La brújula de mi corazón

Olivia Ness

Fragmento

la_brujula_de_mi_corazon-2

Capítulo 1

Si algo puede ir mal, irá mal. El dichoso Murphy y su maldita ley. Maggie necesitaba localizar a Charles, el hombre del que estaba enamorada, y compartir con él la noticia que acababa de recibir.

Él no contestaba a sus llamadas ni a sus mensajes desde que se despidieron la tarde anterior en su apartamento, para que ninguno de sus compañeros los descubriera, y, según sus cálculos, ya debería de haber vuelto del dentista.

Charles era un hombre muy responsable y no consideraba apropiado que se enterasen en el instituto que eran pareja, al menos, no hasta que se comprometiesen.

Eran las nueve y media de la mañana de un lunes como tantos en Londres. Un 19 de septiembre frío, con el cielo repleto de nubes que presagiaban tormenta de un 2022 del que todavía quedaban algunos meses por delante.

Cogió la sobria taza que tenía en su despacho y aspiró el fuerte aroma a té. Tomó el último sorbo del tercer té del día. Estaba agotada. Había pasado la que pensaba que sería la semana más estresante de todo el curso. Había dormido poco. Era coordinadora del departamento de Idiomas, profesora y jefa de estudios de un instituto de secundaria.

Su mirada se desvió de nuevo hasta la pantalla de su ordenador y releyó el último correo de su bandeja de entrada sin poder evitar sonreír por la dicha que la embargaba.

Ahí estaba: la confirmación de que el Ministerio de Educación le había concedido una beca para ser profesora visitante durante seis meses en una pequeña ciudad del sur de Italia.

Intentó concentrarse en las tareas que tenía pendientes. Envió a imprimir el acta de la última reunión del equipo directivo y se dirigió hacia la sala de profesores para recogerla de la impresora multifunción.

Se sorprendió del jaleo que había en la sala a esas horas. Vio de reojo cómo Elisabeth, la profesora de Matemáticas, se acercaba a ella con una sonrisa radiante en su perfecta cara de diosa griega. Maggie rezó para que la impresora no tuviese muchos documentos en espera, tenía mucho trabajo y no podía pararse a charlar.

—¡Margaret! Tengo que decirte algo.

—Elisabeth, disculpa. No es un buen momento, estoy muy liada. ¿Sucede algo urgente?

—¡Sí! ¡Me caso!

—Vaya, enhorabuena, Elisabeth. No sabía que salías con alguien —respondió mientras cogía el documento impreso.

—Sí, es que hemos sido discretos porque temíamos las reacciones.

—¿Las reacciones de quién?

—Del director. Es que él trabajaba aquí con nosotros.

—¿Tu prometido trabaja en el instituto? ¿Quién es el afortunado?

—¡Charles! Charles Grey. Anoche me pidió que nos casásemos, fue todo tan romántico.

—¿Charles Grey?

—Sí, soy tan feliz. No te lo puedes ni imaginar.

—¡Enhorabuena, Elisabeth! Como te decía, estoy muy liada ahora mismo.

—Vamos a tomar algo a la cafetería para celebrarlo. Si te quieres unir a nosotros cuando termines, estaremos allí.

—No creo que pueda, pero gracias.

Entró en su despacho y cerró la puerta tras de sí apoyando la espalda en ella. Estaba desorientada. Ya no escuchaba ni el griterío de los alumnos ni el de sus compañeros en la sala de profesores. No escuchaba nada, solo había un terrible vacío en su interior que palpitaba en su cabeza y la ahogaba.

No podía creerlo. Charles, el hombre del que estaba enamorada y con el que estaba saliendo desde hacía un año y medio, no solo le había mentido, sino que se había comprometido con otra mujer.

De repente, todas las piezas del rompecabezas fueron encajando en su mente ¡Maldito fuera! Con razón no quería que nadie en el instituto se entesase de lo suyo ni que los viesen juntos fuera del trabajo. En ese momento, se deslizó hasta el suelo hasta quedar sentada. Iba a tener que volver a imprimir el acta, porque se había convertido en una improvisada pelota antiestrés.

Ya sabía lo que sentían los pobres corderitos al ser devorados por el lobo. El corderito, igual que ella, era consciente de que no podía escapar ileso de las zarpas del lobo. Sin embargo, ella y el corderito se quedaron ahí, esperando a que sucediese lo inevitable. En su caso, permitir que un hombre devastase su vida y sus sueños de esa manera.

Era una lástima que no hubiese encontrado otro animal con el que identificarse, pero, cuando estaba cerca de Charles, se sentía indefensa y sin voluntad, cual corderito frente al lobo. Y Charles acababa de demostrar que era el lobo alfa, el más astuto y cruel de la manada.

