El asedio a la modernidad

Juan José Sebreli

Fragmento

Introducción

Este ensayo se propone la crítica de ciertas ideas predominantes en amplios sectores de la intelectualidad desde los fines de la década del 50 —aunque sus antecedentes vienen de más lejos—, que alcanzaron su apogeo en los años 60 y 70, y que todavía no han perdido vigencia. Al reunir la diversidad de las corrientes de pensamiento —existencialismo heideggeriano, nietzscheanismo, estructuralismo, antropología culturalista, funcionalismo sincrónico, psicoanálisis jungiano y lacaniano, orientalismo, posestructuralismo, deconstructivismo, posmodernidad— soy consciente de caer en lo que los preceptistas llaman enumeración caótica, o en el procedimiento de la amalgama que consiste en confundir a todos los adversarios en uno solo para combatirlo con más facilidad. Intentaré mostrar cómo, más allá de los matices y aun diferencias y oposiciones, hay rasgos en común; será necesario distinguir, dialécticamente, lo diferente en lo similar, y lo similar en lo diferente.

El “espíritu del tiempo” intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos: el racionalismo, la creencia en la ciencia y la técnica, la idea de progreso y modernidad. A la concepción objetiva de los valores se opuso el relativismo; al universalismo, los particularismos culturales. Los términos esenciales del humanismo clásico —sujeto, hombre, humanidad, persona, conciencia, libertad—, se consideraron obsoletos. La historia perdió el lugar de privilegio que tuvo en épocas anteriores, y fue sustituida, como ciencia piloto, por la antropología y la lingüística, y sobre todo por una antropología basada en la lingüística. Al mismo tiempo surgieron ciencias nuevas, la semiótica, la semiología, o seudociencias como la “gramatología”, las cuales no se ocupan de ningún contenido, y se reducen tan sólo al “discurso” que es, según parece, de lo único que se puede hablar.

Cada época elige otra en el pasado para hacer de ella una fuente de modelos. El historiador George Duby se lamenta que en su juventud esa referencia fundamental era el siglo XVIII, el siglo de las Luces, de la Razón, en tanto que ahora éste ha sido desplazado por el resurgimiento del siglo XIX, donde se encuentra desde el romanticismo exuberante hasta las raíces de la irracionalidad.

No es una mera erudición de monografía académica lo que me lleva a rastrear minuciosamente la historia de las ideas remontándome hasta el siglo XVII y en algunos casos más atrás, incluso hasta la Antigüedad clásica; con ello me propongo mostrar que lo que se presenta hoy como post sólo es un pre. Jurgen Habermas, en los párrafos elegidos como epígrafe, sostiene que los posmodernos no hacen sino renovar los viejos ataques del prerromanticismo y del romanticismo del siglo XIX a la Ilustración y al Iluminismo.

Es curioso que esta corriente de pensamiento tenga su centro de difusión en París y sus principales representantes se consideren pensadores de avanzada, de izquierda, rebeldes y hasta revolucionarios, pero su fuente de inspiración es la vieja filosofía alemana de la derecha no tradicional. También Habermas observó la paradoja de que, cuando, por primera vez y como consecuencia de la derrota del nazismo, el pensamiento alemán abandonó sus tendencias antioccidentales y aceptó abiertamente el racionalismo y la modernidad, le llegó desde París, presentado como la última novedad, el retorno de las ideas autóctonas de las que trataba de alejarse. Los alemanes debían ahora volver a leer a Nietzsche y a Heidegger, traducidos del francés.

De otros autores alemanes en cambio no se habla ahora, pero la deuda no es por eso menor, tal el caso de Spengler, que predijo cincuenta años antes que los posmodernos la decadencia de Occidente. Fue también el primero en disgregar la unidad y la universalidad de la historia en círculos cerrados e incomunicables, como luego harían los estructuralistas y los culturalistas.

¿A qué se debe esta extraña trasmutación del pensamiento reaccionario en revolucionario, de la derecha en izquierda, de lo represivo en supuestamente liberador? Para explicarnos este fenómeno de la filosofía contemporánea es preciso remitimos a la coyuntura política de donde surgió. No es un puro azar que uno de los hombres claves de esta manera de pensar, Claude Lévi-Strauss, después de una larga carrera académica más bien oscura, haya conocido sus primeros éxitos masivos entre 1956 y 1958, años del comienzo del derrumbe del mito stalinista, tras el informe Krushchev en el XX Congreso, y el principio de la disolución del bloque llamado “socialista” con las rebeliones polab y húngara.

A los orgullosos intelectuales franceses —y también de otros lugares— que durante largos años y en contra de toda evidencia, habían confundido a Stalin con Marx, y al sentido de la historia con el destino del stalinismo, en lugar de responsabilizarse por el error cometido, les resultó menos hiriente para su narcisismo, considerar que no eran ellos, sino la historia misma la que se había equivocado, o mejor aún que no había sentido alguno en la historia, o, al fin, que no había historia para nada. Su escepticismo y su nihilismo estaban en proporción directa a su extasiada devoción de ayer. En esa particular circunstancia estaba a mano una doctrina que cuestionaba precisamente el concepto mismo de historia; el estructuralismo le venía ya bien predispuesto, como esperando su demanda.

Por otra parte, y al mismo tiempo que se iba disolviendo el mito del stalinismo surgían otros mitos políticos sustitutivos como el tercermundismo, el maoísmo y el guevarismo. Por ese lado el terreno estaba también preparado para el recibimiento triunfal de la antropología estructuralista con su exaltación del “pensamiento salvaje”, su idealización de los pueblos primitivos, su rechazo de la universalidad, la unidad y continuidad de la historia. El relativismo cultural, la primacía de lo particular sobre lo universal, daban razones filosóficas a los nacionalismos, los fundamentalismos, los populismos, los primitivismos, las distintas formas de antioccidentalismo, el orientalismo, la negritud, el indianismo. Hay pues una sutil, secreta coherencia en esa mezcla rara de filosofías académicas sumamente esotéricas e iniciáticas con movimientos revolucionarios que pretendían expresar a masas analfabetas y primitivas, aunque, en realidad, sus portavoces eran los profesores y alumnos de aquellas mismas universidades de elite.

Ya hacia fines de la década del 70 esta corriente de pensamiento comenzó a mostrar sus debilidades, el sólido edificio político en que se apoyaba empezó a agrietarse. El paso del tiempo mostró lo ilusorio de las expectativas suscitadas por los movimientos tercermundistas, incluidos los guerrilleros. Después de su “Revolución Cultural” —clímax del irracionalismo del siglo— China hizo un espectacular vuelco hacia Occidente. La integración económica a nivel mundial, el apogeo del reformismo socialdemócrata, y el desmoronamiento final de los capitalismos burocráticos de Estado llamados “socialismos” son otros tantos procesos que deja

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos