Amigos y nada más (Serie Amigos 5)

Ana Álvarez

Fragmento

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PRÓLOGO

El verano en que Marta empezó a salir con Sergio había sido decisivo en la vida de Javier Figueroa. Por un momento, al finalizar el semestre y volver a España de vacaciones, se había planteado quedarse y continuar allí sus estudios, pero la elección de Marta lo había disuadido. Por mucho que echara de menos su país y a su familia no se encontraba capaz de enfrentarse cada día a la relación de su hermano con la mujer a la que había querido desde que tenía uso de razón. También quería evitarles la incomodidad de su presencia, y dejarles vivir su amor sin trabas y sin disimulos. Era consciente de que cuando él estaba cerca la pareja se comportaba como simples amigos sin permitirse un gesto o una mirada que indicara la relación amorosa que estaban manteniendo, y se sentía mal por ello, aunque se lo agradecía.

Al finalizar el verano había regresado a Estados Unidos con la decisión de permanecer allí hasta terminar la carrera, y el firme propósito de olvidar a Marta, convencido ya de que nunca sería suya, y regresar a continuación.

Para aliviar la decepción se había refugiado en los estudios; aparte de las clases de la facultad se había apuntado a cuanto curso de especialización encontró para ocupar el tiempo y los pensamientos.

También comenzó a relacionarse con compañeras de estudios empezando alguna que otra aventura con la intención de olvidar a Marta en los brazos de otras mujeres, pero con escaso éxito. Estas aventuras no habían ido más allá del sexo, ni siquiera habían alcanzado el grado de amistad y habían acabado en poco tiempo. Cuando observaba que la chica en cuestión empezaba a esperar de él más de lo que podía ofrecerle, se alejaba y se volvía a concentrar en los estudios. Su aire serio y el viso melancólico de sus ojos pardos atraía a las mujeres, aparte de su innegable atractivo físico. Pero después de cada fracaso se metía de nuevo en sí mismo y se centraba en sus ocupaciones.

Debido a esto no había tardado en ser «descubierto» por sus profesores, que habían sabido ver el inmenso potencial de aquel chico estudioso y metódico y habían empezado a introducirlo en el mundillo de la investigación antes incluso de terminar la carrera.

Era frecuente verlo por los laboratorios ofreciendo su tiempo y su ayuda después de clase, ávido de conocimientos. En esos momentos era completamente feliz, no echaba de menos familia, amigos o amor. Con un microscopio en las manos, con una prueba a punto de dar resultado sentía vibrar todo su ser como no lo había conseguido el sexo. Quizás porque solo se había tratado de sexo.

Se graduó con honores y toda su familia, incluida Marta, se desplazó para la ocasión. Se había sentido feliz al ver la expresión orgullosa de los suyos, las lágrimas veladas de sus padres que, cogidos de la mano, rememoraban el episodio agridulce de su propia graduación.

Todos se habían reído mucho cuando después de la ceremonia les explicó el cambio de dirección de la borla del birrete, situada a la izquierda antes de la graduación y que el alumno debía mover a la derecha justo después. Las celebraciones estadounidenses estaban cargadas de simbolismo.

Después todos le habían abrazado emocionados y cuando le tocó el turno a Marta esta había ahondado en sus ojos, tratando de leer en ellos un olvido que no encontró, por mucho que él había intentado fingir lo contrario. Seguía enamorado de ella, empezaba a pensar que siempre lo estaría, aunque sus sentimientos estaban bañados de una pátina de amor imposible que lo hacía más llevadero. Era consciente de que ella nunca sería suya, y esa idea había ido calando en su corazón y en su mente, y Marta había pasado a ser esa persona que se ama en la distancia, que se adora en silencio, pero no se toca. Ya no era su Marta, era la Marta de Sergio.

Después de la graduación se había trasladado a Maryland para trabajar en el NCI, centro de investigación del cáncer, por un salario bastante moderado; pero él no necesitaba mucho, estaba a gusto en aquel apartamento pequeño y de precio asequible en Bethesda, Maryland, y el sueldo cubría de sobra sus sencillas necesidades.

Desde entonces su vida se reducía a trabajo, trabajo y trabajo. Este le resultaba tan apasionante que no había tenido tiempo para relaciones y tampoco ganas. Se sentía cansado de estar con mujeres por las que no sentía más que un deseo físico momentáneo y que apenas le dejaban satisfecho, y con las que se veía obligado a cortar después.

Lo único que realmente echaba de menos era a su familia, alegre y bulliciosa. Y a Marta, por supuesto, y no solo a la mujer sino a la amiga. Nunca había conseguido mantener con nadie una relación de amistad como la que había tenido con ella, ni hombre ni mujer.

Normalmente intentaba llegar a casa tan cansado que no tuviera tiempo de pensar, ni de añorar. Se daba una ducha, se preparaba algo ligero de cena y se sentaba a comerla, casi siempre ojeando algún informe o revista médica que distrajera los recuerdos de cenas alegres y divertidas en la cocina de su casa en Sevilla.

Pero el trabajo lo compensaba todo. Algún día volvería, cuando hubiera conseguido hacer algo importante en su campo. Entonces intentaría obtener un trabajo de investigación en España, y volvería a casa.

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CAPÍTULO 1

8 años después

Javier llegó a casa más tarde de lo habitual. Habían estado preparando unas pruebas que tardarían varias horas en dar algún resultado, por lo que se había ofrecido a quedarse hasta dejarlas terminadas, en vez de permitir que el encargado de realizarlas, su compañero Sam, fuese otra vez al laboratorio aquella noche. Este tenía mujer y dos hijos mientras que a él nadie le esperaba en casa, por lo que pidió algo de comida a una cafetería cercana y la tomó en el despacho adjunto entretanto aguardaba para anotar la evolución de la prueba.

Ya desde el pasillo y mientras abría la puerta escuchó las voces alteradas de sus vecinos. Sacudió la cabeza, pensando en que iba a ser otra noche ruidosa. La pareja discutía con frecuencia, cada vez con más frecuencia; si no recordaba mal era la tercera pelea esa semana.

No los conocía, nunca se había cruzado con ellos, pero se sabía de memoria sus voces, sobre todo la de él, y la evolución de sus desavenencias. Las delgadas paredes del apartamento no permitían ningún tipo de intimidad, todo se escuchaba, todo se sabía.

Por regla general la chica empezaba preguntando donde había estado, cosa que él nunca respondía. Luego venían reproches por ambas partes, lágrimas, algún que otro grito y a veces acababan haciendo las paces con un polvo. La cama rebotaba con fuerza y la respiración agitada del hombre traspasaba la delgada pared. Otras, en cambio, escuchaba el llanto apagado de la mujer durante un buen rato, hasta que el sueño la rendía o Javier se dormía, también agotado después de una larga jornada de trabajo.

Entró en la ducha intentando evadirse de la discusión, pero solo pudo hacerlo el tiempo que permaneció bajo el agua. Al salir, y sobre todo cuando se tendió en

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