***

Horas después, Maggie estaba abatida en la butaca con estampado floral del dormitorio en el que había crecido en casa de sus padres, sin dar crédito. Esto solo sucedía en las telenovelas que la cocinera de su madre veía a escondidas en la cocina.

Cuando terminó su fatídica jornada laboral, sopesó la posibilidad de volver a llamar a Charles, pero decidió enviarle un mensaje con la esperanza de... Lo cierto es que todavía no tenía claro qué esperaba que le dijese, aunque le hubiese gustado al menos escuchar su versión de lo que había sucedido, alguna excusa o detalle que le diese la oportunidad de odiarle; sin embargo, solo obtuvo una frase de él: «Es complicado».

Detalles. Desde que Elisabeth salió de su despacho, e intuía que hasta dentro de bastante tiempo, solo había escuchado detalles de cómo Charles le había pedido matrimonio; todas las compañeras con las que había hablado ese día sabían más que ella. Las noticias corrían ligeras de boca en boca, por eso decidió salir de su despacho solo para dar las clases de ese día y dirigirse a casa de sus padres al finalizar su horario.

Debió de ser una declaración preciosa, como con la que ella había soñado en tantas ocasiones. Charles y ella. Una declaración pública de su amor, para que todo el mundo supiese que, aunque habían sido discretos en su relación, ella era digna de un gran amor, era digna de ser querida y no era la persona estricta y obediente que todos creían.

Se levantó de un salto al escuchar los tacones de su madre en el parqué del pasillo. Se alisó con las manos el vestido midi que había elegido y estiró la espalda justo antes de que su madre abriese la puerta de su antiguo dormitorio sin llamar.

Clarise escaneó su aspecto con sus ojos azules cargados de indiferencia.

—El chófer nos espera abajo.

—Mamá, no me encuentro muy bien. No creo que sea buena idea que te acompañe.

—Tonterías. No puedes no venir. Es la penúltima cena benéfica antes de Navidad, no puedo presentarme allí sola, y ya sabes que tu padre está en una reunión en Bristol.

—No creo que mi presencia hoy allí vaya a servirte de mucho.

—Lo cierto es que podrías haberte esforzado un poco más en mejorar tu aspecto. Fíjate en las ojeras tan marcadas que tienes; a tu edad, deberías cuidarte. Espero que Charles no te haya visto así, si no, puede que haya salido corriendo.

Comenzó a sentir vértigo en el estómago. No tenía sentido ocultarle la verdad a su madre.

—En cuanto a Charles..., ya no tienes por qué preocuparte por él. Ya no estamos saliendo juntos.

—¿Qué quiere decir que ya no estáis saliendo juntos?

Esta vez, la mirada y el tono de voz de su madre ya no expresaban la misma indiferencia de siempre hacia ella.

—Se ha comprometido con otra mujer.

Fue consciente de que era la primera vez que pronunciaba esas palabras en voz alta y sintió el peso de la realidad caer sobre ella.

—¿Cómo que se ha comprometido con otra mujer? Llevabais mucho tiempo juntos ¿Qué has hecho, Margaret?

—No he hecho nada, mamá. Él solo... ha preferido compartir su vida con otra persona.

—Esto es una desgracia. —Su madre caminó hasta el sofá victoriano sin respaldo que había a los pies de la cama de Maggie y se sentó contrariada—. Tienes que solucionarlo antes de que pueda enterarse alguien. Habla con él, averigua qué le ha molestado y pídele disculpas.

—¿Perdona? Creo que no me has escuchado cuando te he dicho que no he hecho nada. Él ha sido el que se ha comprometido con otra mujer, él es el que me ha dejado, no yo. No soy yo la que tiene que pedir disculpas. Es a mí a la que ha utilizado.

—Margaret, no creo que entiendas la magnitud de lo que ha sucedido.

—Claro que lo entiendo, madre. Si alguien lo entiende, esa soy yo.

—Dentro de poco tenemos que estar en la cena. Allí me conoce todo el mundo; si alguien se entera de lo que ha pasado, seré el hazmerreír de todos los presentes. Debes solucionarlo cuanto antes.

—¿Es que no me has escuchado? Charles me ha dejado. Se acabó. No hay nada que yo pueda hacer al respecto; ni tú, tampoco, madre.

—Esto es algo... inoportuno. Querida, cuando tu padre y yo éramos novios, también tuvo algún desliz. ¡Son hombres! Pero le perdoné, después nos comprometimos, nos casamos, y aquí estamos años después felizmente casados.

—¿De qué hablas? ¿Sabes qué? No quiero saberlo, eso es algo que a mí no me incumbe. En cualquier caso, aunque le perdonase, él ya ha tomado su decisión, y no soy yo. Además, lo han hecho público.

