Dile sí al placer de comer

Shira Lenchewski

Fragmento

Dile sí al placer de comer

0

Introducción

Si le pidieras a la gente que publicara una actualización del estado de su relación con la comida, imagino que la mayoría elegiría la opción: “Es complicado”. Tal como sucede cuando una conexión amorosa es problemática, nuestra relación con la comida posee una enorme carga emocional y, al mismo tiempo, ofrece una enorme gratificación instantánea. Cuando las cosas están bien, todo es maravilloso —hay pasión y emoción, comodidad y confianza—, algo que no cambiarías por nada. Sin embargo, cuando tus interacciones se estancan o tensan, todo se convierte en una lucha. Es probable que pases periodos en los que dudes de todas tus decisiones o incluso dejes de esforzarte por completo. No obstante, aunque cualquier relación romántica real tiende a ser algo complicada, debido a que existen problemas integrados de confianza y equidad además de los conflictos de la vida cotidiana (porque todo esto involucra a dos personas), eso no tiene por qué trasladarse a tu relación con la comida.

Lo interesante es que aunque muchos analizamos nuestras relaciones románticas de manera exhaustiva (e incluso a veces hasta el cansancio), en realidad no pasamos mucho tiempo profundizando en nuestra relación permanente con la comida. Pero ésta es la cuestión: no puedes tomar decisiones más acertadas y conscientes con respecto a la comida que se ajusten a lo que en verdad quieres para ti mismo y finalmente alcanzar tus metas de salud y corporales si no examinas las raíces de este vínculo vital. Aunque, en mi experiencia, prácticamente ninguna persona ha rozado ni la raíz de su historia personal con la comida (más allá de hacer comentarios negativos sobre sí mismas todo el tiempo).

Cuando la gente me preguntaba acerca de mi interés en la nutrición, a menudo les hablaba sobre mi experiencia de crecer siendo atleta (remo) y sobre cómo veía la comida como mero combustible para el cuerpo. Si bien ambas cosas son válidas, más adelante me di cuenta de que omitía algo que era mucho más importante y relevante: la película completa. Era una niña sumamente ansiosa e insegura que creció en los años noventa, cuando estaba de moda la alimentación sin grasa y otras dietas asquerosas. Crecí escuchando muchas cosas respecto al peso, parientes que decían cosas como: “Puf, estoy muy gorda, mira qué flaca está ella”, etcétera. En realidad yo era una niña sana, pero no me sentía cómoda en mi propia piel. No amaba mi cuerpo, aunque sí amaba la comida, y pensaba que sólo podía escoger una opción: sentirme bien con mi cuerpo pero olvidarme del placer de comer alimentos deliciosos o disfrutar de la comida pero sacrificar tener el cuerpo de mis sueños. En verdad pensaba que se trataba de elegir una cosa u otra. Sin contar con la información completa, y sin la autoconsciencia o autocompasión adecuadas, me convertí en la reina de la Coca-Cola light y de las ensaladas tristonas con aderezo aparte. Más adelante descubrí que ésta no sólo era una forma muy triste de vivir, sino que además era un tipo de restricción ineficaz. Te mantiene con hambre todo el tiempo y te hace pensar en comida de manera constante, y, para ser franca, tenía millones de cosas más importantes que hacer en ese momento.

Deshacerme de esa mentalidad cerrada significó un cambio de juego radical, pero no hubiera podido lograrlo sin antes perdonarme por haberme equivocado durante tantos años, por hacer el equivalente a subir una colina en bicicleta con los frenos puestos (algo que, por desgracia, he hecho), aunque en el ámbito de la comida. La moraleja de la historia para mí fue que no tienes que elegir entre verte y sentirte bien y comer alimentos deliciosos, sabrosos y satisfactorios. De hecho, creo que ambos factores deben estar presentes para poder tomar decisiones alimenticias saludables y conscientes de forma regular. Ésta es la misma razón por la que nunca me verás ayunar durante Yom Kippur (Año Nuevo judío), hacer una limpia líquida o cualquier cosa ultrarrestrictiva en lo que concierne a la comida porque, para ser honesta, ya he vivido esa situación y no sólo me sentía terrible sino que además nunca me trajo los resultados que deseaba. Así que no te preocupes: el motivo por el que puedo hablar de forma tan tajante sobre los errores relacionados con la comida es que los he conocido íntimamente, tanto personal como profesionalmente.

Algunos detalles sobre mi trayectoria profesional: soy dietista registrada con un consultorio privado en Los Ángeles y se podría decir que soy una especie de terapeuta de la alimentación. Para ser sincera, éste no es el trabajo que esperaba conseguir al terminar la maestría en nutrición clínica, pero he asumido el rol por completo. Durante el posgrado en la Universidad de Nueva York (NYU) me dediqué apasionadamente a estudiar bioquímica y química orgánica. (No es broma; amo la ciencia, ¡me vuelve loca!) Sin embargo, al finalizar mi residencia dietética en el Hospital Monte Sinaí de Nueva York me di cuenta de cómo la ciencia juega un papel secundario en la vida cotidiana y los asuntos emocionales son los verdaderos protagonistas. En mi consultorio trabajo con distintos tipos de mujeres y niñas (y también con algunos hombres asombrosos), desde editores, socios en despachos legales, estudiantes de maestría en administración de empresas (MBA), alumnos de secundaria y preparatoria, y gente de Hollywood hasta madres trabajadoras de medio tiempo y tiempo completo —un grupo variado y único, por decir lo menos—. Desde el principio descubrí un tema recurrente que continúa hasta el día de hoy: prácticamente todos mis clientes pueden nombrar de inmediato las cosas que se supone que deberían hacer: limitar su consumo de azúcar, controlar sus porciones, tomar mejores decisiones al comer en restaurantes, etcétera. El problema es que no hacen estas cosas con regularidad. En otras palabras, hay una brecha entre sus intenciones de ser más sanos o bajar de peso y sus conductas alimentarias cotidianas. Por esta razón es que, antes de que mis clientes y yo siquiera hablemos de un plan alimenticio, nuestro trabajo inicial consiste en una sesión de terapia para averiguar por qué no ponen estas cosas en práctica.

Pero, ¿cómo es que muchos de nosotros tenemos la motivación de vernos y sentirnos mejor, y entendemos lo que se requiere para conseguirlo, sin embargo, no lo cumplimos? Una pista: no es porque seamos malas personas (aunque, irónicamente, eso es lo que solemos pensar). En gran medida esto se debe a que casi todos tenemos una relación sumamente conflictiva con la comida. Cuando a la carga emocional derivada de esa relación complicada con la comida le agregamos las distracciones constantes que enfrentamos a diario y las cuestiones fisiológicas involucradas, no resulta tan sorprendente que seamos incapaces de cumplir nuestras metas de volvernos más saludables. La realidad es que es muy difícil traducir nuestras buenas intenciones en acciones efectivas de cara a todo este ruido, porque todo el tiempo operamos en

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos