Aprendiz de profe

Carmen Fernández Valls

Fragmento

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Créditos

Para todos los profes que llenan sus clases de magia

Esta novela resultó ganadora del Premio Boolino de Narrativa Infantil

por decisión del jurado conformado por Gemma Lienas, Isaber Martí,

Susana Otín y Verónica Fajardo.

1.ª edición: noviembre 2017

© Carmen Fernández Valls, 2017

© de las ilustraciones: Juan M. Moreno, 2017

Ilustrador representado por IMC Agencia Literaria

© 2017, Sipan Barcelona Network S.L.

Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona

Sipan Barcelona Network S.L. es una empresa

del grupo Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-900-3

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Después del verano, volvieron a reunirse en el patio de la escuela.

Alicia había hecho una excursión por Italia con sus padres. Bárbara había ido a Irlanda para estudiar inglés. Leo, su hermano pequeño, se había quedado en casa de sus abuelos maternos en Santander. Max había sido el único que había pasado todo el verano en Villanieve, así que era el que más ganas tenía de que llegara septiembre para empezar un nuevo curso y volver a encontrarse con sus compañeros.

—¿Cómo creéis que será la nueva maestra? —preguntó Bárbara.

—Pues cómo va a ser. Como todas —respondió su hermano Leo—. Una pesada que se pintará las uñas en clase y que cuando llegue noviembre se irá a pasar un fin de semana a su ciudad y ya no volverá, porque las carreras estarán cortadas por la nieve.

El municipio de Villanieve estaba tan aislado del resto del mundo que, para llegar allí, había que tomar un tren que solo pasaba una vez por semana. Luego era necesario cubrir un pequeño tramo en todoterreno, ya que no había carreteras asfaltadas que subieran al pueblo.

Por esta razón ningún maestro quería quedarse en Villanieve. Siempre se les ofrecía la casa del docente, pegada a la escuela y dotada con todas las comodidades, pero en cuanto tenían ocasión, todos hacían lo mismo: aprovechaban cualquier excusa para irse y luego aducían que no podían volver porque la nieve había aislado el pueblo. Y es que, de noviembre a marzo, las nevadas cerraban todos los accesos posibles a Villanieve y los niños se quedaban sin clase durante esos meses.

El conserje, que era también el alcalde y el panadero, ya que Villanieve era un pueblo tan pequeño que algunos de sus habitantes ejercían varias profesiones, abrió la puerta.

—Buenos días, chicos, pasad al aula. El inspector Cervera llegará enseguida.

Aunque de diferentes edades, los niños de Villanieve asistían todos a la misma clase. Antiguamente, cuando sus padres eran pequeños, era distinto; cada cual estudiaba en el nivel que le correspondía, pero ahora, con solo cuatro niños en el pueblo, había un único curso.

Se sentaron en los mismos pupitres que habían ocupado el año anterior.

—Chicos, diez segundos —avisó Leo tras consultar el reloj.

El inspector entraría justo a las ocho y media y debía encontrarlos sentados con la espalda recta, las piernas bajo el pupitre y mirando hacia la pizarra.

—Cinco segundos.

Cuatro, tres, dos, uno... La puerta del aula se abrió.

El primero en entrar fue el inspector de Educación, Arturo Cervera, con traje negro y corbata negra. A pesar de su expresión seria, su carácter antipático y sus interminables y soporíferos discursos, el inspector Cervera era apreciado en Villanieve por el interés que ponía en la escuela. Su reto era lograr que sus alumnos tuvieran clase un curso académico completo, a ser posible con el mismo maestro.

Le seguía una mujer de edad indefinida, pues podía tener entre veinte y sesenta años. Iba bien vestida, pero llevaba la ropa ajada y algo en la combinación de colores resultaba molesto a la vista. No obstante, lo que más llamaba la atención era su peinado, si es que podía llamarse así a la maraña de pelos, gomas y horquillas que le cubrían la cabeza.

—Buenos días.

—Buenos días —repitieron los niños a coro.

—Os presento a vuestra nueva maestra, la señorita Ginebra García de Sastres.

Luego les soltó el típico discurso de principio de curso y se despidió de ellos con el deseo de que ese año las cosas fueran mejor.

—Me llamo Ginebra y seré vuestra maestra durante todo este curso...

«Sí, ya, seguro», pensaron todos.

—Bien, ahora redactaréis una descripción de vosotros mismos. Podéis contarme lo que queráis. Sacad un folio y me lo entregáis al final de la clase.

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