Te encontraré en el silencio

Lena Blau

Fragmento

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1

Amy

No había vuelta atrás; la decisión estaba tomada. Ya no podía bajarme de aquel avión.

Quizá me estuviera equivocando, pero tenía que hacer algo para dejar de ser el reflejo desdibujado de unas expectativas que nunca habían sido realmente mías. Aquella inesperada oportunidad era la excusa perfecta para dar el primer paso y empezar a descubrirme de verdad, con todas mis líneas bien definidas, aunque no fueran tan rectas ni tan perfectas como las de Harry. A él le llenaba por completo su exitosa carrera profesional y no anhelaba cambiar su rumbo. Pero yo no era como mi hermano; conformarme con una vida llena de estrés y vacía de todo lo que realmente me importaba ya no era una opción.

Estaba demasiado cansada de esforzarme día a día por mantener en pie lo que en realidad era, simple y llanamente, una burda mentira que me estaba asfixiando.

Unas ligeras turbulencias sacudieron el avión en nuestro ascenso. Esbocé una pequeña sonrisa irónica; yo también sentía un torbellino interno ante aquel profundo cambio que iniciaba. Unos minutos después, el avión se estabilizó y, a velocidad de crucero, se dispuso a devorar los kilómetros que me llevarían a mi destino. Me acurruqué contra la ventana y, mientras seguía escuchando Kids de One Republic, contemplé la inmensidad del cielo para olvidarme de todas las exigencias que desde niña me habían ido carcomiendo poco a poco.

Aterricé en el aeropuerto de San Francisco cuatro horas después. Como aún tenía que esperar un rato a Ursula, quien me había avisado de que estaba atrapada en un atasco, deambulé por la terminal tirando de mi maleta hasta que encontré un Starbucks. Me hice con un capuchino doble repleto de espuma y me senté a beberlo con parsimonia.

Me dediqué a observar el ir y venir de los viajeros que daban vida a aquel imponente edificio de acero y cristal. No pude evitar pensar en lo perdidos que habrían estado mis padres en un lugar tan cosmopolita. Ellos, tan conservadores y arraigados en sus estrictas reglas, habrían encontrado demasiado impactante el panorama tan variopinto que se podía ver en ese aeropuerto. Apenas habían viajado fuera de Luisiana; un lugar como aquel simplemente les habría aterrorizado. Se habían dejado los cuernos por darnos a Harry y a mí la mejor educación. Eso era un mérito que no les podía negar. Nunca se habían permitido ningún lujo y todo lo que habían ganado en sus respectivos trabajos lo habían invertido en darnos a nosotros el nivel cultural y el estatus que a ellos siempre les habría gustado tener. A simple vista habían sido unos buenos padres; ¿quién no querría que sus hijos prosperaran y alcanzaran esas metas que ellos no habían podido conseguir?

El problema era que su deseo de que llegáramos alto en la vida había pasado a ser una enfermiza obsesión. En su plan nunca hubo cabida para que hiciéramos nada que se saliese lo más mínimo de los límites que ellos habían establecido. Harry había seguido su hoja de ruta sin problema. Yo lo había intentado, acallando día tras día esa voz interior que me decía que quería algo distinto. Algo que me llenara más allá de cumplir con mi obligación.

Pero esa voz se había impuesto de pronto. Y me gritaba con tanta fuerza que ya no pude ignorarla más.

Poco después de renunciar a mi puesto de becaria en una de las empresas más prestigiosas del sector financiero, dejé la Gran Manzana y regresé al hogar de mi infancia. Quería recargar las pilas antes de decidirme a dar el siguiente paso. Mis padres estaban absolutamente indignados con que hubiera renunciado a esa gran oportunidad. Creían que había tirado mi futuro por la borda y, en lugar de concederme algo de tiempo y espacio, empezaron a insinuar que debía hacer un máster en Finanzas que reforzara aún más mi currículum académico y diera sentido a mi abandono laboral. Lo hicieron de forma disimulada, soltando aquí y allá pequeños comentarios durante la cena. Se ofrecieron incluso a recurrir a sus ahorros para ayudarme a pagarlo, lo que hacía que me sintiera todavía más presionada. Se fueron volviendo más insistentes y yo cada vez me agobiaba más.

Lo que para mis padres era una «temeraria y absurda decisión», para mí era un paso decisivo para ser libre por fin y hacer con mi vida lo que realmente quería.

Había estudiado Económicas, como Harry, por el simple hecho de que no me habían dado otra opción. No había sido lo suficientemente valiente para enfrentarme a mis padres y matricularme en la prestigiosa escuela de fotografía con la que tanto había fantaseado. Estudié sin rechistar la carrera que ellos me impusieron y en mis ratos libres, a escondidas, practicaba todo lo que podía con mi cámara de fotos.

Me había pasado la vida tratando de ocultar quién era realmente. Siempre me había escondido tras la estela de perfección que mi hermano mayor dejaba a su paso.

Aunque se tratara de una solución temporal, hasta que encontrara las respuestas que buscaba para mi futuro, estar de vuelta en Baton Rouge no me emocionaba demasiado. La aburrida capital de Luisiana nunca me había gustado, y menos ahora que la comparaba constantemente con Nueva York. En mi adolescencia, mi único consuelo siempre había sido la cercana Nueva Orleans. Me escapaba allí tan a menudo como podía y disfrutaba a tope de su vida, cultura y buen rollo junto a Beth y Marlene, mis dos mejores amigas. Lo malo es que con el paso de los años las tres nos habíamos distanciado bastante.

Beth estaba terminando la carrera de Derecho en Chicago, y Marlene, que al acabar el instituto no quiso seguir estudiando, se había quedado en nuestra ciudad natal para empezar a trabajar en la ferretería de su familia. Como esta última seguía viviendo en un barrio cercano al de mis padres, la llamé para vernos y ponernos al día. Quedamos a tomar un café y, aunque me alegré de verla después de tanto tiempo, me di cuenta de que ya no teníamos mucho en común. Ella se conformaba con su vida tranquila. Trabajaba de dependienta y ya estaba planeando casarse con su novio de siempre, a pesar de tener solo veintitrés años.

Lo admito: la juzgué por ello. Me parecía una pena que fuese a dar ese paso tan pronto sin explorar ninguna otra opción primero. Llevaba con Jack desde los quince y apenas había visto mundo ni vivido otras experiencias.

Y ella me juzgó a mí. No lo dijo con palabras, pero cuando le conté el motivo por el que estaba de vuelta en Baton Rouge, pude ver claramente en sus ojos que mi decisión le parecía de lo más descabellada. Seguramente pensó que estaba loca por dejar atrás ese puesto de prácticas por el que muchos matarían. Y encima en una ciudad tan fascinante como Nueva York.

Nadie parecía entenderme y llegué a plantearme si la había cagado a lo bestia.

Pero, gracias a Dios, Ursula apareció en escena. La prima de mi madre —con quien siempre me había llevado genial— fue la que me hizo ver la luz. Me ofreció una oportunidad muy tentadora que me alejaría de aquel asfixiante lugar donde no podía extender mis alas.

Un par de seman

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