1968. Quisimos ser

Eliseo Alvarez

Fragmento

Prólogo

Ésta es la historia de la producción de un video documental sobre una escuela pública del Gran Buenos Aires, de cómo el proyecto se salió de los carriles previstos, se me fue de las manos y tomó vida propia. Es una crónica que abarca desde el comienzo de la investigación hasta el inicio de la edición del material filmado. Se transformó en una búsqueda en mi pasado, y en el de quienes participaron, que llegó a niveles insospechados. Recordó momentos sepultados por décadas, que salieron a la superficie acompañados por dolores y alegrías del ayer. Durante los dos años que se extendió la tarea me pregunté en incontables oportunidades por qué me había obsesionado por algo que no me preocupó durante cuarenta años. Nunca hallé una respuesta, pero seguí involucrado en este trabajo, al que le dediqué muchas horas de mi vida. Hoy estoy aquí en la madrugada del martes 25 de mayo de 2010, atado a mi laptop, sin encontrar las palabras adecuadas para comenzar el relato.

Todo comenzó con sendos sueños que tuvimos con un amigo y compañero de colegio en la década de los sesenta. La protagonista fue una niña de doce años que había cursado con nosotros la primaria y que nunca volvimos a ver desde aquellos días. Lo que ocurrió después de soñar con ella fue una experiencia que nos llevó a lugares del alma nunca imaginados.

Este libro fue una oportunidad para crear un friso sobre los últimos cuarenta años de la Argentina, pero no a partir de los titulares periodísticos sino desde los que hacen el país día a día: la mayoría silenciosa, la que trabaja, se esfuerza, tiene hijos, recibe golpe tras golpe y asume sus fracasos y éxitos.

Lo que leerán es el fruto de largas entrevistas —primero con un grabador y luego con una cámara— que realicé a quienes compartieron conmigo las aulas en la Escuela Número Once de Villa Ballester. Los testimonios, una vez llevados al papel, se transformaron en casi mil páginas tamaño oficio donde se relatan experiencias de vida, amor, traición, odio, frustración, alegría, nostalgia, esperanza, dolor, celos, fidelidades, infidelidades. Sentimientos que son comunes a todos los seres humanos y nos hacen frágiles en algunos momentos y en otros nos fortalecen.

Desde algún oculto recoveco el sonido de un grillo invade el ambiente de mi escritorio de este piso 14, donde no es habitual que estos bichitos se expresen. El monótono cri-cri me hizo recordar una sinfonía cotidiana en mi niñez y adolescencia, interpretada además por ranas, ladridos y maullidos producto de alguna disputa amorosa. Era la música que me acompañaba por las noches en la habitación de mi casa de Villa Ballester, y que sólo se suspendía cuando la lluvia aturdía los oídos al chocar contra el techo de chapas de zinc. Aquella pieza, que había sido una cocina en el pasado, tenía una cortina en lugar de puerta, que nunca se había podido comprar por las justezas económicas. El piso era de flexiplast (imitación de baldosas, pero de plástico) del grosor de una hoja de papel, que me transmitía el frío del planeta si en invierno se me ocurría andar descalzo.

Volví al siglo XXI cuando el grillo decidió enfundar su instrumento y dejarme a merced del silencio nocturno, interrumpido por los ruidos de algunos motores, de inidentificables sirenas o del golpeteo de las hojas de los ventanales azotados por las ráfagas de viento que prenunciaban una tormenta. La sinfonía fue sólo un dulce recuerdo que me conectó con la nostalgia que suele paralizar el presente e impedir avanzar hacia el futuro. Cada paso que di para construir estas páginas fue una pelea contra la comodidad de tamizar los recuerdos y dejar a la vista apenas los buenos momentos, porque nunca creí en la frase “Todo tiempo pasado fue mejor”.

Tratar de entender mi vida actual fue el catalizador de esta búsqueda, de la que también participaron mis compañeros, quienes aportaron sus recuerdos y puntos de vista. La mirada del otro sirvió para ratificar que no somos ni peores ni mejores, calificativos extremos que tienen que ver con la idiosincrasia argentina y que transforman el equilibrio en una rareza nacional.

Mil novecientos sesenta y ocho fue el año final de la infancia. Lo que seguía era el misterio sobre el destino de esos pibes, habitantes de un laborioso barrio del Conurbano. Sobraban ilusiones y esperanzas pero todos, en mayor o menor medida, recibieron los golpes que factura la vida en un país que de manera cíclica impone algún cruel castigo a su gente. La política, la economía y la violencia los perjudicaron —a algunos más y a otros menos— como al resto de la población. El trabajo y el esfuerzo fueron las únicas armas que tuvieron en la vida para ganar y perder sus diarias batallas.

Ninguna de nuestras madres había superado el sexto grado, o no lo había alcanzado. Sus hijas completaron la escuela secundaria, y algunas obtuvieron títulos universitarios. Todo ocurrió en muy pocos años. La mujer se equiparó al hombre y en muchos ámbitos nos ha superado. Esto nos generó a los varones serias dificultades de adaptación, porque vimos desmoronarse un mundo sólido y predecible, respaldado por siglos de mandato masculino.

Hoy la mayoría de aquellas chicas y chicos tienen hijos cuyas edades oscilan entre los veinte y los treinta años, muchos de los cuales ya les han dado nietos. El hoy los encuentra aún oficiando de padres más allá de las edades de sus descendientes, con todas las preocupaciones que esto implica. Entendieron que, pese a tener más de cincuenta, es una tarea que nunca termina.

A mediados de 2009 treinta y dos individuos con más de medio siglo a cuestas nos reencontramos, y desde ese momento vamos por la vida acompañados por nuestro espíritu de doce años para buscarle sentido al presente. Nos trazamos como objetivo colaborar en el renacimiento de nuestra escuela pública, cada uno desde su puesto y con el tiempo de que dispone, en una apuesta para tratar de recuperar una parte de lo mejor del país que perdimos.

Los lectores, sobre todo los jóvenes, podrían pensar que los hechos relatados ocurrieron en tiempos perdidos de la historia, pero pasaron hace sólo cuatro décadas, aunque causa dolor que en muchos lugares algunas situaciones no hayan cambiado o estén peores que las descriptas:

  • Las mujeres que decidían ser madres solas eran tratadas poco menos que como prostitutas.

  • Tampoco podían compartir con sus maridos la patria potestad de sus hijos.

  • No existía el divorcio.

  • Las calles en aquel lugar eran de tierra y se inundaban con las lluvias, creando una masa de barro que las hacía intransitables, con los zanjones que corrían en sus márgenes y se transformaban en rápidos de alto riesgo.

  • No se conocían los hipermercados.

  • Tampoco el control remoto.

  • Los partidos de fútbol de primera A se jugaban los domingos y no se televisaban. Sólo se podían escuchar por radio.

  • El castigo físico a los niños era habitual en los colegios y en los hogares.

  • El gas venía en garrafas o tubos.

  • No había cloacas ni había agua corriente, sólo la de los pozos.

  • La leche, el querosén, el vino, la soda y otros artículos eran distribuidos casa por casa por vendedo

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