—¡No puede ser!

—Esta mañana, una compañera del instituto, su prometida, se lo ha contado a todo el profesorado. También ha tenido el detalle de contármelo a mí en persona.

—¿Quién es?

—Elisabeth Winters.

—¿Está en nuestro círculo de conocidos?

—No creo, al menos yo no la he visto nunca en ningún evento.

—Ella no es de los nuestros. Está bien. —Su madre se levantó con determinación del sofá y se dirigió hacia la puerta del dormitorio—. Coge tu abrigo, en el coche pensaremos una versión y la extenderemos durante la cena. Tenemos que ser más rápidos que ellos.

No estaba segura de poder continuar aguantando la compostura.

—No, madre. No voy a ir a la cena.

Su madre se giró hacia ella contrariada.

—Claro que vas a venir a la cena, y me ayudarás a solucionar este contratiempo.

—No, no voy a hacerlo. Me voy a ir a mi casa. Donde no tengo que mentir y guardar las apariencias.

—Margaret Davis. Vas a ir a la cena, asentirás cada vez que yo cuente tu versión de lo que ha sucedido y minimizaremos el escándalo. ¿Ha quedado claro?

Avanzó con paso firme por el dormitorio, pasó casi rozando el último traje que le había confeccionado la modista a su madre y llegó hasta el pasillo.

—Lo que me queda claro es que no te importa lo más mínimo cómo me siento. Lo único que te importa es tu maldita cena y lo que puedan pensar de ti. Una vez más, guardar las apariencias es más importante que tu propia hija. No cuentes conmigo, igual que yo no puedo contar contigo.

Con las lágrimas brotándole de los ojos, recorrió con premura el tramo de pasillo que separaba su dormitorio de la escalinata de mármol mientras escuchaba a su madre llamarla visiblemente ofendida.

Cogió el abrigo del armario del recibidor y salió por la puerta que daba al jardín delantero. Corrió bajo la implacable lluvia en dirección opuesta al chófer que estaba esperando con un paraguas abierto delante del coche. Corrió hasta que las piernas comenzaron a temblarle. Fuera todo estaba mojado y resbaladizo, sin embargo, en su interior se había instalado un desierto árido e inhóspito.

la_brujula_de_mi_corazon-3

Capítulo 2

El tiempo seguía igual de inclemente un par de semanas más tarde cuando Maggie llegó al instituto antes de que el conserje abriese las puertas mientras el personal de seguridad hacía una ronda de revisión. Los pasillos se habían convertido en un campo de batalla emocional, donde la decepción y la tristeza luchaban contra su fuerza de voluntad para seguir adelante. Evitaba la sala de profesores y las zonas comunes para no encontrarse con Charles, pero no siempre lo conseguía. En esas ocasiones, apartaba la mirada y se escabullía a su despacho, donde la invadía una falsa sensación de protección.

Colgó su bolso en la percha que había detrás de la puerta de su despacho y notó una vibración. Cogió su móvil del interior y miró la pantalla. Tenía un mensaje de Charlotte, su mejor amiga.

Desde que le envió un mensaje la noche en la que se quebró su corazón, Charlotte la había llamado cada día intentando animarla. Se conocían desde que tenían seis años. Fueron juntas al colegio y no se separaron hasta que fueron a la universidad.

Maggie decidió estudiar Filología Inglesa para ser profesora, era su vocación. Le apasionaba ayudar a otros a aprender, sin embargo, su decisión se convirtió desde el primer momento en un elemento más de la lista de cosas que sus padres le echaban en cara en cuanto se presentaba la ocasión, ya que no era lo que esperaban de ella.

Charlotte optó por dedicarse al diseño. Desde hacía unos meses trabajaba en un proyecto en España para una marca de ropa europea muy conocida y Maggie la echaba muchísimo de menos.

Buscó la plantilla de horarios del profesorado en su móvil. Ni Charles ni Elisabeth tenían clase a primera hora, de manera que podía caminar tranquila por los pasillos sin temor a encontrárselos lanzándose miradas de amor o hablando con otros profesores sobre su boda.

Se giró para encender el ordenador de su escritorio antes de sentarse y se sobresaltó al escuchar abrirse la puerta de su despacho. Sus compañeros todavía no habían llegado al centro y suponía que estaba sola. No pudo evitar dar un paso hacia atrás de manera instintiva. Charles estaba en su despacho, a tan solo un metro de distancia, y había cerrado la puerta detrás de él.

—Charles, ¿qué haces aquí tan temprano? —Maggie intentó recuperar la compostura y reunir fuerzas. Sabía que, debido a su cargo en el centro, no podría evitar eternamente hablar con Charles, pero no esperaba que fuese tan pronto.

