La promesa en un beso (Los Cynster)

Stephanie Laurens

Fragmento

Creditos

Título original: The Promise in a Kiss

Traducción: Martín Rodríguez-Courel

1.ª edición: junio, 2013

© 2013 by Savdek Management Proprietory Limited

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 15642-2012

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-132-3

Maquetación ebook: Caurina.com

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Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para Keith, Stefanie y Lauren y Nancy, Lucia y Carrie

y «La Banda del Almuerzo»

por el pasado, el presente y el futuro

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Prólogo

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Epílogo

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Prólogo

19 de diciembre de 1776

Convento de las Jardineras de María, París

La medianoche había llegado y había pasado. Helena oyó la campana pequeña del carillón de la iglesia cuando se detuvo en el umbral de la enfermería. Las tres. Ariele, su hermana pequeña, al fin había caído en un sueño profundo; remitida la fiebre, estaría segura al cuidado de la hermana Artemis. Tranquilizada al respecto, Helena podía volver a su cama, en el dormitorio más allá de los claustros.

Se cubrió los hombros con un chal de lana y salió de las sombras del ala de la enfermería. Las madreñas de madera repiqueteaban suavemente contra las losas de piedra mientras atravesaba los jardines del convento. La noche era gélida y clara. Sólo iba vestida con el camisón y la bata; ya estaba dormida cuando la hermana portera la había llamado para que ayudara en el cuidado de Ariele. El sentido común la impulsaba a apresurarse —el chal no era tan grueso—, aunque caminaba despacio, sintiéndose cómoda en aquellos jardines empapados de luna, en aquel lugar donde había pasado la mayor parte de los nueve últimos años.

Pronto, apenas Ariele estuviera lo bastante bien como para viajar, se iría para siempre. Había cumplido dieciséis años hacía tres meses y el futuro se abría ante ella: la presentación en sociedad y luego el matrimonio, un enlace de conveniencia con algún rico aristócrata. Era la costumbre entre los de su clase. Como condesa D’Lisle, poseedora de vastas propiedades en La Camargue y emparentada, entre otros, con los poderosos De Mordaunt, su mano sería una presa codiciada.

Las ramas de un enorme tilo arrojaban densas sombras sobre el sendero. Al cruzarlas, de nuevo bajo la luz plateada, se detuvo; levantó la cara hacia el cielo infinito. Se embebió de paz. La proximidad del día de la festividad del Señor había vaciado el convento, pues las hijas de los ricos ya estaban en casa para las celebraciones de esos días. Ella y Ariele aún seguían allí a causa de los problemas respiratorios de ésta, pues Helena se había negado a partir mientras su hermana no estuviera en condiciones de viajar con ella. Ariele y la mayoría de las otras volverían en febrero y recomenzarían sus estudios.

La paz desplegaba su melancolía sobre los arbustos de puntas plateadas, brillantes bajo el intenso claro de luna que caía del cielo despejado. Las estrellas titilaban en lo alto, diamantes desparramados en el velo aterciopelado de la noche. Los claustros de piedra se abrían ante ella, una visión reconfortante y familiar.

No estaba segura de lo que le aguardaba allende los muros del convento. Aspiró pr

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