabajaba en una peluquería canina, a un par de calles.

—No me apetece.

Resopló diciéndome que nunca quería salir de casa.

—No puedes seguir aquí encerrada.

—No estoy encerrada, es que estoy cansada y...

—Vale, lo que tú digas, pero que sepas que esta es tu última oportunidad.

Se puso en pie y, después de señalarme con mi móvil, tiró de la aspiradora para alejarse limpiando por el pasillo. No supe cómo interpretar aquello.

Me dejé caer, de nuevo, contra el colchón y, con la mirada puesta en el techo, pensé en Raquel y en mi abuela, que había vivido con nosotras (o, mejor dicho, nosotras, con ella) hasta hacía algo más de seis meses, cuando su salud había ido empeorando con los años hasta fallecer por un ictus. Desde entonces, Sonia tenía la estúpida idea de que yo no salía de casa. Eso no era verdad. Bueno, no del todo.

Lo que ocurría era que, por un lado, estaba acostumbrada a hacer muchas actividades con mi abuela y, de repente, me había quedado sin esas rutinas; ella se había ido con una parte de mí. Además,

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