El honor del silencio

Danielle Steel

Fragmento

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La familia de Masao Takashimaya llevaba cinco años, desde que él cumpliera los veintiuno, buscándole una esposa adecuada. Sin embargo, pese a sus esfuerzos por hallar una mujer joven que le conviniese, él las rechazaba a todas nada más conocerlas. Quería una chica especial, que no sólo le sirviera y respetara, como aseguraban los casamenteros de las novias propuestas, sino con la que también pudiera intercambiar opiniones. Quería a alguien que no se limitara a escucharle y obedecer, sino una mujer con quien pudiera compartir ideas. Hasta entonces, ninguna de las chicas presentadas se acercaba siquiera a su ideal. Hasta que apareció Hidemi. Sólo tenía diecinueve años y vivía en un buraku, una pequeña aldea, cerca de Ayabe. Era una bonita joven, delicada y menuda, y de una cortesía exquisita. Su rostro parecía tallado en marfil, sus ojos negros eran como ónice resplandeciente. Apenas habló con Masao la primera vez que lo vio.

Al principio Masao pensó que era demasiado tímida, igual que todas las anteriores. Él se quejaba de que las chicas eran demasiado anticuadas; no quería una esposa que le siguiera como un perro, con miedo en la mirada. Aun así, las mujeres que conocía en la universidad tampoco le atraían. Ciertamente eran muy pocas. En 1920, cuando Masao empezó a dar clases, sólo había allí hijas y esposas de profesores y extranjeras, y la mayoría carecía de la absoluta pureza y la dulzura de una joven como Hidemi. Masao lo esperaba todo de una esposa, las antiguas tradiciones mezcladas con sueños de futuro. No esperaba que supiera muchas cosas, pero sí que tuviera el mismo afán de conocimiento que él. A los veintiséis años, tras haber dado clases en Kioto durante dos años, por fin la había encontrado. Era perfecta, delicada y razonablemente tímida, y parecía fascinada por todo lo que él decía. Varias veces, durante la conversación a través de la casamentera, le había hecho preguntas inteligentes sobre su trabajo, su familia e incluso sobre Kioto, sin alzar apenas la vista. Sin embargo, él la había visto mirarlo una vez con dulce timidez y le había parecido encantadora.

Seis meses después de conocerse, se hallaba junto a él con los ojos bajos, vistiendo el pesado quimono blanco que había llevado su abuela, con el mismo obi, o faja de seda dorada de brocado de la que colgaba una pequeña daga con la que, según mandaba la tradición, se quitaría la vida si Masao decidía rechazarla. Y sobre sus cabellos cuidadosamente peinados llevaba el tsunokakushi, que le cubría la cabeza, pero no la cara, y le hacía parecer aún más menuda. Bajo el tsunokakushi colgaban los kan zashi, los delicados adornos que pertenecieran a su madre. Ésta le había dado también una borla de princesa confeccionada con hilos de seda y gruesos bordados. La había empezado cuando nació Hidemi y la había ido bordando a lo largo de los años, rezando para que Hidemi fuera cortés, noble y sabia. La borla de princesa era el regalo más preciado que podía darle su madre, un símbolo exquisito de su amor y sus plegarias, y de sus esperanzas para el futuro.

Masao vestía el quimono negro tradicional, y sobre él una capa con el emblema de la familia, que portaba orgullosamente. Ambos tomaron solemnemente tres sorbos de sake de tres tazas, y la ceremonia sinto continuó. Ese mismo día habían acudido al templo sinto para una ceremonia privada y en ese momento realizaban el matrimonio formal público que los uniría para siempre ante sus parientes y amigos, mientras el maestro de la ceremonia contaba anécdotas sobre las dos familias, su historia y su relevancia. Además de los familiares de ambos, se hallaban presentes varios colegas de Masao en la universidad. Sólo faltaba su primo Takeo, cinco años mayor que Masao y su mejor amigo, ya que se había ido a Estados Unidos el año anterior para dar clases en la Universidad de Standford, California. A Masao le hubiera gustado tener una oportunidad semejante.

La ceremonia fue extremadamente solemne y muy larga, y ni una sola vez Hidemi alzó los ojos para mirarlo, o al menos sonreír, mientras se convertían en marido y mujer según las venerables tradiciones sinto. Tras la ceremonia, por fin ella levantó los ojos con vacilación, y cuando hizo una profunda reverencia a su marido una leve sonrisa iluminó su mirada y su rostro. Masao también le hizo una reverencia, y luego la madre y las hermanas de Hidemi se la llevaron para cambiar su quimono blanco por uno rojo para la recepción. En las familias prósperas de la ciudad, la novia se cambiaba de quimono seis o siete veces durante la boda, pero a Hidemi le habían parecido suficientes dos quimonos.

Era un hermoso día estival y los campos de Ayabe tenían el color de las esmeraldas. Pasaron toda la tarde saludando a sus amigos y recibiendo presentes, entre ellos dinero cuidadosamente envuelto que entregaban a Masao.

Hubo música, muchos amigos y docenas de primos y parientes lejanos. El primo de Hidemi de Fukuoka tocó el koto y un par de bailarinas ejecutaron una lenta y grácil bugaku. Abundó la comida, sobre todo el tradicional tempura, bolas de arroz, kuri shioyaki, pollo, sashimi, arroz rojo con nasu, nishoga y narazuki. Las tías y la madre de Hidemi habían dedicado días a preparar esos platos exquisitos. Su abuela había supervisado los preparativos en persona, feliz por la boda de su nieta. Hidemi tenía la edad idónea y tenía una buena educación. Sería una excelente esposa para cualquier hombre y a la familia le complacía la alianza con Masao, pese a que tenía fama de sentir demasiado interés por las ideas modernas. Al padre de Hidemi le divertía, porque a Masao le gustaba hablar de política internacional y de cosas mundanas, pero también estaba versado en las tradiciones. Masao era un joven honorable de una buena familia, y todos los parientes de Hidemi creían que sería un magnífico esposo para ella.

Los novios pasaron su primera noche con la familia de Hidemi y al día siguiente partieron en dirección a Kioto, ella con un precioso quimono rosa y rojo que le había regalado su madre y con el que estaba especialmente encantadora. Se fueron en un moderno Ford T coupé de 1922 que había prestado a Masao un profesor estadounidense de la universidad.

Una vez instalados en Kioto, Hidemi colmó todas las expectativas de su esposo. Tenía siempre la casa inmaculada y observaba todas las tradiciones familiares. Visitaba el altar cercano con regularidad y era cortés y hospitalaria con todos los colegas de su marido que éste invitaba a cenar, además de mostrarse siempre extremadamente respetuosa con él. Algunas veces, cuando se sentía especialmente atrevida, soltaba una risita, sobre

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