
Futuros Genios, la ciencia como una experiencia familiar
La colección Futuros Genios, del ingeniero canario Carlos Pazos, suma un nuevo título. ¡Y ya van siete! Esta vez nos ponemos el traje espacial para un viaje interestelar lleno de curiosidades. 101 preguntas y respuestas del espacio es una invitación a sacar a relucir nuestro carácter exploratorio, ese que según Pazos nos caracteriza como especie y que los niños y las niñas traen de serie en su ADN, como un complemento a su inagotable curiosidad. Tanto es así que, como reconoce el autor, buena parte de las 101 preguntas del libro se las han trasladado los propios niños a través de sus educadores.

Que más niños se interesasen por la ciencia es algo que también nos ayudaría a mejorar como sociedad.
«El espacio no deja de ser la última frontera por explorar. Por eso les fascina tanto a los niños y nos sigue fascinando tanto a los adultos, porque siempre hay algo nuevo por descubrir», asegura. ¿Y qué le sigue fascinando a Carlos Pazos del espacio?, le preguntamos. «Los agujeros negros», responde.
Hasta cinco de las 101 preguntas se las dedica a ellos. Se nota su debilidad. «Es que son unos objetos muy extremos de los que hemos aprendido mucho, pero de los que en realidad no sabemos nada sobre lo que hay en su interior. Y lo peor es que no lo sabremos nunca, porque no podemos entrar, así que ese misterio que los envuelve siempre permanece», explica.
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La ciencia como una experiencia familiar
Como decimos, 101 preguntas y respuestas del espacio es el séptimo título de la exitosa colección Futuros Genios, de la que ya forman parte títulos como Astronáutica, Genética, Evolución, Física cuántica, Robótica e inteligencia artificial y Virus y vacunas. Todos ellos son un ejemplo de cómo divulgar ciencia para los más pequeños de la casa haciendo partícipes a los miembros de la familia de todas las edades; un ejemplo de cómo hacer atractivo y cercano un tema, la ciencia, que muchas veces miramos con distancia y recelo, a medio camino entre lo fascinante y lo incomprensible. De hecho, cuando nuestros hijos nos preguntan, los padres contestamos muchas veces con evasivas, con un «pasapalabra», y parece que en vez de sobre ciencia nos estén preguntando sobre sexo.
«Precisamente por eso es importante acercarles a estos temas desde pequeños, para que luego no les resulten ajenos cuando los tengan que estudiar de verdad. Si se normalizan estas temáticas cuando son pequeños, si ellos ven que la ciencia forma parte del mundo que les rodea, que es algo que puede ser fascinante y no aburrido, estaremos sembrando una semilla que luego puede germinar en muchos más niños predispuestos a la ciencia», señala Carlos Pazos, que reconoce que su colección también ayuda a desmitificar ese halo de complejidad y frikismo que rodea a la ciencia. Al final, como asegura el ingeniero, la ciencia no es algo ajeno, o raro, ni tampoco una cosa de frikis o de mentes privilegiadas: «Cualquiera se puede dedicar a estos temas si le gustan. Es importante que tiremos abajo todos esos mitos, porque, al final, que más niños se interesasen por la ciencia es algo que también nos ayudaría a mejorar como sociedad».
Los padres tienen un papel importante a la hora de acabar con esos mitos. Es más, como le consta al autor, sus libros acaban gustando tanto o más a los padres que a sus hijos. Lo ha visto claramente con su anterior título, Virus y vacunas, que salió al mercado la pasada primavera, en plena pandemia de la covid-19: «Me ha sorprendido el feedback que he tenido porque muchos padres me dicen que el libro les ha servido incluso a ellos. Al final los niños son una página en blanco: si les cuentas algo bien, lo aprenden enseguida; pero los adultos a veces llegan con una información no muy clara, por lo que un tema bien explicado también les aclara a ellos cosas básicas. Eso es lo bueno de estos libros, ¡que son una experiencia familiar!».
Divulgar ciencia para niños y niñas
Carlos Pazos no tiene hijos, pero ha dado en su colección Futuros Genios con un lenguaje y un estilo que atrapa a los pequeños lectores. En ello le ayuda, dice, el contacto con los hijos e hijas de sus amistades, porque al final, reconoce, necesita conocer a la infancia, empaparse de ella para entender mejor lo que buscan, lo que les gusta, lo que consigue atraer su atención.
De ese empaparse de infancia ha extraído una clave fundamental para divulgar la ciencia entre niños y niñas: la importancia de dosificar la información por niveles. «Al final yo me dirijo a niños y niñas de distintas edades y también de distintas capacidades. Si tú presentas la información por niveles (un nivel visual, otro de texto más sencillo, otro con lecciones más complejas, otro con detalles para más expertos, etc.) y jerarquizada, todos leen lo mismo, pero cada uno llega hasta donde puede hacerlo. Para mí eso es clave para establecer una arquitectura de la información accesible a todo el mundo», detalla.
«¿Y el sentido del humor?», le preguntamos, porque en sus libros ese recurso al humor también aparece dosificado, en pequeñas gotas. «Es fundamental. Puede que algunos no entiendan los chistes. No pasa nada. Pero para quienes los entienden y los aprecian esos chistes son un punto de anclaje emocional más con la lección».
Información jerarquizada en distintos niveles de lectura y sentido del humor para trasladar temas de gran complejidad como la física cuántica o la genética a un público infantil. Un reto mayúsculo en el que, reconoce, siempre se ve en la tesitura de saber cuánto puede simplificar el mensaje antes de corromperlo: «Elegir las palabras correctas, llegar a la mínima expresión de un mensaje para que sea lo más comprensible para ellos siempre me resulta difícil y siempre me tiene en una pelea interna por saber si estoy siendo fiel a la realidad o si me he pasado simplificando», concluye.