—Maggie, llevo intentando hablar contigo varios días; no me lo has puesto nada fácil.

Por si le quedaba alguna duda, no era una conversación profesional. Miró su móvil de reojo. No. Estaba segura de que él no había intentado hablar con ella en ningún momento. Sabía su número, dónde vivía y, además, trabajaban juntos. Estaba claro que mentía, una vez más.

—Aquí estoy. ¿Qué necesitas? ¿Me equivoco o todavía queda bastante para que sea tu hora de entrar a trabajar?

—No quiero hablar contigo de trabajo.

—Entonces, si no te importa, sal de mi despacho porque yo sí tengo clase dentro de poco y tú y yo no tenemos nada más de lo que hablar.

—Venga, Maggie. Oye, yo no quería que te enterases así. Me gustaría habértelo dicho. Ha sido todo muy precipitado. —Charles dio un paso hacia ella, pero Maggie tenía los dos pies anclados al suelo y no pensaba retroceder ni un centímetro más de lo que lo había hecho hasta ese momento. —Solo quiero que hablemos. Seguro que podemos solucionar esto de alguna manera.

—No hay nada que solucionar, Charles. Jugaste a dos bandas, me engañaste y tomaste tu decisión.

Sintió que, a cada paso que él daba, ella se quedaba sin oxígeno.

—Míralo desde este punto de vista. —Charles dulcificó su voz y la miró como cada vez que quería salirse con la suya—. Si hasta ahora ha funcionado...

Parpadeó con fuerza. Vio los labios de Charles moverse mientras emitían un discurso que su mente se negaba a escuchar. Había estado tan ciega que no había sido capaz de darse cuenta de todas las señales que destelleaban como si fuesen rótulos de neón delante de ella. Nunca había querido que se supiese en el trabajo, tampoco fuera de él; normalmente, quedaban en el apartamento de ella y pedían comida a domicilio; si salían alguna vez juntos, era fuera de la ciudad; nunca quedaban con más gente cuando estaban juntos; rara vez se quedaba a dormir con ella... Sintió como si saliese de la caverna de Platón y la luz solar la deslumbrase. Era un miserable. Ahora lo veía claro. Él nunca había considerado su relación como algo serio; al contrario, solo había sido un pasatiempo.

Extendió el brazo hacia adelante hasta que su mano chocó con el pecho de Charles para impedir que siguiese avanzando hacia ella.

—Míralo tú desde el mío. Lo primero, aléjate de mí. Sal ahora mismo de mi despacho y de mi vida. A partir de ahora, dirígete a mí solo para temas profesionales. Si tienes que entrar en mi despacho, hazlo llamando a la puerta, pidiendo permiso y dejándola abierta. Intenta centrarte en tu trabajo, eso implica comportarte con decoro dentro del centro; no queremos que la imagen de esta institución se vea dañada por gestos y conversaciones poco profesionales del personal. No tengo nada más que añadir; si no te importa, tengo mucho trabajo que hacer. Cierra la puerta al salir.

Charles comenzó a reír a carcajadas.

—Estás dolida. No puedo explicarte todavía los detalles de por qué me he comprometido con ella, pero tienes que entender que puede seguir funcionando si tú quieres. Me encantaría poder verte esta noche otra vez.

Maggie no soportó más esa situación y decidió empujarle con todas sus fuerzas. Charles no se lo esperaba y cayó de bruces.

—¿Quién te has creído que eres para hablarme así? —bramó él desde el suelo—. ¡No eres nadie! ¿Me oyes? Eres solo una niñita de papá que juega a ser mayor en su mundo perfecto, pero en realidad estás sola y amargada.

La puerta se abrió de repente y entró Mr. Mark, el encargado de la seguridad del centro, que miró primero a Charles y después a ella.

—¿Está usted bien, Miss Margaret?

—Mejor que nunca, Mr. Mark. Mr. Charles se ha tropezado y se ha caído. —Maggie intentó darle una salida digna a Charles con la intención de evitar un escándalo.

—¿Necesita ayuda para levantarse Mr. Charles?

Charles se levantó de un salto del suelo lanzándole a Maggie una mirada de odio.

—¡Quita del medio! —Charles espetó a Mr. Mark antes de salir del despacho como un tornado.

Sintió temblar las piernas y se dejó caer en la silla de su escritorio. Mark seguía mirándola desde la puerta.

—Siento haber abierto la puerta sin llamar, pero la escuché gritar mientras hacía la ronda de seguridad en esta planta, y no lo pensé.

Maggie miró a Mark con cariño. Era un hombre mayor que ella, tierno y dulce con los demás. Hacía bien su trabajo y siempre trataba a los demás con respeto.

—No hay nada que sentir, Mr. Mark. Siento que

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos