Nerd. Libro 2 - Jaque mate

Axael Velasquez

Fragmento

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1

De amigos a novios

SINAÍ

—¿Quieres que te muestre algo? —preguntó mi novio dándome de nuevo un tierno beso en los labios mientras yo le sonreía tumbada en su cama.

Me resultaba raro llamarlo así, «mi novio», no lograba acostumbrarme. Era mi amigo. Soto. El que me apodó Monte. El chico al que le dije «buen provecho» el primer día de clases al verle fumar un cigarrillo delante de mí, el que soltó una broma sobre chuparle el pene a mi crush. El mismo al que una vez le pedí el favor de que me fotografiara casi desnuda.

Y a pesar de todo, de lo extraño y repentino que pudiera parecer, él me gustaba. Me encantaba ser su novia, el trato especial que me daba, la manera en que nuestras manos encajaban al agarrarse, la suavidad de sus labios al posarse sobre mi mejilla, la intensidad de sus ojos cuando me miraban con adoración.

Me gustaba tanto que me hacía sentir miserable. Miserable porque era consciente de todo el daño que podía hacerle al menor desliz.

Miserable porque sabía que cualquier persona me llamaría perra, puta y hasta maldita por no ser capaz de obligarme a sentir lo mismo, aunque lo intentara con todas mis fuerzas.

Y era precisamente la presión por no hacerle daño lo que me tenía ahí junto a él, dañándonos a ambos.

—Enséñame lo que quieras —le contesté de manera insinuante.

Podía hacer eso. Podía ser su amiga, besarlo, dejar que me tocara, hacerlo reír y corresponder a sus chistes. Tenía práctica, no era nada, no era una mentira.

Pero no iba a durar.

Él sacó algo de debajo de su cama. Era un libro encuadernado en cuero. Me lo tendió y me senté para sostenerlo. Al abrirlo y hojearlo, descubrí que en muchas páginas había pasajes tachados en negro.

—¿Una Biblia? —inquirí sin comprender.

—Me la sé entera. Siempre tacho los párrafos que me parecen misóginos, contradictorios, injustos, crueles o controversiales.

—¿Y por qué me la muestras? —pregunté tan interesada como fascinada ante aquella faceta que acababa de descubrirme.

—Porque eres mi novia y quiero empezar a desnudar mi alma ante ti antes de que me desnudes en otro sentido.

Apreté los labios conteniendo la risa.

—Vaya, pues diría que ya llegas tarde.

Le pasé una mano por la nuca y lo atraje hacia mí para besarlo. Lento, con todo el cariño y la gratitud que sentía hacia él.

—Me encantan tus tatuajes —confesé contra sus labios. Él llevaba una camiseta negra que me permitía jugar con los relieves del escorpión que tenía tatuado en el antebrazo.

Era un verdadero alivio que ya pudiera decirle ese tipo de cosas, que no tuviera que callarme todo lo que me hipnotizaba de su físico. Como su cabello siempre despeinado, tan similar a las alas de un cuervo.

Él me correspondió con otro cumplido, uno extraño que no esperaba pero bonito.

—Y a mí me gusta cómo te quedan los bráquets.

—¿En serio? Pensé que los odiabas.

—¿Porque casi me dejas sin boca con ellos? No te diré que no.

Se encogió de hombros y por la sonrisita que se formó en sus labios ya pude adivinar qué tipo de comentario seguía a eso.

—Pero no puedo guardarles rencor, porque son los mismos con los que me sonreías cuando tenías mi...

—Entendido el mensaje, muchas gracias.

—Tú preguntaste.

—De hecho, no. Cambiando de tema..., ¿sabes que eres mi primer novio?

—No solo soy el primero en eso.

Le propiné una cachetada suave. No sé cómo logré contenerme para no dársela como quería.

A pesar de su broma y de que se reía a más no poder, no había dicho nada que no fuera cierto. El muy desgraciado hasta había sido el primer chico al que había besado. ¿Quién lo habría imaginado?

Mi madre me mataría cuando se enterara.

Solo llevábamos un día siendo novios, así que esperaba que todavía no hubiese presión por su parte para que lo presentara como mi pareja, al menos de momento. Además, ese día, y a pesar de su declaración, al llegar a su casa su madre me recibió como a otra amiga.

Soto no le había contado lo nuestro.

—Ya que hablamos de primeras veces..., ¿a qué altura de nuestra relación es prudente que empecemos a resolver el nueve por ciento de la última primera vez que me falta?

Al principio no entendí la cara que puso o por qué su sonrisa se había borrado con brusquedad.

Luego caí en cuenta. El día anterior le había dicho que me había acostado con Axer y, al margen de que hubiese tomado mis últimas palabras como un juego, una esperanza o una mentira, la pregunta despertó ese recuerdo en su mente. La explosiva conversación en la que acabé aceptando ser su novia a mi pesar.

—Oye... —dijo al cabo de un incómodo silencio—. ¿Piensas volver a clases algún día?

—Claro que sí, algún día.

—Pero ¿por qué estás faltando?

—Porque necesitaba dinero y empecé un trabajo a la misma hora que las tenía.

—Eso está mal, Sinaí, si necesitabas dinero, podías pedírmelo, no sería la primera vez. Los profesores ni sabrán quién eres cuando vuelvas.

—¿Y qué? Las vacaciones de Navidad están al caer, no vale la pena que me reincorpore a las clases. Ya doy el primer trimestre por perdido, pero quedan dos más, me pondré al día.

—¿Cómo piensas hacerlo? Para eso tendrías que sacar unas notas perfectas en los próximos seis meses, ni un punto menos.

Me tiré a la cama con dramatismo mientras ponía los ojos en blanco. Esa era la última conversación que quería tener. Simplemente no podía decirle que volvería a la escuela cuando Julio Caster, el protagonista de mis pesadillas, estuviese muerto.

—Sacaré solo notas perfectas —aseguré con indiferencia—. Y, si no, iré a recuperar cada maldita asignatura a final de año si hace falta, pero no es como si fuese a repetir el curso, ¿de acuerdo? Deja ya ese tema.

—¿Por qué faltas? —insistió, a pesar de que ya le había dado una explicación.

—Para serte honesta, porque me da la gana.

—Sinaí.

—Ser mi novio no te da derecho a regañarme usando mi nombre. Dime Monte.

—¿Que te monte? —bromeó con una sonrisita juguetona.

Eso no me quitó el enfado y, encima, el cambio de tema me dejó desorientada, pero de todos modos respondí:

—Por favor. Y gracias.

La puerta del cuarto se abrió y la madre de Soto entró. Llevaba el delantal sucio porque estaba cocinando. Él me había explicado que subsistían gracias a la venta de galletas y otros dulces que hacía su madre y repartía a domicilio por el vecindario. También llevaba algo en la mano, una bolsa de plástico llena de cosas que no alcancé a distinguir, y se la entregó a su hijo.

—Han pasado a dejarlo para ti.

—Dale. Cierra la puerta de nuevo cuando salgas.

Aunque frunció el ceño en señal de desagrado, la señora Mary hizo lo que su hijo pedía. Me pregunté si ya sospecharía de nuestra relación.

—¿Qué es? —interrogué mirando a Soto mientras él abría la bolsa.

Como la niña entrometida que era, me uní a la tarea y le ayudé a sac

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