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scribir historias inmortales, eso es lo que queremos todos losescritores. Que los lectores puedan entenderlas hoy y mañana, hablen o no nuestro idioma, vivan en la casa de al lado o en la punta más alejada del planeta. Queremos que nuestras historias no mue-ran nunca y cualquier persona pueda sentirse identificada con ellas. Su-pongo que en el fondo esperamos que el pedacito que ponemos en ellas alescribirlasvivasiemprequehayaunlectordispuestoaleerlas,yqueeso nos convierta, también, en un poco inmortales.Eso es lo que quería cuando empecé a escribir los ocho relatos de Elfuturo es femenino, libro hermano del que estás a punto de comenzar. Diforma a estos relatos pensando en las niñas, en la que yo fui y en las que losleerían, y antes de que se publicaran tuve miedo de que al estar basados enmi infancia no fueran tan inmortales como me hubiera gustado. Al fin y alcabo, hace más de veinte años que yo dejé de tener diez, y las desigualdadesque a mí me marcaron tal vez no tuvieran nada que ver con la realidad ac-tual. Pero cuando el libro se publicó y empecé a recibir impresiones de loslectores, lo que realmente me asustó fue darme cuenta de lo equivocada queestaba: los más jóvenes reconocían perfectamente las desigualdades quedenunciaban sus páginas porque las protagonizan día a día en sus colegios,en sus casas, con sus amigos y familiares. Las historias que yo había vividohacía más de veinte años eran las mismas que estaban viviendo ellos.El cuento, en definitiva, no había cambiado nada.Por eso, cuando empecé a escribir los diez relatos que componen Éra-se una vez una princesa que se salvó sola, mi deseo fue muy distinto. Esta veznoquieroquemisrelatosseaninmortales,sinotodolocontrario:espero con todas mis fuerzas que expiren muy pronto. Que un día nohaya un solo niño o niña, en ninguna parte del mundo, que sienta que lassituaciones que recoge este libro le han pasado a él, a ella o a alguien que conoce. Que pronto, cuanto antes mejor, dejen de ser relatos realistas yseconviertan en ciencia-ficción, en algo tan lejano y fantasioso como los cuentos de hadas clásicos, llenos de castillos, magos, brujas, dragones,príncipes siempre valientes y princesas siempre indefensas.Sé que será complicado, porque un sistema no se desmonta de un día para otro, ni de un año para otro, ni siquiera de una década para otra.introducción
3Pero aunque las niñas y los niños a los que va dirigido este libro siguen a día de hoy atrapados en la jaula de un sistema desigual e injusto, también sé que son mucho más conscientes de sus barrotes, que para mí eran invi-sibles y para ellos van adquiriendo solidez. La única manera de combatir una injusticia es conocer su existencia, y creo que la infancia tiene hoymuchas más armas para luchar contra ella de las que tuvimos los adultos que los estamos educando.Ojalá estos cuentos caduquen muy pronto, pero, mientras sigan vivos,espero que sean un arma más, un martillo con el que aporrear los barrotesde esa jaula invisible, una llave con la que abrir su cerradura o quizá lainspiración de un cuento nuevo. El que escriba alguna niña o algún niño cuando haga veinte años que dejó de tener diez, haciendo que estos resul-ten tan lejanos y anticuados como esos en los que las princesas siemprenecesitaban la ayuda de un príncipe para escapar del peligro y nunca se salvaban solas.Mis historias no serán inmortales, y eso significará que, por fin, habre-mos conseguido cambiar el cuento y escrito entre todos uno nuevo.Nuevo de verdad.

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os padres de Nuria le tenían prohibidas dos cosas.La primera era jugar con armas. Se lo tomaban tan en serio que en su cajón de los juguetes no había ni una pistola de agua. Una vez, un tío despistado se presentó en un cumpleaños con una balles-ta de plástico que lanzaba ventosas, y sus padres reaccionaron como si del paquete acabara de salir una bomba. ¡Menudos exagerados! Nuria se par-tía de risa cada vez que se acordaba porque, que ella supiera, las armas de mentira nunca habían matado a nadie. Pero, en el fondo, lo entendía. Lasarmas solo servían para hacer daño, así que no le extrañaba que sus padresno quisieran tenerlas en casa, ni aunque fueran de juguete.Pero la segunda prohibición… Esa sí que no la entendía. ¿Por quéno le permitían ver o leer nada que tuviera que ver con princesas? ¿Aquién habían hecho daño, las pobres? ¡Si no habían matado una moscaen su vida! Tantas vueltas le dio al asunto, que se obsesionó con él.Cada vez que alguien le preguntaba qué quería de regalo, ella pedía algode princesas. Ya fuera por Reyes, por su cumpleaños o por haber sacadobuenas notas, Nuria solo quería un disfraz, una corona, una muñeca,una película… Le valía cualquier cosa, pero sus padres nunca acepta-ban. Eran unos cabezotas, como los malos de los cuentos de hadas. Y,aunque seguía sin entender aquella prohibición, con el tiempo Nuria sehizo a la idea de que nunca tendría su propio disfraz de princesa.Hasta el día que el libro apareció en su escritorio. No estaba envuelto,pero era rosa (¡color princesa!), y en la portada tenía dibujada una coronade purpurina. Nuria se puso nerviosa. ¿Sería para ella? Estaba en su cuarto,pero ¿cómo había llegado hasta allí? Su imaginación echó a volar. Tal vezun hada madrina la hubiera escuchadopedir una muñeca de la Bella Dur-miente un cumpleaños tras otro y hubiera sentido pena por ella. Sí, ¡podíaser eso! Le había traído un libro mágico que le concedería un deseo cuan-do tocara sus páginas. O quizá, si se cortaba un dedo con el canto de unahoja, con la primera gota de sangre derramada aparecería… ¿El qué? ¿Eldisfraz que tanto quería, la corona, la muñeca? ¿La colección de películasque estaba prohibida en su casa? O, ya puestos a hacer magia, quizá setratara de algo mucho más maravilloso. Un castillo, una carroza encanta-da, un príncipe convertido en sapo que, croando, le pidiera un beso…Agustina Guerrero Érase una vez una princesa que se salvó sola
5Nuria se sentó frente al escritorio, nerviosa, y se dispuso a destapar el misterio. Esperaba aplausos, música de trompetas, fuegos artificiales. Se habría conformado con unas cuantas chispas, incluso, pero, al abrir el li-bro por la primera página, no pasó nada. Ni siquiera se le manchó el dedode polvo de hada. Lo que se encontró, en cambio, fue la hoja de un cua-derno de rayas, en blanco salvo por una sola frase.«Érase una vez una princesa que se salvó sola.»¿Una princesa que se salvaba sola? Menuda tontería. Nuria no recor-daba que eso hubiera pasado nunca. Las princesas no se salvaban solas.Para esoestaban los príncipes ¿no? Quizá aquello fuera una especie deprueba. Sí, podía ser. Nuria sonrió para sí. Había leído a escondidas sufi-cientes cuentos como para saber que poner a prueba a la princesa antes deofrecerle ayuda era un truco típico de hadas madrinas. Debía de haberle