Juan Domingo

José García Hamilton

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

Buenos Aires, domingo 13 de enero de 1974

Se corría el Gran Premio de Fórmula 1 de la República Argentina y Juan Domingo estaba siguiendo el acontecimiento por los medios, desde la residencia presidencial de Olivos, con enorme interés. Un piloto argentino, Carlos Alberto Reutemann, que prometía mucho, tomó la punta de entrada y se mantenía en la delantera, entusiasmando al público local.

Perón siempre fue un apasionado del deporte, y en su carrera política —siguiendo el modelo de Mussolini— le había servido para lograr que su apoyo a estas actividades compensara la falta de libertades de la gente. Incluso actividades aristocráticas como el polo (Juan y Roberto Cavanagh) y el golf (Roberto De Vicenzo) fueron fomentadas. Impulsó también el automovilismo (Juan Manuel Fangio), el boxeo (José María Gatica y Pascual Pérez), el tenis (Mary Terán de Weiss), el billar (Ezequiel Navarra), el básquet, el tiro (Enrique Díaz Sáenz Valiente), la esgrima, el ciclismo, el atletismo (Delfo Cabrera), el ajedrez (Oscar Panno), el remo (Alberto Guerrero) y la natación (Pedro Galvao).

El fútbol no era el juego preferido de Juan Domingo, pero en virtud de su importancia masiva no sólo había colaborado con la actividad sino también con la construcción de estadios como los de Racing y Vélez Sarsfield, impulsados por Ramón Cereijo y José Amalfitani.

El aparato propagandístico oficial difundía con profusión el lema “Perón apoya el deporte” y la revista Mundo Deportivo, parte de ese mecanismo de promoción, le había otorgado en 1953 el título de “El primer deportista de la Argentina”. La publicación mostraba en la portada al entonces presidente piloteando una motocicleta y luego practicando, actuando como juez, asistiendo como espectador o recordando acontecimientos propios del deporte. El diario Democracia, acaso para no ser menos, ese mismo año aseguraba con muy poca humildad que “la antigua Grecia habría incluido a Perón entre los seres dotados de virtudes extrahumanas”, en tanto que ciertos opositores o periodistas especializados afirmaban por lo bajo que su política de premiar con entregas de órdenes de automóviles o de dólares a los jugadores exitosos había generado corrupción, discriminación y obsecuencia en la actividad deportiva.

—Vamos al Autódromo —le dijo Juan Domingo a Isabel y a José López Rega.

El secretario ordenó que se prepararan dos helicópteros y a los pocos minutos partieron con ese rumbo, acompañados por el doctor José Flores Tascón, médico español de visita en Buenos Aires. En el segundo helicóptero viajaba personal de la custodia, el secretario de Prensa Jorge Conti (yerno de Raúl Lastiri) y el joven médico Carlos Seara.

Mientras sobrevolaban la ciudad siguiendo en parte la avenida General Paz, Juan Domingo recordó que en aquel año de 1953 había presidido el famoso partido de fútbol que la Argentina jugó en la cancha de River Plate con Inglaterra, conmoviendo al país. Al llegar en auto al estadio Monumental ya se deleitaba con el aroma de la “pizza de cancha” (sin queso mozzarella) y del choripán. Cuando aparecieron los jugadores en el campo de juego los saludó uno por uno; instalado en el palco oficial, tuvo el mismo disgusto que los miles de espectadores con el primer gol de Gran Bretaña. Pero muy poco después Ernesto Grillo, el gran jugador de Independiente, alegró a la afición al empatar con un tiro desde un ángulo muy difícil, y con otros dos goles (también de Grillo el tercero) el país obtuvo una de sus grandes victorias deportivas, cuyos autores dedicaron al Presidente, como era de rigor. La euforia deportiva servía también para ayudar a ocultar la existencia de muchos presos políticos sobre los cuales los diarios no podían informar, como era el caso del socialista Alfredo Palacios, detenido en la comisaría de Palermo, por cuya puerta pasaron cientos de hinchas plenos de fervor e indiferentes a estas restricciones a las libertades personales.

Al ver desde arriba el contorno del Autódromo Juan Domingo recordó que las primeras carreras de autos se disputaban en Retiro y luego en Palermo. Después de la famosa prueba Buenos Aires-Caracas, en 1948, los pilotos le pidieron la construcción en la ciudad de un circuito cerrado con pistas de buen asfalto y diseño competitivo, tribunas y boxes, y fue así como impulsó su realización en el bañado de Flores, sobre la avenida General Paz, tras rellenar el antiguo cauce del Riachuelo. Lo bautizaron “17 de Octubre” y el ganador de las primeras pruebas de Turismo de Carretera resultó Oscar Alfredo Gálvez.

Uno de los pocos corredores que nunca había aceptado pintar su coche con la leyenda “Perón cumple, Evita dignifica” era Eusebio Marcilla, piloto de Chevrolet a quien llamaban “el caballero del camino”, entre otras razones porque en la prueba a Venezuela había colaborado con gran generosidad en el accidente sufrido por Juan Manuel Fangio, donde murió su copiloto. En su parabrisas sólo difundía la ciudad de Junín o promovía publicidad comercial, pero ninguna política, lo que le impedía ser mencionado por los medios oficialistas.

El helicóptero aterrizó detrás del palco oficial y Juan Domingo sintió los rugidos de los motores, el olor a combustible, aceites y neumáticos quemados. Percibió la emoción de los espectadores, expresada en vítores y saludos a los pilotos, particularmente al argentino. Cuando ingresó con su comitiva al recinto, el público, reconociéndolo, estalló en una ovación, pareció entrar en una especie de delirio, conmocionado, mientras vivaba: “¡Perón, Perón!”.

El Presidente saludó con los brazos en alto, se acomodó para ver el final de la competencia y disfrutar y aprovechar un éxito deportivo que, como tantas veces en el pasado, lo beneficiaría. Sin embargo, cuando restaba una vuelta, advirtió que Reutemann no había pasado frente al palco. Desconcertado, buscó respuestas y le avisaron que el piloto se había quedado sin combustible en el último giro, y por lo tanto el triunfador era Denis Hulme, que venía segundo.

Reutemann llegó al palco a los pocos minutos. El mandatario lo abrazó y le regaló una lapicera de oro, pero regresó a la Residencia de Olivos con una sensación de decepción y desencanto: “¿Estaré ya viejo para estos trotes?”.

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