Sabato, el hombre

Julia Constenla

Fragmento

Prologo

Prólogo

C reo que escribir la biografía de Ernesto Sabato es una de las tareas más arduas que se puedan concebir. La elección de Julia Constenla de Giussani como autora de este trabajo ha sido una decisión editorial muy acertada; su conocimiento del escritor es tan vasto que ninguna otra persona podría habernos retratado con semejante fuerza la personalidad de un hombre cuya alma resulta inasible. Chiquita, como la llamamos sus amigos, ha estado en contacto con Ernesto y Matilde durante más de cincuenta años y, aunque yo mismo los trato desde hace mucho tiempo, nuestra relación ha sido mucho más esporádica que la de la autora de este libro.

Sabato es, en mi opinión, el escritor más apasionadamente humano que tenemos los argentinos. Yo lo prefiero a otros por su hondura metafísica, por la profundidad con que nos deslumbra especialmente en Sobre héroes y tumbas. Sin embargo, no es fácil hablar de Sabato y, mucho menos, hablar con él. Algo puede inhibir el diálogo, siendo —como sin duda lo es— un hombre sumamente complejo, cuyo pensamiento tiene, hasta nuestros días, una vigencia excepcional. Gravitantes para la juventud, sus ideas están vivas, presentes entre nosotros, generando en forma permanente debates, cuestionamientos y aprobaciones.

Hay cantidad de aciertos en esta biografía. Por ejemplo, la cuidadosa descripción de la casa de Santos Lugares, que es reveladora incluso para quienes hemos estado no pocas veces allí. Es sin duda admirable poder fotografiar con palabras un lugar, un entorno con la fidelidad con que lo ha hecho Chiquita Constenla; la descripción de aquel jardín sombrío y enigmático, que parece por momentos una enmarañada selva, nos introduce en el mundo en el que Ernesto ha pasado la mayor parte de su vida.

También aparece en estas páginas Matilde, su eterna compañera, una mujer realmente excepcional para todos los que la hemos conocido. Ella ha jugado un papel decisivo en la vida de Ernesto, no sólo desde el punto de vista afectivo, sino también literario. Gracias a ella se salvaron de la manía pirotécnica de Sabato los libros que conocemos; otros, como La fuente muda, no podremos leerlos nunca porque los consumió el fuego. Junto a ella están los hijos y los nietos, la familia completa, lo cual enriquece la figura del escritor mostrándolo más accesible, diría “más humano” de lo que a veces se vislumbra en sus escritos y en sus cada vez más raras apariciones públicas.

Pero Chiquita no sólo nos ofrece un recorrido por el hoy de Sabato. Va mucho más allá y nos cuenta toda la historia, remontándose hasta sus ancestros. El capítulo sobre Calabria es, en este sentido, un verdadero gozo; allí aparecen los antepasados del escritor —su padre, su madre, sus abuelos— y sus legendarias raíces albanesas. Personalmente, creo que hay bastante de literatura en la insistencia de Ernesto en ello, pero la conjetura, a decir verdad, lo hace tan feliz que es justo aceptarla sin pedir mayores precisiones. El mundo calabrés es sin duda fascinante; lo conozco bastante bien y lo recorrí con deleite más de una vez. Sé de los encantos de Paola, especialmente de la zona montañosa donde se afincaron los albaneses y entiendo el deseo de identificarse con una región tan bella y una historia tan cautivante.

El libro también da cuenta de los orígenes de la familia de Matilde, que hasta su encuentro con Ernesto vivió en un ambiente judío ortodoxo. Los misterios y la mano de Dios la llevaron a solicitar el bautismo en 1973, sin traicionar ni renegar de su estirpe. Pero todo esto está narrado en estas páginas de manera tan apasionante que no vale la pena que yo abunde en detalles.

Tampoco insistiré en ponderar el cuidado y preciso relato del momento —tan singular en la vida de Sabato— en el que pasa de ser un notable científico, valorado por personalidades como Bernardo Houssay, a recorrer el difícil camino del escritor. Aunque esta historia yo —como tantos otros— se la he oído contar al mismo protagonista, debo decir que aquí los hechos adquieren una definición tal que permiten entender mucho más y mejor las razones de aquel hombre que un buen día dejó todo y se fue a vivir a Córdoba, en el aislamiento y la soledad, con su mujer y su pequeño hijo.

Cabe destacar otro aspecto de este libro. Así como en algunas páginas encontré una más cuidada versión de noticias, datos, situaciones que ya eran conocidas por mí, también tuve sorpresas, maravillosos hallazgos, inesperadas novedades. Descubrí, por ejemplo, la relación de la familia Sabato con don Federico Valle, cuya fascinante personalidad —tan en la línea anárquica del propio Ernesto— es parte esencial en las vidas que aquí se cuentan.

Hay que agradecerle a la autora no haber caído en la tentación de hacer un análisis literario de la obra de Sabato, complicada tarea que ocupa horas de trabajo a críticos y académicos, consagrados a estudiar la producción de un escritor traducido a casi todos los idiomas posibles y hasta a alguno imposible. Chiquita Constenla nos ofrece, a mi modo de ver, algo más atractivo y enriquecedor que un juicio literario; presenta sus novelas y ensayos hablándonos del momento histórico y vital en que fueron escritos. En esto consiste lo que me atrevo a llamar “la maravilla” del libro que hay en nuestras manos. Cuando terminamos de leerlo, tenemos una dimensión más acabada y distinta del escritor: conocemos a Sabato, el hombre.

Más de una vez me pregunté, mientras Chiquita trabajaba en esta biografía, cómo iba a afrontar un reto tan difícil. Hoy debo decir que lo ha hecho con rigor, cordialidad y cierta austera elegancia. Las vidas que se cuentan en este trabajo, fundamentalmente las de Matilde y Ernesto, tienen momentos oscuros, pero la autora no ha dejado caer sobre ellas una luz impiadosa. Me ha impresionado, sin ir más lejos, la rara valentía con que Constenla presenta las conocidas infidelidades conyugales de Sabato: lo hace de un modo claro y resumido, sin escamotearlas y sin molestar a nadie.

Quien escribe este prólogo es un obispo, un sacerdote que no dejó de asombrarse cuando se le encomendó la tarea de presentar una biografía de Sabato. Por eso quisiera referirme aquí al itinerario espiritual de este hombre, al que me une una amistad de más de cincuenta años. Me parece insoslayable dar mi opinión personal al respecto, aunque me temo que a él pueda no gustarle.

Nunca he creído en el anarquismo de Ernesto. Pienso que es un hombre mucho más cristiano y próximo a la religión de lo que él mismo sabe y cree. De ello estoy seguro y su cristianismo aparece con toda claridad, no cuando teoriza sobre el tema, sino cuando se refiere a la vida y la muerte. Esto se pone particularmente de manifiesto en sus consejos a los jóvenes, donde jamás asoma una expresión de incredulidad o ateísmo, ni siquiera de agnosticismo.

Sabato es un hombre atormentado y lúcido, que sabe muy bien dónde está parado y que tiene un conocimiento muy claro del valor del Cristo que nos redimió y nos salvó con su muerte. Otra cosa es su relación con la Iglesia; nadie puede sospecharlo de ortodoxia ni de

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