Etcétera

Shuarma

Fragmento

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NOTA DEL AUTOR

Siempre he pensado que el arte es un refugio. Una protección. Nos ayuda a crear una realidad paralela, un mundo nuevo o, mejor dicho, nuestro propio mundo, nuestra visión, un lugar donde nadie nos puede juzgar y donde nada está bien ni nada está mal. Por eso creo que todos tenemos esa capacidad y, en consecuencia, todos podemos ser aquello que llaman «creador» o «artista».

Está claro que hay unas técnicas que debemos conocer y controlar para poder realizar una disciplina artística con precisión, sobre todo si lo haces a nivel profesional y pretendes beneficiarte de ello, pero, que me perdonen los especialistas, al igual que pienso que la adolescencia es maravillosa por su osadía, impertinencia, descontrol, valentía y por la cantidad de errores que te permite acumular, también creo que la falta de dominio de una técnica artística te permite hacer cosas que nunca harías si supieras cuál iba a ser el resultado. El error es un maestro.

Admiro profundamente a aquellos que dominan un arte y llevan años de oficio trabajando en una dirección. Son muchos los artistas que como Goya, Picasso, Lorca, Buñuel, Cervantes, Joan Brossa, Joan Ponç o Antonio Vega han llenado mis horas de imaginación y sabiduría haciéndolas mucho más interesantes y sugerentes… Pero también me inspiran los primeros trazos de un niño, las primeras canciones de un grupo, incluso las confusas disertaciones de amigos en un considerable estado etílico fruto de la elevada libertad que el abuso del alcohol les proporciona. Sencillamente creo que son cosas distintas y cada una tiene su valor y su momento.

A decir verdad, aprecio más la experiencia de crear que la creación en sí misma. El resultado no me parece tan importante como lo que nos puede aportar a nivel personal el acto de convulsionar interiormente, la necesidad de expresarnos y hacernos entender, de dialogar con los demás, de hacer que nuestra voz sea escuchada por alguien, de sentir que formamos parte, que estamos vivos. Y aparte de todo eso, si puede ser, remover a los demás.

Lo que intento al escribir canciones, pintar cuadros, escupir textos, es sencillamente crear mi propio espacio en el que me siento a salvo y tranquilo.

Un mundo por el que pasear, en el que detenerme el tiempo que quiera y observar aquello que necesite y en el que todo esté creado a partir de mi propia medida, de mis propios límites y de mi propia humanidad. Es lo único que me conecta con el ahora.

Un lugar desde el que acercarme a mis miedos, mis dudas, mi sufrimiento, mi alegría, mi euforia, mi locura…, mi todo. Lo que yo necesite.

A través de ello aprendo sobre mí mismo y sobre mis verdades, me ayuda a ver quien soy, no quien quiero ser o quien creo ser. Me ayuda a aceptarme y, en consecuencia, a quererme más y mejor.

Los textos que componen este libro persiguen la voluntad de alejarte de la realidad, llevarte a otro lugar y sugerirte nuevas visiones, no las mías, sino las que te surjan a ti a través de mis propuestas.

Yo enciendo la mecha y tú explotas. Aunque a decir verdad eres tú quien enciende la mecha al decidirte a leer. Siempre comienzas tú.

No sigo ningún tipo de teoría. Si la creatividad tiene que ver con la libertad, me alejo de cualquier cuadrícula y abro las puertas del subconsciente para que sea mi niñez la que se exprese. Para que el sinsentido me ayude a encontrarle sentido a aquello que creamos que lo necesita. O simplemente para llenar tu cabeza de palabras, de imágenes, de opciones que amplíen el abanico de colores de tu paleta.

Algunas veces escribo sin pensar, sencillamente dejando que salgan las palabras en el orden que salgan. Incluso a la hora de escribir canciones me he dado cuenta de que muchas de ellas las he comprendido con los años. A veces estás tan cerca que no ves.

Soy de la impresión de que todo lo que sentimos y nos preocupa acaba apareciendo de una forma o de otra. Cuando elegimos una palabra en lugar de otra es por alguna razón, aunque no sepamos comprenderla. Muy inteligente es el azar.

Personalmente, cada vez creo más que formamos parte de un fluir de energía que se llama vida, que sigue su curso imparable (como la flor que se abre, las uñas que crecen o el terremoto que ruge) y que nosotros vivimos o somos a través de ella.

Las decisiones que creemos que tomamos en realidad no las tomamos nosotros y nuestra forma de ser no es fruto de nuestras decisiones. Solo somos.

Por eso cada vez intento fluir más y aceptar aquello que la vida me pone delante. Me gustaría oponer cada vez menos resistencia para poder utilizar esa energía, que suele ser mucha, para otras cosas más necesarias, como crear mi propio mundo.

Ojalá lo que viene a continuación os sugiera algo, y ojalá desbloquee algo y os ayude de alguna manera o en alguna medida a crear también vuestro propio universo.

En cualquier caso, este libro solo tiene el sentido que tiene este chiste:

En un manicomio había un hombre arrodillado y con la oreja pegada a la pared. Parecía muy enfadado, ofendido.

Apareció el director del centro y le preguntó:

—¿Manolo, qué escuchas?

Manolo le respondió muy exaltado:

—¡¡Venga, venga usted y escuche!!

El director se arrodilló, pegó la oreja a la pared, justo en el punto en el que la tenía Manolo. Al cabo de unos segundos se incorporó y, subiendo los hombros, dijo:

—Pero si no se escucha nada…

A lo que Pablo respondió indignadísimo:

—¿Lo ve? ¿Lo ve? ¡¡Pues así todo el día!!

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A todos mis yoes

A todos mis yoes:

Al niño miedoso.

Al adolescente insolente.

Al seductor poderoso.

A la estrella del rock.

A Manel.

A Shuarma.

Al padre enfadado.

Al marido cariñoso.

Al genio.

Al adulto responsable.

Al hombre mayor que seré.

Al caprichoso.

A Juan Manuel Álvarez Puig.

Al buscador insaciable.

Al joven que caminaba ramblas abajo para sentirse un poco Picasso.

Al chico que quiere que el mundo sea a su manera.

Al mago que convierte la realidad en su realidad.

Al adulto que tiene miedo de equivocarse.

Al joven que se equivoca sin miedo.

Al amigo de Damián.

Al veinteañero borracho.

Al lejano homosexual.

Al devorador de arte.

Al pintor de 1910.

Al ingenuo adolescente que ansió vivir una guerra.

Al insaciable.

Al que se quedaba todo un día en la cama.

Al simpático.

Al torpe.

Al estúpido.

Al generoso.

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