Un cóctel en Chueca (Trilogía Un cóctel en Chueca 1)

Josu Diamond

Fragmento

1. Mauro

1

Mauro

—Vale, relájate, que no pasa nada.

Mauro se encontraba frente a la puerta de entrada de un edificio enorme. Llevaba solo unas horas en Madrid y aún no se acostumbraba a la envergadura de aquellos bloques de pisos. Su pueblo, de tan solo unos pocos miles de habitantes, ni siquiera era de esos que tenían chalets adosados, sino casas bajas de hacía por lo menos cien años, y por enésima vez en apenas unos días la misma pregunta se le vino a la cabeza: ¿qué me he estado perdiendo?

Le temblaban las manos y las llaves que sostenía chocaban entre sí, emitiendo un tintineo bastante molesto. Un señor pasó por delante de Mauro, entre las maletas y la puerta de la que iba a ser su nueva casa, y le preguntó con la mirada si se encontraba bien.

—A la de tres —dijo para sí una vez que estuvo solo de nuevo.

Venga, si no es nada, de verdad. Menos mal que te han dado las llaves en la inmobiliaria y han confiado en ti, porque si estuvieran viéndote... Qué vergüenza.

Mauro tragó saliva antes de avanzar los pocos metros que le quedaban para alcanzar el portal. Con el pulso un poco más estabilizado se lanzó a introducir la llave por la ranura. Sujetaba con la otra mano parte de su equipaje. No tenía demasiadas pertenencias, o al menos no demasiadas que quisiera recordar, porque se había propuesto que su vida en Madrid iba a ser una experiencia completamente nueva.

Iba a empezar desde cero.

Trataría de descubrir por primera vez en la vida quién era ese Mauro que trataba de ocultar. Deseaba con todas sus fuerzas vivir todo lo que no había podido vivir en casi veinticinco años.

Se armó de valor para girar la llave y escuchó cómo la puerta emitía un sonido profundo antes de abrirse. Ya en la entrada principal introdujo sus maletas y buscó el ascensor con la mirada.

—Tercero C, tercero C —repetía para sí.

No es que Mauro fuera demasiado olvidadizo, pero centraba todos sus esfuerzos en recordar hechizos y estrategias de los juegos de fantasía que adoraba desde que era un crío. No había tenido más entretenimiento durante su adolescencia que hablar con Blanca después de clase sobre series o leer novelas de fantasía con caballeros con pelazo, pecho depilado y fuertes brazos con los que sujetaban espadas milenarias.

Se subió al ascensor. A duras penas fue capaz de meter su equipaje dentro con él. Las puertas se cerraron, pulsó la tecla del tercer piso y esperó. Cuando el ascensor frenó en seco, Mauro no podía moverse.

¿Estarán aquí mis compañeros de piso? Parecían majos cuando hablamos por la aplicación de los alquileres, pero no sé... Debería haber escuchado a mis padres, seguro que me quieren matar con esta cara de pardillo que tengo.

Su torrente de pensamientos se vio interrumpido por unos ojos castaños que parecían reírse de él. Mauro se asustó, se llevó la mano al pecho y se tropezó hacia atrás.

—¡Cuidado, que te cargas el espejo! —le dijo el chico de ojos avellanados.

Mauro trató de no apoyarse en el cristal, con tan mala pata de cambiar su trayectoria en el momento exacto en el que aquel chico estiraba la mano para agarrarle, que terminó impactando en su cara.

—¡Joder, lo siento! —se disculpó este.

Mauro era incapaz de ver nada, notó cómo la piel se le hinchaba por segundos. Era eso o que estaba siendo muy exagerado. Pero desde luego sí que sentía un mareo cada vez más acuciante.

—¿Te encuentras bien?

Escuchó aquella voz como a lo lejos. A los pocos segundos, el ruido de las maletas moviéndose le llegó a los oídos y las manos de aquel chico le tocaron los hombros.

—Hey, hey. Eres Mauro, ¿verdad?

Mauro asintió como pudo. Le estaba empezando a doler la cabeza. Y la nariz. ¿Y la oreja? No tenía sentido. Sin embargo, el dolor se mitigó cuando le llegó el olor de quien supuso sería uno de sus compañeros de piso. Fue como si todos sus males se desvanecieran de golpe.

Olía a macho. De estos que huelen bien, de anuncio de colonia.

—Vale, mira, vamos adentro. Menos mal que está Andrés y nos puede echar una mano.

Se escuchó movimiento más allá del ascensor, a través del pasillo. Mauro se dejó llevar por aquel muchacho, que le sujetaba con sus enormes manos y su fuerza bruta y su olor a masculinidad y...

—¿Te encuentras bien de verdad?

Joder, menos mal que me ha interrumpido porque iba a pasar algo que definitivamente me mandaría de vuelta al pueblo. Contrólate, Mauro.

—Sí, no te preocupes —le contestó como pudo.

—Ahora te ponemos hielo, pero venga, ya estamos dentro.

Mauro trató de enfocar la visión. Pudo observar que el piso era aún más bonito que en las fotos y vídeos que habían compartido en sus charlas a través de la aplicación. Era perfecto, ¡y eso que lo estaba viendo borroso!

—Toma —le dijo alguien. Una nueva voz apareció en escena. Mauro supuso que sería Andrés. Solo podía entrever que era rubio, alto y bastante delgado. Es decir, todo lo contrario que él. Físicamente, polos opuestos.

—Gracias. —Mauro cogió lo que le ofrecía: un trapo de cocina con un par de hielos en su interior.

El chico que le había golpeado, que entonces debía de ser Iker, se apartó para ver con mejor luz el aspecto de tamaño accidente.

—Joder, pues... Tiene mala pinta, ¿verdad?

—Sí —respondió Andrés. Sonaba preocupado.

—No os preocupéis, de verdad...

Pero Mauro, tal cual estaba de pie en medio del salón, se desplomó en el suelo. Lo último de lo que fue consciente fue un pensamiento que cruzó su mente:

No me jodas, Mauro. Empezamos mal. Vuélvete al pueblo.

Panoli. No me jodas, Mauro. Empezamos mal.

—Parece que se está despertando...

La voz de Iker se abrió paso en los oídos de Mauro. Lo primero que sintió fue algo acolchado bajo él y a su alrededor. Cuando abrió un poco los ojos, sintiéndose aún un poco mareado, vio las caras de sus nuevos compañeros de piso, algo borrosas, observándole.

—Sí, se ha despertado —corroboró Andrés.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Mauro con un hilo de voz. Le dolía la cabeza como si le fuera a explotar.

—Que la he liado. Lo siento mucho. Pero se te ha bajado un poco la hinchazón con el hielo y tal. —El tono de Iker dejaba claro que se sentía como una mierda.

—No te preocupes, son cosas que pasan. Soy muy torpe.

Iker y Andrés se rieron. Normalmente, cuando una persona está mal y comienza a h

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