Diablo (Los Cynster 1)

Stephanie Laurens

Fragmento

 

Título original: Devil´s Bride

Traducción: Ana del Valle

Ante la imposibilidad de contactar con el autor de la traducción, la editorial pone a su disposición todos los derechos que le son legítimos e inalienables.

1.ª edición: febrero 2011

 

© 1998 by Savdek Management Proprietory, Limited

© Ediciones B, S. A., 2011

para el sello Zeta Bolsillo

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal:  B.15643-2012

ISBN EPUB:  978-84-9019-133-0

 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

 

Contenido

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Epílogo

 

1

 

Somersham, Cambridgeshire, agosto de 1818

 

—La duquesa es tan... tan... bueno, en realidad es de lo más encantadora, tan... —con una sonrisa angelical, el señor Postlethwaite, vicario de Somersham, gesticuló vivazmente— tan del Continente... Ya sabe a qué me refiero.

A Honoria Wetherby le habría gustado saberlo, pero no lo sabía. Se encontraba a la puerta de la vicaría y esperaba que llegase la calesa. Después de ocupar un cargo nuevo, una de las primeras cosas que siempre hacía era sonsacar información al vicario local. Por desgracia, en aquella ocasión en que su necesidad de información era más acuciante que nunca, los comentarios del señor Postlethwaite eran vagos y no le servirían de mucha ayuda. Asintió para animarlo a hablar y se aferró a lo único que podía significar algo.

—¿La duquesa ha nacido en el extranjero? —preguntó.

—La duquesa madre —dijo el señor Postlethwaite—. Ahora le gusta que la llamen así, pero ¿extranjera? —Con la cabeza ladeada, consideró la cuestión—. Es posible que algunos la llamen así porque nació y se crió en Francia, pero lleva tanto tiempo entre nosotros que ya forma parte de este paisaje. En realidad —sus ojos se iluminaron—, es una especie de rasgo peculiar en nuestro limitado y monótono horizonte.

Eso Honoria ya lo había averiguado y por esa razón quería saber más.

—¿La duquesa madre se reúne con la congregación de fieles? No veo armas ducales.

Con la mirada puesta en la iglesia de piedra pulida que se alzaba detrás de la vicaría, Honoria recordó las numerosas inscripciones conmemorativas que honraban a los difuntos de varias casas señoriales, entre ellas algunas ramas de los Claypole, la familia a cuya casa había llegado el sábado, pero en ningún lugar vio placas ducales con el nombre y los títulos inscritos.

—A veces —respondió el señor Postlethwaite—. Pero en la mansión hay una iglesia privada, estupendamente dirigida. El capellán es Merryweather. La devoción de la duquesa es cabal. —Sacudió la cabeza con tristeza—. Lo cual no es un rasgo habitual en esa familia.

Honoria contuvo el impulso de apretar los dientes. ¿Qué familia? Llevaba tres días detrás de esa información. Dado que su nueva ama, lady Claypole, parecía convencida de que su hija Melissa, de quien Honoria se iba a encargar, estaba destinada a ser la próxima duquesa, lo más inteligente sería averiguar todo lo que pudiera del duque y su familia. El apellido ayudaría.

Por decisión personal había pasado poco tiempo con la nobleza pero, gracias a las largas cartas de su hermano Michael, estaba muy bien informada de las familias que formaban ese círculo dorado, un círculo en el que ella había nacido. Si se enteraba del nombre o del título principal, podría averiguar mucho más.

No obstante, pese a pasarse una hora del domingo explicando con exasperante detalle por qué Melissa estaba destinada a ser duquesa, lady Claypole no había mencionado el título del afortunado duque. Como supuso que lo descubriría enseguida, Honoria no se lo había preguntado directamente a la dama. Acababa de conocerla y poner de manifiesto su ignorancia le pareció innecesario. Después de hacerse cargo de Melissa y su hermana pequeña Annabel, se prohibió hacerles preguntas. Demostrar una ignorancia tan grande era una invitación a los problemas. La misma razón le había impedido hacer averiguaciones sobre el personal de la mansión de los Claypole. Segura de que se enteraría de todo lo que quisiera cuando las damas de la caridad le dieran la bienvenida, decidió tomarse la tarde libre para asistir a la reunión más provechosa del pueblo.

Había olvidado que, en esa región, al duque y la duquesa madre se los mencionaba siempre en términos genéricos. Todos los vecinos sabían a quiénes se referían; ella todavía no. Lamentablemente, el evidente desdén con que las otras damas veían las aspiraciones ducales de lady Claypole dificultaba formular esa simple pregunta. Impertérrita, Honoria había soportado una larga reunión en la que se había planificado una recogida de fondos para cambiar el viejo tejado de la iglesia. Luego había explorado todo el templo y leído todas las placas que había encontrado sin averiguar nada.

Respiró hondo, dispuesta a admitir su ignorancia.

—¿A quién...?

—¡Oh, Ralph, estabas aquí! —La señora Postlethwaite lleg

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