Cita con la pasión

Shirlee Busbee

Fragmento

 

Título original: Scandal Becomes Her

Traducción: Laura Paredes

1.ª edición: mayo 2009

© 2007 by Shirlee Busbee

© Ediciones B, S. A., 2009

para el sello Vergara

Bailén, 84 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal:  B.8232-2012

ISBN EPUB:  978-84-9019-019-7

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

 

 

 

 

A mi hermano, Bill Egan, que ha tenido que esperar

demasiado tiempo su libro. Hay hermanos y hermanos;

tengo suerte y estoy orgullosa de que tú seas el mío.

Lo has hecho bien, chico

 

Y, por supuesto, a Howard, mi marido,

que comparte la aventura conmigo...

¡y menudas aventuras vivimos!

 

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

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1

 

La pesadilla surgió inesperadamente de las profundidades de un sueño apacible. Nell estaba profundamente dormida y, de repente, cayó en sus garras. Se retorció bajo las sábanas para intentar huir de las horrendas imágenes que le pasaban por la cabeza, pero fue en vano; lo sabía de otras noches terribles.

Como otras veces presenció impotente la sucesión de atrocidades. La situación era la misma: un lugar oscuro que debía de encontrarse en alguna mazmorra olvidada, oculta bajo los cimientos de una antigua casa solariega. Las paredes y el suelo eran de enormes piedras grises cortadas a mano y manchadas de humo... la temblorosa luz de las velas mostraba instrumentos de tortura de un período anterior, más bárbaro, de Inglaterra: instrumentos que él usaba cuando le apetecía.

Esa noche, como otras veces, la víctima era una mujer joven, hermosa y asustada. Tenía los ojos azules desorbitados, llenos del más absoluto terror, un terror que parecía complacer a su torturador. La luz de las velas siempre iluminaba las caras de las mujeres, y aunque el hombre permanecía en la oscuridad de modo que jamás le veía por completo el rostro o la figura, Nell podía observar con horripilante claridad todo el daño que infligía a cada joven. Y, al final, después de que hubiera acabado con ella y hubiera tirado su cadáver por la compuerta de la cloaca de la mazmorra, la luz se iba apagando y Nell lograba abandonar, por fin, el mundo de las pesadillas.

Esa noche no fue distinta. Liberada de las aterradoras imágenes, Nell se incorporó de golpe a punto de gritar, con los ojos llenos de lágrimas y el horror todavía fresco en la memoria. Contuvo el grito mientras echaba un vistazo a su alrededor y sintió un gran alivio al darse cuenta de que sólo había sido, efectivamente, una pesadilla; al ver que estaba a salvo en la casa de su padre en Londres, y observar el resplandor del fuego casi apagado de la chimenea y la tenue luz del alba que entraba por las ventanas a través de las cortinas de terciopelo, que iba dando forma a los vagos contornos de los muebles de su habitación. Oía el familiar ruido procedente del exterior: los cascos de los caballos y las ruedas de los carros, las carretas y los carruajes de los que tiraban los animales en las calles adoquinadas. De lejos llegaban los gritos de los vendedores ambulantes que pregonaban su mercancía: escobas, leche, verduras y flores.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Hundió la cara en sus manos temblorosas preguntándose si las pesadillas desaparecerían algún día. Lo único que le impedía enloquecer era que fuesen esporádicas; estaba convencida de que nadie podía mantenerse cuerdo si presenciaba semejante violencia noche tras noche.

Inspiró hondo y se apartó un mechón de pelo leonado que le había caído sobre el pecho. Se inclinó hacia delante para buscar a tientas la jarra de agua que su doncella le había dejado en la mesa de mármol rosa que había junto a la cama. La encontró, y también el vasito que había a su lado; se sirvió un poco de agua y bebió con avidez.

Sintiéndose mejor, se sentó en el borde de la cama y contempló la penumbra que la rodeaba mientras intentaba ordenar sus pensamientos y reconfortarse sabiendo que estaba a salvo... a diferencia de la pobre muchacha de su pesadilla. Tuvo que esforzarse por llevar su cabeza por otro derrotero. Se recordó que, después de todo, sólo había sido una pesadilla. Espantosa, pero irreal.

Eleanor Anslowe, Nell, no había tenido pesadillas de pequeña. Ningún sueño terrible había turbado su sueño hasta después del trágico accidente que casi acaba con su vida a los diecinueve años.

Se dijo que era extraño lo maravillosa que había sido la vida antes de ese momento y lo mucho que la habían cambiado los meses posteriores a su enc

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