Poesía selecta

Darío Jaramillo Agudelo

Fragmento

Biografía imaginaria de Seymour

No sé si a ustedes les pasa que se cansan un poco de la rutina cargante de ser la misma persona todos los días.

Después de todo, ¿es tan terrible que a veces parezcamos la misma persona?

Hasta la gente que menos nos gusta, tiene una gracia que no les pertenece sino a aquellos a quienes amamos.

Por eso el hermano de Seymour dijo en una noche memorable que le gustaría incluso que todo el mundo fuera idéntico.

Dijo que así uno pensaría que todas las personas del mundo

son la mujer, el padre o la madre de uno, y la gente se pasaría el tiempo

arrojándose los unos en los brazos de los otros

donde quiera que fuesen y que sería muy lindo.

Claro que a mí me pasa que a veces veo en la calle gente

que me parece idéntica a la gente, pero creo que todo es parte de cierta manía suicida que ha caracterizado mi vida desde la adolescencia.

En otras ocasiones veo más intenso el color de las cosas, cuando flotan en el aire ciertos invisibles fantasmas

que vienen del fondo de una imaginación enferma;

es cuando estoy en ese lugar donde el deseo se agota en el segundo beso y todo está hechizado por una rara hermosura;

es cuando me encuentro en ese maravilloso infierno donde todo es nuevo y hasta el aire que respiras es parte de un silencio todavía más grande que la felicidad.

Tenme despierto hasta las cinco sólo porque todas tus estrellas han aparecido y no por ninguna otra razón.

Tenme despierto hasta cuando tu mirada se torne en el líquido azul, como lo sueño a veces.

Déjame en vela para que esté en el momento en que tu boca abandone la palabra por el beso.

Ah, esta felicidad es un trago fuerte.

Y fue así como el hermano de Seymour

relata cómo él subía saltando las escaleras y era en general espectacularmente bueno o espectacularmente malo

y me dijo en una oportunidad que todo lo que hacemos en la vida es ir de un pedazo de Tierra Santa a otro.

Viene un leve viento de alegría,

el color encendido de algo secreto y hermoso,

la suave brizna de la adolescencia que regresa un instante;

hay tres segundos que están transcurriendo hace siglos.

Esta noche me aterra decirte cualquier cosa que no sea trivial. Por ejemplo que si quieres ganar no hagas nunca trampa en el juego.

Hay tres segundos que están transcurriendo desde hace siglos, y Seymour dijo que no estaba seguro de haberse bajado jamás de la hermosa bicicleta de Joe Jackson

y otra vez, sin que hasta ahora nadie haya entendido, mostró deseos de ser un gato muerto.

Un dichoso silencio

una mirada tras el fuego único de la chimenea moribunda,

acaso el fragmento más olvidado de una canción, un sutil aire de ternura:

para los fieles,

los pacientes, los herméticamente puros, todas las cosas importantes de este mundo

llegan a realizarse hermosamente.

Quiero terminar con un final feliz, sin referirme al suicidio de Seymour, pues en su caso basta saltar la página:

la voz humana hace lo que puede por profanarlo todo en la tierra.

Por favor, sigue lo que te dice el corazón, para bien o para mal.

Hay tres segundos que están transcurriendo hace siglos

y sospecho que la gente conspira para hacerme feliz.

Biografía imaginaria de Blaise Cendrars

Siempre quisiste comenzar por el principio; un detenido vistazo al paisaje, un pensamiento dedicado al pasado,

cierta inconmovible sangre fría que sólo da la alucinación de algo que sabías terriblemente verdadero;

un ídolo infantil y colorido un poco feo y pintorescamente extraño;

un hangar para mi avión con huesos fósiles de mamuts,

un domingo por la mañana viste salir de las aguas un obispo con su mitra

tenía una cola de pescado y te asperjaba con señales de la cruz.

Ostentabas una muy personal forma de huir: el buitre de tu madre apenas te dejó entrañas con qué soportar la cargante presencia de ti.

Claro que a veces podías decir de un oscuro lejano origen del cual relatabas pequeñas hazañas de aldea.

En todo lo tuyo, aunque fuera una tierna palabra trabajosamente pronunciada, alentaba un profundo desprecio por ti mismo.

(¿Fue tarde cuando descubriste que no hay llaves del reino, que tal vez ni siquiera exista un reino?).

Y sin embargo y sin embargo me sentía triste como un niño; todos los demonios andan sueltos.

Desde antes se sabía que ibas a terminar mal: buscando a quién querer, tan sólo quien se dejase amar en silencio.

El horizonte queda demasiado lejos.

Había algo tan extraño en ti, como la palabra “muerte” cuando la pronuncia un niño.

Pero también puedo adivinar en ti el rescoldo de una exigua fe que te mantenía vivo y huyendo:

Tengo amigos que me rodean como parapetos; cuando parto tienen miedo de que no regrese nunca.

(Cosa sorprendente, todos los de mi generación también son muchachos que han sufrido peripecias extrañas).

Buscabas un país lejano,

un lugar tan remoto como tú mismo;

se trataba en el fondo de anular el pasado, de exprimirlo de culpa.

Nunca supiste que todo llega un día a la hora exacta del meridiano de tu alma.

Siempre supiste que habías pagado un gran precio por tu jugosa miseria. He perdido todas mis apuestas.

He sido un libertino y me permití todas las intimidades con el mundo.

Poseías el único secreto que te era dado poseer; estabas vivo y nunca serías feliz.

Esta noche un gran amor me atormenta.

El incendio ardía sobre todos los rostros y en todos los corazones.

Algunas pocas veces en tu vida —cuando un eclipse, durante un largo y pesado verano,

más tarde cuando el muñón de tu alma era más terrible que el de tu brazo, en otra ocasión cuando alguien a quien amabas estaba lejos—

sentiste una gran lástima por ti, una hermosa compasión que fue la inspiradora de tus peores versos.

Y el cascabel de la locura que tirita como un último deseo en el aire lívido.

Gustaba

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