Intuición

Sandra Brown

Fragmento

Creditos

Título original: Ricochet

Traducción: Eduardo Iriarte Goñi

1.ª edición: octubre 2015

 

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-184-7

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contents
Contenido
Agradecimientos
Prólogo
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Epílogo
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Agradecimientos

Savannah, Georgia, no sólo cuenta con una de las mejores cocinas típicas y uno de los paisajes más hermosos de Estados Unidos, sino también con las personas más amables. Entre éstas se cuenta el comandante Everett Regan, de la Policía Metropolitana de Savannah-Chatham, que me ofreció su valioso tiempo para responder infinidad de preguntas. Ellen Winters se tomó la molestia de ayudarme cuando dependía estrictamente de «la amabilidad de los desconocidos». Sin la ayuda de estos profesionales, me habría resultado mucho más difícil obtener los detalles necesarios.

También estoy en deuda con Cindy Moore, para quien la hospitalidad sureña no es sólo un tópico. Ella la ejemplifica y va mucho más allá. Gracias, amiga, por abrir tantas puertas.

Y, por explorar conmigo cada plaza, cada calle, cargando con el material fotográfico y jugándose la vida para sacar las fotos necesarias, sin rechistar —demasiado— por causa del calor y la humedad... gracias, Michael.

SANDRA BROWN

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Prólogo

La misión para recuperar el cadáver se suspendió a las 6:56 de la tarde.

El funesto mensaje lo transmitió el jefe de policía Clarence Taylor durante una rueda de prensa emitida por la televisión local.

Su expresión sombría era acorde con el corte de pelo al rape y el porte militar. «La Policía, junto con todos los demás organismos implicados, ha dedicado infinidad de horas a la búsqueda con la esperanza de que se resolviera en un rescate. O al menos en la recuperación.

»Sea como sea, puesto que los exhaustivos esfuerzos de los agentes de la ley, la Guardia Costera y los voluntarios civiles no han dado en varios días con ningún indicio que nos permita abrigar esperanzas, hemos llegado a la triste conclusión de que continuar con una búsqueda organizada sería inútil.»

El único cliente del bar, que estaba viendo la pantalla borrosa del televisor ubicado en un rincón, se terminó de un trago el whisky que quedaba en el vaso e indicó con un gesto al camarero que le sirviera otro.

El camarero mantuvo la botella abierta ladeada sobre el vaso de whisky.

—¿Seguro? Creo que se está pasando de la raya, colega.

—Tú sirve.

—¿Tiene quien lo lleve a casa?

La pregunta fue recibida con una mirada amenazadora. El camarero se encogió de hombros y sirvió la copa.

—Bueno, será su funeral, no el mío.

«Te equivocas; será el de otro.»

Situado en una zona apartada y deprimida del centro de Savannah, Smitty’s no era frecuentado por turistas ni vecinos del barrio. No era la clase de garito a la que uno fuera en busca de diversión y frivolidad. No formaba parte del famoso recorrido de juerga de bar en bar el día de San Patricio ni se servían allí copas de tonos pastel con nombrecitos graciosos.

Las bebidas se pedían tal cual. Podía tocarte o no una de esas rodajitas de limón que estaba cortando el camarero con aire distraído mientras veía el avance informativo que se había adelantado a la reposición de un capítulo de Seinfeld.

En la pantalla, el jefe de policía Taylor elogiaba los incansables esfuerzos de la comisaría, la unidad canina, la patrulla marítima y el equipo de buceo, y demás, bla, bla, bla.

—Quita el volumen, ¿quieres? —dijo el cliente, y el camarero cogió el mando a distancia e hizo lo que le pedían. El cliente continuó—: Está adornándolo porque no le queda otro remedio. Pero si dejas de lado todas las tonterías, lo que en realidad está diciendo es que a estas alturas el cadáver es pasto de los peces.

El cliente apoyó los codos en la barra, encorvó los hombros y contempló el líquido ambarino que se mecía en el vaso conforme lo deslizaba adelante y atrás entre las manos por la superficie de madera lustrosa.

—¿Diez días después de caer al río? —El camarero sacudió la cabeza con expresión de pesimismo—. No hay quien sobreviva a eso. Aun así, es jodidamente triste. Sobre todo para la familia. Eso de no saber qué suerte ha corrido un ser querido... —Buscó otro limón con la mano—. No me haría ninguna gracia pensar que alguien a quien quiero, vivo o muerto, está en el río o ha ido a parar al océano, con todo este follón. —Señaló con la barbilla en dirección a la única ventana del bar. Era amplia, pero sólo te

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