¿Estamos ok? Un verano para recordar (Best Young Adult)

Nina LaCour

Fragmento

¿Estamos okey?

Capítulo uno

Antes de irse, Hannah me preguntó si estaba segura de que me encontraría bien. Ya había esperado una hora después de que cerraran las puertas por las vacaciones de invierno, hasta que todos, excepto los cuidadores, se habían ido. Había doblado una carga de ropa, escrito un correo electrónico y buscado en su enorme libro de psicología las respuestas a las preguntas del examen final para ver si las había respondido bien. Ya había agotado los pretextos para matar tiempo, así que cuando dije: “Sí, estaré bien”, no tuvo más alternativa que intentar creerme.

Le ayudé a cargar una maleta a la planta baja. Me dio un abrazo, fuerte y oficial, y dijo:

—Regresamos de casa de mi tía el 28. Alcánzanos en tren y vamos a algunos espectáculos.

Yo dije que sí, sin saber si de verdad tenía intención de hacerlo. Cuando volví a nuestra habitación, descubrí un sobre sellado sobre mi almohada.

Y ahora estoy sola en el edificio, mirando fijamente mi nombre escrito con la hermosa letra cursiva de Hannah, sin dejar que este diminuto objeto me destruya.

Tengo algo con los sobres, supongo. No quiero abrirlo. De hecho, ni siquiera quiero tocarlo, pero me digo a mí misma que sólo es algo lindo. Que es una tarjeta de Navidad, quizá con un mensaje especial dentro, quizá con nada más que una firma. Lo que sea, será inofensivo.

Los dormitorios estarán cerrados durante un mes por las vacaciones del semestre, pero mi tutor me ayudó a hacer arreglos para quedarme. A la administración no le hizo gracia. “¿No tienes algún familiar?”, preguntaban una y otra vez. “¿O amigos con quienes puedas quedarte?” “Aquí es donde vivo ahora”, les dije. “Donde viviré hasta que me gradúe.” Finalmente, se dieron por vencidos. Hace un par de días apareció debajo de mi puerta una nota de la gerente de Servicios Residenciales, donde afirmaba que el encargado de mantenimiento estaría aquí en las vacaciones y me daba sus datos. “Cualquier cosa”, escribió. “Ponte en contacto con él si necesitas cualquier cosa.”

Cosas que necesito: el sol de California y una sonrisa más convincente.

Sin las voces de todos, los televisores en las habitaciones, el agua que corre en los lavabos y los inodoros que descargan, los zumbidos y timbrados de los microondas, los pasos y las puertas que se azotan —sin todos los sonidos de la vida cotidiana—, este edificio es un lugar nuevo y extraño. Llevo tres meses aquí y no había notado el sonido del calentador hasta ahora.

Hace clic al encender: emite una ráfaga de calor.

Esta noche estoy sola. Mañana llegará Mabel y se quedará tres días. Luego estaré sola de nuevo hasta mediados de enero. “Si yo pasara un mes sola”, dijo Hannah ayer, “comenzaría a practicar la meditación. Está clínicamente comprobado que disminuye la presión arterial y aumenta la actividad del cerebro. Incluso ayuda a tu sistema inmunológico”. Unos minutos después, sacó un libro de su mochila. “Lo vi en la librería el otro día. Puedes leerlo tú primero, si quieres.”

Lo aventó a mi cama. Una colección de ensayos sobre la soledad.

Sé por qué siente temor por mí. Aparecí por primera vez en el umbral de esta puerta dos semanas después de que falleció mi abuelo. Entré —como una desconocida aturdida y salvaje— y ahora soy alguien a quien conoce, y necesito seguir siéndolo. Por ella y por mí.

Apenas una hora después ya sentía la primera tentación: la calidez de mi cama y mis cobijas, mis almohadas y la manta de pelo falso que dejó la mamá de Hannah después de una visita de fin de semana. Todas me dicen: “Métete. Nadie sabrá si te quedas en cama todo el día. Nadie sabrá si usas los mismos pants todo el mes, si siempre comes frente al televisor o si usas tus camisetas como servilletas. Adelante, escucha la misma canción una y otra vez hasta que su sonido se convierta en nada y el invierno se acabe mientras duermes”.

Sólo tengo que sobrevivir la visita de Mabel y luego todo esto podría ser mío. Podría revisar Twitter hasta que se me nuble la vista y luego colapsar en mi cama como un personaje de Oscar Wilde. Podría conseguir una botella de whisky (aunque le prometí a mi abue que no lo haría) y dejar que me haga resplandecer, dejar que las orillas de la habitación se suavicen, dejar que los recuerdos salgan de sus jaulas.

Quizá lo oiría cantar de nuevo, si todo lo demás se callara.

Pero eso es de lo que quiere salvarme Hannah.

La colección de ensayos es color índigo. Pasta blanda. La abro en el epígrafe, una cita de Wendell Berry: “En el círculo de lo humano estamos agotados por esforzarnos y no tenemos descanso”. Mi círculo particular de lo humano cambió el frío mordaz por las casas de sus padres, por chimeneas chispeantes o por viajar a destinos tropicales donde posarán en bikinis y gorros de Santa para desearles una feliz Navidad a sus amigos. Yo haré mi mejor esfuerzo por confiar en el señor Berry y pensar en su ausencia como una oportunidad.

El primer ensayo es sobre la naturaleza. Es de un escritor que no conocía y que utiliza varias páginas para describir un lago. Por primera vez en mucho tiempo me relajo con una descripción de escenario. Habla de las ondas en la superficie, el reflejo de la luz en el agua, las piedritas en la orilla. Luego pasa a la flotabilidad y la ingravidez, cosas que comprendo. Podría soportar el frío de afuera si tuviera la llave de la alberca techada. Me sentiría mucho mejor si pudiera comenzar y terminar cada día de este solitario mes nadando. Pero no puedo. Así que continúo leyendo. El autor sugiere que pensemos en la naturaleza como una forma de estar solos. Dice que los lagos y los bosques residen en nuestra mente. “Cierra los ojos”, dice, “y ve ahí”.

Cierro los ojos. El calentador se apaga. Espero a ver qué me llena.

Aparece lentamente: arena. Pasto de playa con un poco de vidrio pulido por el mar. Gaviotas y correlimos. El sonido y luego, más rápido, la visión de las olas que rompen, retroceden, desaparecen en el océano y el cielo. Abro los ojos. Es demasiado.

La luna parece una pequeña muesca brillante frente a mi ventana. Mi lámpara de escritorio, que ilumina un trozo de papel, es la única luz encendida en las cien habitaciones que hay en este edificio. Estoy haciendo una lista para cuando Mabel se vaya:

leer el New York Times en línea cada mañana

comprar comida

preparar sopa

tomar el autobús para ir al distrito comercial / la biblioteca / el café

leer sobre la soledad

meditar

ver documentales

escuchar podcasts

encontrar música nueva...

Lleno la tetera eléctrica en el lavabo del baño y luego me preparo una

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