Amantes con conservantes y colorantes

Ruth M. Lerga

Fragmento

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1. Qué bello es vivir

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Qué bello es vivir

Cinco días antes de la tragedia.

Ubicación: el Fat Cat.

Situación: Domingo, esperando a Dev.

Estado: la calma habitual.

¿Sabéis ese momento incómodo entre el domingo y el lunes? Pues mi hermana y yo llevábamos evitándolo desde los catorce años con una cita privada, una en la que solo cabíamos ella y yo. No teníamos un lugar fijo, nos permitíamos ser promiscuas, Nueva York asiste a los perversos en la ruta a la perdición. Así que, mientras Dev me elevaba a las terrazas más cosmopolitas del skylane del Midtown East, yo la deslizaba a ras de suelo en el Village. Y hoy me tocaba elegir a mí.

Miré a mi alrededor: mesas de billar, futbolín y shuffleboard, y, en un rincón, barajas, tableros de ajedrez y Scrabble. Adoraba el Fat Cat, era un gimnasio urbanita para vagos. De fondo, música de lo que se cocía en Brooklyn y que en breve serían los hits del momento. Sonreí satisfecha. ¿Encerradas en un antro en lugar de disfrutar de un Central Park florido en mayo?, mi hermana iba a detestarlo.

A vosotras, no obstante, os iba a encantar Dev: uno setenta y cinco, cuerpo esculpido a base de deporte, pero indudablemente femenino, melena rubia dorada, ojos violáceos y cutis perfecto. Y con tanta clase como estilo. Todo el mundo se detenía a mirarla, hombres y mujeres.

—Keyra, ¿te pongo algo mientras esperas?

Miré el reloj. Pasaban cinco minutos de la hora. Dudaba que llegara antes de las seis y cuarto. Rara vez lo hacía, quedáramos donde quedáramos.

—Prepara dos mimosas, Jamie.[2] —Para cuando apareciera, la bebida ya estaría en la mesa y entendería que llegaba tarde—. Uno sin champán —protesté.

El mío era el mimosa aburrido. Estaba intentando quedarme embarazada, hormonándome cual vaca texana camino del matadero para quedarme embarazada, para ser más exactos. No os aburriré con el pésimo funcionamiento de mis ovarios, pero sí os diré que te envían directamente al banquillo de los abstemios. Y que eso no es ni bueno ni malo, es aburrido.

Como para hacerme quedar mal ante vosotras, mi hermana decidió llegar justo entonces. Eso sí, como os había dicho, la acosó un reguero de miradas. Nos saludamos, pero no hubo besos. No me gusta besar... bueno, ya me entendéis, me gusta besar cuando el beso es para lo que es y acaba como tiene que acabar. Pero eso de los besos a modo de saludo tan europeo no es para mí.

Nos sentamos y apenas habíamos cruzado las cuatro frases habituales sobre su trabajo cuando Jamie nos interrumpió.

—Un mimosa sin champán y un... —Se le cortó la voz y nos miró desorientado.

No os lo he dicho porque, justo hoy, mi hermana, ella sabrá por qué, ha decidido ser puntual y no me ha dado tiempo, pero Dev y yo somos gemelas. Devaney y Keyra. No, no tenemos antepasados irlandeses que expliquen unos nombres tan excéntricos, es que mi madre es artista: escultora, concretamente.

Y sí, a mí también me miran al pasar, porque somos gemelas idénticas, porque llevamos la misma melena, porque salgo a correr a diario y porque también yo destilo clase y estilo. Cuando naces en el seno de una familia de abolengo y con dinero sueles ser así, supongo.

—No te preocupes, son muy pocas las personas que nos distinguen —lo disculpó ella con una sonrisa, para añadir—: incluso su marido nos confunde.

—No dejo de preguntarme —le dije resentida por la verdad de su comentario en cuanto se marchó el camarero— qué ocurrió en el vientre de nuestra madre para que la genética se equivocara tanto.

Dev obvió mi enfado. No le gustaba David, mi marido. Lo que no le gustaba de él, o eso decía, era que fuera mi marido. Creía que no era el amor de mi vida y que yo era tan parca en lo sentimental que ni siquiera lo entendía.

—¿Te refieres al hecho de que papá sea uno de los hombres de negocios más fríos y despiadados del Distrito Financiero y nuestra madre una escultora romántica y bohemia, y que yo sea una mujer de negocios romántica y tú una escritora fría del tipo ameba?

Curioso, ¿no? La genética puede ser muy retorcida.

—No soy una ameba.

—Desde luego que lo eres.

—No, no lo soy. Yo soy un caleid...

—Kee, no me cuentes tu maldita teoría del caleidoscopio.

De acuerdo, pues os la contaré a vosotras. Mi teoría es que hay tres tipos de personas: unas son como mi madre y mi hermana, con una capacidad de sentir ridículamente infinita; después están las que son como yo, que tienen una sensibilidad limitada pero que son un caleidoscopio, es decir, que tienen la habilidad de recoger los sentimientos de otros y reflejarlos multiplicados y embellecidos hasta hacerlos indescriptibles, de ahí que yo escriba sobre algo de lo que sé tan poco; y después están las personas como mi padre, que son amebas que ni sienten ni padecen.

—Para ser una ameba, cuento historias de amor —disentí con petulancia.

Otra cosa que no os he podido contar. ¡Menudo día ha elegido mi hermana para llegar diez minutos antes de lo esperado, la verdad! Además de Keyra Johnson soy Blue Scarlett, seudónimo de autora con el que solo mis íntimos me relacionaban y con el que había firmado una docena de novelas que me habían catapultado a la lista de best sellers y coronado como la romántica por excelencia. Lo que era contradictorio, porque la romántica bohemia era mi hermana, que trabajaba como mujer de negocios que pateaba culos de ejecutivos agresivos a diario. En serio, no sé qué fue mal en el útero de nuestra madre mientras Dev y yo nos estábamos gestando.

—No solo escribes romántica, Kee. —Ahora era ella quien me miraba con gesto engreído—. ¿Le has dicho ya a David...?

—No.

Lo que no quería que dijera, que nadie escuchara, era que también había publicado con otro seudónimo, uno que no os confesaré ni a vosotras, la trilogía erótica del año, cuyos derechos me había comprado una de las grandes cinematográficas hacía tres meses para proyectarla en los cines de todo el planeta en menos de dos años. Iba a escribir el guion, mi primer guion, y me permitirían formar parte del equipo de casting. Me habían pedido incluso ser miembro del rodaje, pero por más que quisiera no iba a ser posible.

Porque no, porque David no sabía nada al respecto y lo que menos necesitaba ahora mi matrimonio era que mi esposo pudiera pensar que lo que ocurría en nuestra cama no cumplía las expectativas de mis fantasías. No, cuando no podía quedarme embarazada, cuando él sentía que no podía dejarme embarazada. ¿Vuestros chicos también son así de cavernícolas con cualquier cosa que esté relacionada con su pene? Tenía una vida sexual satisfactoria. Minar la seguridad de David en sí mismo, concentrada en su bragueta como suele ocurrir en muchos hombres, no entraba en mis planes.

Gracias, pero no.

Se hizo un silencio incómodo. Dev y yo nos considerábamos nuestra única familia. Porque éramos gemelas idénticas y porque nuestros padres se habían divorciado poco después de que nacié

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