Alguien más (Serie Alguien 2)

Laura Kneidl

Fragmento

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Capítulo 1

Querida Cassandra:

Nos alegramos de que vayas a participar en la SciFaCon de este año. Habrá mesas redondas estupendas, conferencias interesantes y talleres fantásticos. Tienes la entrada en el archivo adjunto. No te olvides de imprimirla y llevarla contigo.

¡Para cualquier duda, nuestro equipo estará encantado de ayudarte!

Solté un chillido y pataleé entusiasmada en la cama. Mi bailecito de alegría particular. Desde la noche anterior había leído por lo menos diez veces el correo de confirmación de la compra de mi entrada, y todas las veces había sentido un hormigueo de emoción en el estómago.

No podía creérmelo. ¡Por fin iba a ir a una SciFaCon! Desde que tenía memoria, había querido asistir a una convención de todo lo relacionado con el género fantástico, ya fueran películas, series, libros, videojuegos o juegos de mesa. Pero no había logrado ir hasta entonces a ninguna. O bien no había tenido tiempo, o dinero o amigos que quisieran acompañarme. Y una vez que había querido ir de verdad, hace dos años, el destino me lo mandó todo al traste.

Pero este año me había salido bien. En pocas semanas me iba de viaje a Seattle con Auri; mi mejor amiga, Micah, y su novio, Julian, lo que significaba que no me quedaba mucho tiempo para coser mi nuevo cosplay.

Me apresuré a cerrar el correo electrónico en el móvil y abrir la aplicación Twitch. El vídeo en directo de TRGame ya había empezado.

TR era mi gamer preferida y, después de que Auri y yo decidiéramos hacernos un cosplay de brujos, tenía que ver su Let’s Play de The Witcher 3: Wild Hunt. Auri iba a ir de Geralt de Rivia, y yo, de Ciri. Pero aún no estaba segura de si el disfraz sería como la Ciri del juego o la Ciri del libro. Auri había dejado muy claro que había escogido al Geralt animado, probablemente porque por lo general no solo llevaba una espada a la espalda, sino dos. Yo no tenía nada que objetar, pues había cosas peores que imaginarme a Auri con un uniforme de cuero muy ceñido.

Pero más que su aspecto, lo que me alegraba era estar más tiempo con él. Desde el primer patrón hasta acabar nuestros disfraces, podíamos pasar juntos cientos de horas cosiendo. Aunque ya pasáramos mucho tiempo juntos todos los días, pues no solo compartíamos piso, sino que éramos muy amigos, esto era otra cosa. Estar repantingados en el sofá y ver por décima vez Buffy Cazavampiros no era lo mismo que trabajar juntos en un proyecto en el que ambos poníamos toda nuestra pasión.

Habría preferido empezar enseguida e irrumpir en la tienda de telas más próxima, pero los trajes costosos tenían que pensarse bien. De lo contrario, Auri y yo compraríamos montones de telas caras que al final no nos harían falta para nada. Aunque ambos teníamos apoyo económico de nuestras respectivas familias, y Auri además había recibido una beca de fútbol, el dinero siempre era un tema —como seguramente para la mayoría de los estudiantes—, sobre todo desde que Julian se había mudado a vivir con Micah.

Centré mi atención en el Let’s Play de TRGame, que estaba en una secuencia de juego en el cuerpo de Ciri. No dejaba de pulsar pausa para estudiar su atuendo y compararlo con las fotos de internet que había imprimido como modelo. Al mismo tiempo tomaba notas y ya pensaba en cómo conseguir más baratos los detalles de su traje.

Estaba enfrascada en mi trabajo cuando unos golpes en la puerta me apartaron de mis pensamientos.

Aturdida, alcé la mirada cuando la puerta de mi habitación ya estaba abierta. Auri siempre hacía lo mismo. Se anunciaba con unos toquecitos, pero nunca esperaba a que lo invitaran a entrar. No era por impaciencia o falta de respeto, sino porque me conocía y sabía que siempre era bienvenido. Si quisiera en serio que no me molestaran, cerraría la puerta con pestillo.

—Hola.

Me incorporé en la cama.

Como cada vez que posaba los ojos en Maurice Remington, el corazón me daba un vuelco traicionero. No obstante, con el paso del tiempo me había acostumbrado a ignorar los sentimientos que albergaba hacia mi mejor amigo. Eran como el murmullo de los coches que pasaban bajo la ventana de mi habitación por la noche. Los oía, pero mientras mantuviera la ventana cerrada me sería posible dormir plácidamente.

Auri me examinó con el ceño fruncido.

—Todavía no te has cambiado de ropa.

Me miré para comprobar que sí me había quitado el pijama y llevaba mi ropa habitual de andar por casa: unos pantalones de yoga cómodos y una camiseta de manga corta enorme que antes era de Auri. Era negra, con un dibujo desteñido en el pecho —el logo de un equipo de fútbol americano—, y me la había anudado por delante para que no me llegara hasta las piernas.

—Micah y Julian ya nos están esperando.

Fruncí el entrecejo e intenté recordar que habíamos quedado con ellos, pues por lo visto se me había olvidado. No sabía ni en qué día de la semana estábamos. Habían empezado las vacaciones y no había decidido inscribirme en ningún curso de verano, lo que significaba que estaba libre y que podía hacer lo que me diera la gana con mi tiempo. No tenía trabajos que entregar ni clases a las que asistir. Estaba libre de obligaciones académicas y eso era maravilloso, aunque como consecuencia perdiera el sentido del tiempo.

La mirada se me fue al despertador junto a la cama.

Auri suspiró, pero no pareció molesto, sino que más bien le hacía gracia lo despistada que estaba yo. A diferencia de mis días, los suyos eran meticulosos y planificados: desde los entrenamientos de fútbol a primera hora de la mañana hasta el ejercicio por la noche. Y en medio asistía a cursos para acumular créditos.

—Queríamos ir al mercadillo del parque.

Le dediqué una sonrisa de disculpa. Ahora me acordaba. Micah y Julian querían ir a mirar cosas para su piso y nos habían preguntado si queríamos acompañarlos para ayudarlos a cargar en caso de que fuera necesario.

—Dame diez minutos.

—Hum —refunfuñó Auri, como si considerara una utopía el tiempo que le había dicho que iba a tardar, y cerró la puerta tras de sí.

Salté de la cama y entré como una flecha al cuarto de baño. Aunque no tuviera mucho tiempo, al menos quería darme una ducha rápida. Aquel verano hacía muchísimo calor y había sudado incluso estando tumbada. El pelo, que mojado parecía más castaño que rojo, me lo recogí con una pinza. Luego me cepillé los dientes porque no estaba segura de si ya lo había hecho por la mañana y prescindí de maquillaje, pues con aquel calor no aguantaría mucho.

Envuelta en una enorme toalla, pasé pitando junto a Auri para volver a mi habitación. Me sequé apresuradamente y me puse ropa interior limpia antes de abrir la puerta torcida de mi armario. Auri y yo lo habíamos montado hacía dos años y probablemente habíamos colocado mal algún tornillo. Nunca nos habíamos molestado en corregir el desperfecto.

Me decidí por un vestido floreado de lino con mangas tres cuartos que tapaban los dos pequeños dispositivos blancos pegados a la parte superior de mis brazos. Me encantaban esos aparatitos que me suministraban insulina y medían los niveles de glucosa en sangre, sin necesidad de tener que pincharme a diario como en el primer año después de que me diagnosticaran diabetes tipo 1. Pero no es qu

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