Antología poética

Miguel Hernández

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Miguel Hernández, un poeta antológico

Miguel Hernández nació en Orihuela, provincia de Alicante, el 30 de octubre de 1910, en una familia de extracción humilde. Entre los cuatro y los catorce años fue escolarizado de manera intermitente en tres colegios católicos, donde llegó a ser un alumno aventajado. Su padre, que era tratante de ganado, lo sacó de la escuela para encargarle el cuidado del rebaño familiar. El adolescente es un ávido lector y empieza a escribir poemas. Su primera composición, «Pastoril», se publica en 1930 en un semanario local. Por estas fechas conoce a José Marín, alias Ramón Sijé, un precoz intelectual tres años más joven que él, cuyo neocatolicismo militante dejará huella en la obra de Miguel Hernández durante al menos un lustro.[1] Entre las lecturas que ejercen ascendiente sobre el escritor en esta etapa de formación, Sijé destacará las de Gabriel Miró y Rubén Darío, poetas españoles como Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén, franceses de las escuelas parnasiana y simbolista, y obras teñidas de «sentimiento clásico» y de «regionalismo» o «localismo».[2]

Hernández adquiere cierto renombre en la región y busca la manera de salir de Orihuela para ampliar sus horizontes de escritor. En 1931, a los pocos meses de proclamarse la Segunda República, se desplaza a Madrid por primera vez. Es entrevistado para El Robinsón literario de España, revista que pondrá al alcance del público la imagen de pastor poeta que el propio Hernández cultiva: «Gobierno de intelectuales: ¿no tenéis algún intelectual que esté como una cabra para que lo pastoree este muchacho? ¿Quién ayuda a este pastor poeta?». Perito en lunas, una trabada colección de cuarenta y dos octavas reales, aparece en Murcia en 1933. Un crítico tacha este primer poemario de «curso estudioso de lección gongorina, bien aprendida, pero lección, al fin, que no puede ser confundida con la espontánea destreza».[3] La edición pasará sin pena ni gloria. Durante los dos años siguientes el poeta publica varias composiciones de impronta religiosa en El Gallo Crisis, la revista oriolana de tendencias fascistoides que dirige Sijé.[4] También comienza El silbo vulnerado, una serie de poemas que irá modificando, puliendo y ampliando hasta 1936. La perceptible diversidad formal, simbólica, temática y tonal que marca los distintos estadios de este ciclo acredita la notable capacidad de desarrollo que posee Hernández como lector y como escritor.

El poeta vuelve a trasladarse a Madrid en marzo de 1934, a los pocos meses de empezar el bienio conservador de la República. José Bergamín se interesa por su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, de modo que lo edita en Cruz y Raya, la revista de orientación católica progresista que él mismo dirige.[5] Esta publicación facilita a Hernández el acceso a los círculos artísticos e intelectuales de la capital. Conoce a escritores de la generación del 27 y a miembros de la Escuela de Vallecas como el pintor Benjamín Palencia y el escultor Alberto Sánchez. También traba una estrecha amistad con Vicente Aleixandre, Raúl González Tuñón, Pablo Neruda, Maruja Mallo y María Zambrano. Gracias a su relación con la filósofa, es invitado en 1935 a participar en las «Misiones Pedagógicas». Continúa su producción dramática con Los hijos de la piedra, obra de tenor social que se hace eco de la Revolución de octubre de 1934. Inicia su colaboración en la enciclopedia Los toros, de José María de Cossío, y en la revista Caballo verde para la poesía, que dirigirá Neruda con el propósito de abanderar una «poesía impura». La veloz mutación estilística que van experimentando los poemas de Hernández resulta patente en la percusiva plasticidad, de temática campestre y carnal, que impulsa los sonetos de Imagen de tu huella (título que sustituye a El silbo vulnerado). Esta mutación culmina a principios de 1936, cuando sale de la imprenta El rayo que no cesa. El nuevo poemario tiene una amplia repercusión crítica. Incluso Juan Ramón Jiménez lo elogiará con vehemencia: «Todos los amigos de la poesía pura deben buscar y leer estos poemas vivos. Tienen su empaque quevedesco, es verdad, su herencia castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo escepcional [sic] poético, y ¡quién pudiera exaltarlo con tanta claridad todos los días!». El libro también lo reciben con entusiasmo intelectuales eminentes como Gregorio Marañón y José Ortega y Gasset.

Con el estallido de la Guerra Civil, Hernández se incorpora como voluntario al Quinto Regimiento de Milicias Populares. Participa en la defensa de Madrid y ejerce de comisario político. «Era un poeta combatiente», declarará Santiago Álvarez, otro comisario del regimiento: «Porque él no era como Rafael Alberti o como los otros que iban al frente, estaban en un acto y volvían a Madrid. Él estuvo allí todo el tiempo, igual que cualquier otro combatiente».[6] En 1937, contrae matrimonio con Josefina Manresa en Orihuela, se traslada a Valencia para intervenir en el Segundo Congreso de Escritores Antifascistas y visita la Unión Soviética como representante del gobierno de la República. También publica Teatro en la guerra, un volumen de cinco obras dramáticas, en cuya nota previa adopta una retórica de manifiesto: «Todo teatro, toda poesía, todo arte han de ser, hoy más que nunca, un arma de guerra [...]. Con mi poesía y con mi teatro, las dos armas que más me corresponden y que más uso, trato de aclarar la cabeza y el corazón de mi pueblo».[7] Desde septiembre está ya disponible Viento del Pueblo, un libro de poemas militantes. En la dedicatoria, dirigida a Vicente Aleixandre, el escritor toma una perspectiva más universal: «A nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres [...]. Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo». Nace su primer hijo, que fallecerá en octubre de 1938, sin haber cumplido un año. Con la caída de los frentes republicanos en enero de 1939 se frustra la aparición de El hombre acecha, su nuevo poemario. Hernández se lo dedica a Neruda, a quien interpela conjugando notas fúnebres y esperanzadas con conceptos centrales en su obra como «tierra» y «pueblo»: «Una cuna familiar [...] se desfonda poco a poco, hasta entreverse dentro de ella, además de un niño de sufrimiento, el fondo de la tierra [...]. Pero mira el pueblo que sonríe con una florida tristeza, augurando el porvenir de la alegre sustancia». El libro no verá la luz hasta después de la dictadura franquista.

A principios de marzo, Hernández se siente amenazado en Madrid por el golpe del general Segismundo Casado contra el gobierno de la República y por la inminente llegada de las tropas nacionales a la capital. Decide reunirse con su familia en Cox, cerca de Orihuela. Viéndose otra vez en peligro, vuelve a huir y logra cruzar la frontera por Huelva, pero es prendido por las autorid

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